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« Previous Page Table of Contents Next Page »Si consideramos qlie a la mañana siguicnte tcnía que levantalse a las cuatro para salvar su hora de meditación y quo esto no sucedía sólo de cuando en cuando sino con demasiada frecuencia, no nos parecerá tan fácil. En rea– lidad abusó exageradamente de sus fuerzas y sólo una na–
turaleza privilegiada como la suya pudo resistir ese régi– men salvaje. Cuando Alfonso su hetmano, que venía de Europa destinado al colegio de El Salvador, lo vio en Pa– namá a su salida para teología después de los tres años de magisterio, lo encontró demacrado y lo reprendió se· riamente. No era para menos.
Sea lo que fuere de estos abusos, el hecho es que Jaime lograba hacer interesantes sus clases y no tenía ma– yor problema de disciplina en ellas Sus discípulos no sólo le querían sino que le admiraban como hombre inte– ligente, yeso ensanchaba sus posibilidades de hacerles el bien.
El tercer paso de su programa educativo iba directa·
mente al carácter: endurecer a los muchachos por medio de la disciplina, pero no en una forma tiránica, que scría contraproducente en el momento que salieran del colegio, sino haciéndoles aceptar racionalmente lo que a primera vista podría parecerles militarismo crudo. "Conviene que los muchachos aprendan a amar la vida rutinaria y auste– ra que viven en el colegio. Por eso es menester que en– tiendan el por qué de la disciplina; que se t1estierre el
fOlma/ismo y que palpen que la disciplina es pal'a los mu– chachos y no los muchachos para la disciplina". Esto exi· gía, además del trabajo con todos en común. una labor completllmente personal con cada uno. Así lo compren– día Jaime: "Para mí no hay cosa más importante que saber discernir cuánto puede dar de sí cada muchacho, para exigirle "eso" con firmeza y bondad . Hay muchachos que pasan largo tiempo en el colegio y se adaptan ex– ternamente a la disciplina sin jamás adquirir su espírtu Otros, como que adquieren algún tiempo ese espíritu y luego lo van perdiendo, hasta que un día se encuentra uno con una cáscara seca. Hace falta, pues, estar muy sobre aviso para discernir cuánto, no de rutinarismo, sino de genuino, sólido hábito virtuoso, se va formando ell cada muchacho. Y si no, ¿por qué? Y si se ha formado y se
V;l perdiendo, ¿por qué se va perdiendo? De otra suerte estamos tocando el violón. Como si la educación consis– tiera en engullir ciencia y aguantar pasivamente unll dis– ciplina pesada. Y mientras está uno en las nubes, los muchachos se secan y resecan y se apartan cada día más de nosotros en espíritu. Por consiguiente es absoluta– mente indispensable la observación constante e individual
y esto es, no supererogación sino estricta justicia a los muchachos y a sus padres. De :falta de esta observación nacen todos los fracasos. Y de la ruina de los muchachos nosotros somos responsables".
Como su fuerte era precisamente el trato personal y como se tenía a los muchachos absolutamente conquista– dos, no le era difícil ir inculcando en ell05 la aceptación de la disciplina como principio esencial de la formación del carácter. Por su diario se ve cuánto lo buscaban los muchachos para la conversación personal a fondo, en la que salían a relucir sus problemas de todas clases, y con qué cariñosa minuciosidad se preocupaba él por ellos. Se alegra con cada uno de sus triunfos, lo mismo si se trata de que uno pronunció un buen discurso en una academia
al Padre Prefecto que si dirigió maravillosamente la de– lantera del equipo do fútbol y estuvo tirando mucho a gol. Esta capacidad de interesarse espontáneamente por todo lo suyo le ganaba aun a los más reacios, que al fin iban cayendo bajo su influencia.
El último paso de su acción educativa era formar hombres sincera y reciamente sobrenaturales. Para ello tenía que preceder él mismo con el ejemplo, que no con. sistía en efectismos teatrales o palabras rebuscadas, sino en estar tan íntimamente poseído de su ideal de religioso que sin pretenderlo estallara hacia afuera el incendio in– terior. Los muchachos no pudieron dejar de advertir la virtud que suponia esa entrega incondicional a ellos de (,arte de Jaime, y esa sonriente agresividad de todos los momentos para entrarle a lo más duro sin ahorrarse. Sólo un andamiaje macizo de principios sobrenaturales y más que nada una vital comunicación con Dios podía expli. carIes su inflexible devoción al fatigoso deber de cada día Y tenían ralÓn. POlque Jaime no era un espíritu pUlO que no sintiera la tentación de aflojar alguna vez un poco en aquella vida inhumana. "Cuando uno va co– blando autoridad -escribió- y se siente 'necesario', vie– ne la tentación de "venderse caro". Y, sin embargo, na– da hay más hermoso que "darse", sin regatear ni traficar. Hay, pues, que estar dispuesto a "servir" sin regatear, sin darse impoi'tancia, sin exigencias olímpicas a lo gran se· ñor, cayendo en la cuenta de la realidad de las cosas y a.rimando el hombro animosa y humildemente como lo arrhnó Cristo Nuestro Señor".
Los muchachos oían misa cada día con él y lo veían absorto en el gran misterio del altar. Por fuerza hubie– ron de dalse cuenta de que él se levantaba antes que ellos para orar, pues la camarilla del vigilante de internos es– taba dentro del dormitorio, y sin duda más de una vez, por un accidente o por otro, tuvieron que acudir a él ya bien entrada la noche y lo sorprendieron haciendo su exa· men de conciencia. Es imposible que todo eso no se haya transparentado en alguna forma al exterior y que haya dejado de impresionar profundamente a aquellas al·
mas todavía tan plásticas. Por poco perspicaces que fue·
ran -yen esto los jóvenes tienen generalmente un buen olfato casi instintivo- adivinarían la gracia de Dios labo· randa activamente en el espíritu de Jaime.
Por lo demás, él no se limitaba exclusivamente a la eficacia del ejemplo. Buscaba la oportunidad de cimen. tar en sus alumnos sólidamente la vida sobrenatural. "Yo creo que Dios me ha bendecido -apuntó, refiriéndose a aqUl¡lllos llños- porque he trabajado más que nada por la comunión frecuente de los muchachos y también por la propagación de la devoción al Sagrado Corazón de Je· sús". Estaba persuadido hasta la médula de los huesos de que la acción realmente sobrenatural es la fuerza prin– cipal del educador que quiere formar hombres cristianos: "Es menester orar siempre, en 01 medio y en el principio
y en el fin de todo lo que uno hace, Porque no hay duo da que el influjo de Cristo y de María en el alma de los niños es el más hondo y el más duradero y el más prácti. co y el más eficaz".
Sus conversaciones reflejaban lo que vivía. Aun oxalumnos que no lo habían conocido, iban al colegio pa· la hablar con él de sus problemas. Todos repetían sus visitas después de tratarlo \lna vez. Fue el origen de mu– chas amistades de Jaime, que persistieron a lo largo de
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