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describir obleto. de gran tamaño; tenemos cierta posibi– lidad de elección por lo que respecta a las características del sistema at6mico que tenemos intención de estudiar y medir, o bien t{escuidar¡ pero no tenemos la facultad de ocuparnos de todas estas características conjuntamente. Esta situación, que todos nosotros reconocemos válida, hizo recordar a Bohr su viejo punto de vista sobre la condici6n humana, según el cual existen distintas formas de usar nuestras palabras, nuestras mentes, nuestros espío ritus, que se excluyen mutuamente¡ cada una de estas formas se halla a nuestro alcance, pero no podemos como binarias; son formas muy distintas entre sí, como por ejemplo, la de prepararse a realizar una acción y la de efectuar un estudio introspectivo sobre las causas de esa acci6n. Creo que este descubrimíento no ha penetrado en la vida cultural en general¡ IOjalá penetraral Es éste un claro ejemplo de un hecho que sería importante, si so· lamente pudiese ser comprendido. Einstein dijo en cierta ocasi6n que una teoría física no se halla determinada por los hechos de la naturaleza, sino que es una libre inven– ción de la mente humana. Esto nos lleva a preguntarnos hasta qué punto el contenido de la ciencia sea necesario, hasta qué punto se trate de algo que somos libres de no descubrir y hasta qué punto podría ser distinto. Esta es indudablemente una cuestión fundamental para establecer la forma lícita de usar términos como "objetividad", "ver· dad". Cuando descubrimos alguna cosa, ¿la "inventa· mos" o la "descubrimos"? Creo que las cosas están co– mo deberíamos imaginarlas. Ciertamente nosotros somos libres, no individualmente, sino en nuestra tradición y en nuestra práctica y, en medida más limitada, en el plano individual, de decidir el lugar y el modo de observar la naturaleza, de plantear los problemas y de elegir los ins· trumentos para resolverlos y el objeto de los mismos; pero no somos libres, ni siquiera en medida muy limitada, de establecer qué hemos descubierto. Sin duda el hom. bre debe ser libre de Inventar la idea de masa, como hizo Newton, y de perfeccionarla y definirla como se hizo tantas y tantas veces; pero no obstante, no somos libres de establecer que la masa del quántum de luz o del neu– trino es algo más que cero. los hombres fuerc," libres de descubrir e inventar la idea de carga eléctrica, una idea n_atural, pero de la cual hubiéramos tambi~n podido preso cindir; pero, desde el momento que el descubrimiento se hizo, no somos libres de dudar -somos libres de dudar, pero nos hallamos obligados a afirmar- que exista al· guna masa de las que constituyen la materia que tenga una carga distinta de la del electrón o de su opuesto () que sin más, carezca en absoluto de carga. N.o existen otras cargas. Somos libres al principio de las cosas; somos li. bres pór lo que respecta al modo de afrontarlas. Pero, después, la realidad de las cosas da forma a esta libertad mediinte la respuesta necesaria. Por este motivo las in– terpretaciones ontológicas del término "objetivo" nos han parecido inútiles, por esó lo utilizamos para indicar la claridad, la falta de smblgüedad, la eficacia del modo con que podemos comunicarnos lo que hemos o no descu-bierto. . , .•

De todo lo dicho se desprende claramente que es muy Improbable encontrar en el campo científico afirmacio·

~es globales, como las que nos sugiere la palabra "todo" SIn otras especificaciones. En toda investigación, en toda ampliación del conocimiento, nos hallamos sujetos a una

scdón; en ¡oda acci6n nos haltamos sujetos a una elecci6n; todas nuestras elecciones comprenden una especie de pér– dida, la pérdida de las acciones que no hemos elegido. Nos damos cuenta de ello en las situaciones más simples. lo encontramos en la percepción, en la cual la posibili. dad de percibir coexiste con nuestra ignorancia sobre mu~

chas cosas que ocurren. Lo encontramos en el lenguaje, donde la posibilidad de hacer un discurso comprensible consiste en omitir muchas cosas que, no obstante, flotan en el ambiente, entre las ondas sonoras, en el escenario que nos rodea. El significado se obtiene siempre a costa de prescindir de algo. Se halla, es cierto, como tema recu– rrente de la literatura, en la acci6n. Se halla, en su for– ma más clara, en la idea de complementaridad, en la cual se reconoce formalmente que la tentativa de realb:ar una especie de observaci6n sobre un sistema atómico excluye otras. Tenemos libertad de elección, pero no podemos impedir que haciendo determinadas Cosas descuidemos necesariamente otras. En otros términos, esto significa indiscutiblemente que nuestros conocimientos nunca pue– den abarcarlo todo. Hay siempre muchas cosas que pa– samos por alto, muchas cosas de las que no podemos apo· derarnos, porque, precisamente, el acto de aprender, el acto de ordenar, el acto de encontrar la ünidad y el sigo nificado, la facultad de hablar de las cosas, significan que abandonamos muchísimas otras.

Esto no lo digo absolutamente en sentido místico, sino en sentido positivo y con modestia. Existen numerosos motivos para sentirse orgullosos de todo lo que se h~

aprendido acerca de la naturalen y un poco t!lmbién acero ca de nosotros mismos. Pero existen sí otras muchas ra– zones para recordar que esto sucede siempre a costa de la pérdida de informaciones que de 0\11 forma hubieran es– tado a nuestro alcance. Haceos esta"'Pregunta: una hipo– tética civilizacion existente en otro planeta muy semejan. te al nuestro por lo que respecta a la capacidad de enfreno tar la vida, ¿poseería los mismos conocimientos de física que tenemos nosotros? Es imposible saberlo con certen. Solamente podemos decir que no encontrarían contradic. clones insolubles; podrían hablar de problemas comple. tamente distintos. Esto hace de nuestro mundo un lu, $lar abierto y sin fin. En Berkeley tenía un amigo expe~.

to en sánscrito que soUa decir que si la ciencia sirviese verdaderamente de algo, debería ser mucho más fácil lle– gar a ser una persona instruida hoy que una generaci6n atrás. las cosas que nos inducen a elegir una serie de problemas o una determinada rama de la investigación en vez de otra, se hallan sin duda comprendidas en las tra– diciones cientlficas. En las ciencias más adelantadas ca· da persona tiene solamente un sentido limitado de la Ii.

bertad por lo que respecta a la posibilidad de forjarlas o transformarlas; sin enibargo, ellas mismas no están ente– ramente determinadas por los descubrImientos de la cien. cia, sino que póseen en amplia medida un cárácter estéti~o.

las palabras que usamos, como simplen, elegaricia, bellé– za, indican que lo que buscamos iI tientas no solamente es

un conocimiento más amplio, sino m¡§s bien un c·onoci. miento provisto de orden y de lIrmonía; y, naturalmente, como todos los pobres diablos, esperamos en la continui– dad con el pasado. Queremo$encontrar algo nuevo, pe– ro no demasiado nuevo; es cuaritfo nb lo conseguimos que aparecen los grandes descubrimientos. Debería decir, !I

trtulo de advertencia, que el hecho' de qua una cosa sea

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