Page 31 - lista_historica_magistrados

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DS$ARRÓLLÓ bt LA bAN~A-euando la marImba empieza a tocar las "inditas" están sentadas, tranquilas. Es el "vie,jo" quien, desde las primeras notas, ha entrado en acción, con elegancia y donosura, avanzando desde un exlremo del ruedo que forman los especiadores hacia el lugar en que se encuentra la dama. Se agita graciosa– mente, con agilidad y pasión, con variedad pero sin la lu– juria frenética de los bailes de negros y mulatos. Los sonoros cascabeles abrillantan la agitación del cuerpo masculino. Al llegar frente a la "indita" redobla su acti– tud. Abriendo los brazos la invita a bailar con él. Al fin la dama se pone en pie, despliega el abanico y enlra a la danza. También en la acción la mujer no tiene nada en común con su galán. Mientras éste se mueve con verdadera agitación rítmica y compleja, la "indita" se adelante hasta el extremo del ruedo y retrocede en línea recta, a pasos corlos, levantando 105 pies apenas, lo nece– sario para caminar. El brazo izquierdo oscila según la línea de la locomoción ordinaria, sólo que más acelerada– mente, como lo exige el ritmo musical. Como un ala materna defendiendo a sus dos pichones, el abanico tiembla desplegado sobre el pecho de moclo que no deja ver olros temblores. El rostro va trmidamente vuelto racia el "viejo" con tendencias a mirar al suelo, más bien. los movimientos de la dilmil son monótonos y simples. No airaen en verdad la atención del espectador. Corres– ponde al recato, a la honestidad, pero aún más que a eso a la manifiesta inferioridad de la mujer india ante el hon1– bre blanco, en presencia del cual no puede desarrollar su personalidad. El "viejo", por el contrario, va e" pos de la "indita", ora siguiéndola, ya cortándole el paso, ahora rodeándola, tomando posturas vivas, insinuantes, apasio– nadas, pero siempre caballerosas. Algunas veces, con la toalla tensa entre los brazos en arco, ya séa delante del pecho o tras el cuello, se aproxima a la "indita" ofrecién· dole calor e intimidad. Otras, alzando el roslro al cielo, parece invocar a Dios. Otras, con las manos por detrás, baja la cabeza con aire de resignación. Otras, los pies se mueven con atractiva agilidad en los zapateos y compaces complicados. El movimiento de cintura es en extremo claro en .Ias insinuaciones. El baile finaliza como empe– zó. El "viejo" sienta en su lugar a la "indita" y otro "viejo"inicia la formación de otra pareja. Viendo el desarrollo de la danza pensamo.s en un idilio, más que

~ntre dos peno!,!as humanas entre dos culturas: la una descalza y deprimida, laot.ra rica y arrogante, per!) ambas como que están en la amorosa tarea de las creaciones. Resultan, pues, en el baile: primero, el absoluto con– traste social ontre los personajes; segundo: la tenacidad inteligente de las diferencias entre los actores, hasta en los menores detalles de la indumentaria y la acción; y, tercero: la caballerosidad y galantería de varón frente al recato y timidez de la hembra, pero de una hembra in– ferior que, ni a tífulo del amor soJicitado con tanta gen ti·

len y empeño, se atreve a elevarse a la altura psicológica del vareSn. Seguramente el baile no corresponde, en ver. dad, a la época de la conquista cuando el macho brutal,

éOmo el centauro, raptaba y violaba a la mujer y luego la

abandonaba. El baile debe haberse formado en años posteriores.

Pasando revista al rico y variado folklore de México, no encontramos nada igual, ni en el foildo ni en las for– mas. En el baile nacional americano, el jarabe tapatío, el varón danz¡ muy semejantemente al "viejo" de las "indi· tas", ejecutando muchos movimientos iguales, pero en el jarabe tapatío la "china pl)blana". realiza los mismos mo– vimientos que el "charro", y es igual la condición social y étnica de ilmbos. Los dos se colociln a la misma altura espiritual. En Mecatepec, Tabasco, se baila también una danza que, en el asunto y la acción, tiene mayores con– tactos con el baile do las "inditas" de Masaya, tanto más importante cUlnto que es también el varón quien inicia

101 danza y a quien corresponde el papel más vivo, pero, quiza por los efectos de la explotación y la pobreza, los indios de Mecatepec no se disfrazan, pues bailan con el traje de la vida diaria.

Por los informes que tenemos del folklore del resto de América, entendemos que tampO(o en Sudaméríca hay un baile como el de las "inditas" por lo cual lo considera· mos como único en su especie, y, teniendo en cuenta la desigualdad social y psicol6gicil de los personajes y el

¡sunto de la dilnza, lo Jlilmamos "baile de la me¡tización", o de la formación del mestizaje, reconociéndola como un documento único en lil riqueza de nuestro folklore indo– hispano. Hay muchos bailes notoriamente mestizos, pero todo corresponden a un mestizaje ya formado, con per– sonajes social y racialmente iguilles. El baile de las "in– ditas" por el contrario lo que nos dice es cómo se formó lo raza mestiza; por un proceso de cruce sexual entre dos razas de culturas desiguales en el que la América aportó el óvulo oprimido y tfmido y España el elemento mascu– lino, superior y libre.

Es de lamentilr que el baile de las "inditas" al exten– derse de su origen hacia otrils partes de Nicaragua haya sufrido adulterilclones que echariÍn a perder su gran valor sociológico e histórico verdaderos. En Mlnagua tuve tambi6n la oportunidad de ver este baile, pero allí se le h¡¡ deformado de tál manera que la dama hasta lleva ena– guas modernas y adornos de la época presente. Algunas veces desaparece el güipil para ser sustituido por una ca· misa de l. civilización reciente. Es de desearse que un Instituto Nacional del Folklore preservo la riqueza popular de Nicaragua, expresiva y variada, pero amenazada. de muerte por el abandono y falta de cuidado técnico, como sucede con el "torohuaca", el baile de la nueva economía introducida por los hispanos, el que casi ha desaparecido por la ruinosa penuria en que ha caído Monimbó, y las "inditas", baile que debe conservarse en su auténtico es– tado original de pureza, para que tenga siempre el valor histórico y sociológico que le dieron los indígenas de aquel barrio masayés, verdadero' corazón sangrante, pero siempre corazón de la Nicaragua que ya empieza a bus– carsa

iI sí misma.

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