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kilómetros desde su embocadura es Y1uvegable al menos para naves de 2 metros de calado. Después está cerrado por una catarata o salto de agua. La vegetación en el San Juan se volvió ahora copiosa y las palmeras son más y más numerosas. La ribera Sur está cortada a pico, la Norte aún más baja. Si por aquí y por allá se podían ver colinas y alturas, no al– canzaban estas hasta el borde del agua, sino que de– jaban una faja de 1 ó 2 kilómetros de ancho entre ellas y el agua. Ahí también el río había penetrado y cortado meras vías, de esta manera formando grandes y fértiles islas.

Ninguna de estas islas o riberas del río estaban, sin embargo, habitadas y con la rica vegetación que la naturaleza había creado, daba el espectáculo una impresión maravillosa, por la ausencia de toda traza, de civilización humana. En el río San Francisco, un riachuelo que venía del Norte, bajamos a tierra para llevar nuestra provisión de combustible. Yo traté de hacerme un camino adentro de la selva, pero pronto debí volver, porque era casi impenetrable y además tan pantanoso, que era difícil poner pie firme para con al– guna fuerza alzar el machete contra las lianas enemi– gas. El "Irma" se detuvo aquí por la noche en el lu– gar en que desembarcamos, porque se estimó que no era posible continuar el viaje de noche, a pesar que disfrutábamos del claro de luna más maravilloso. Con la salida del sol subimos de nuevo al vapor y no nos cansamos de admirar el majestuoso paisaje a nuestro alrededor. Heliconias de blancos tallos co– menzaron ahora a aparecer en más número y resalta– ban entre la vegetación frondosa, verde oscuro. Espe– cies de ficus con gruesas, brillantes hojas, pasiflóreas con grandes flores blancas y rojas, y otras lianas ricas en flores, de un amarillo subido, frondosas bromelia– ceas y orquídeas con colores desde el púrpura, de terciopelo hasta el más delicado color de amarillo cera, daban una decoración tan brillante y fuerte a las verdes paredes, que hacen pálida toda descripción.

El espéctáculo estaba animado de vivos pájaros que cambiaban de minuto a minuto. Ahí se sentaba sobre la más alta, desnuda, seca rama de una ceiba casi caílda, mi, "Pato de aguja" (Plotus anhinga). Imagen de la vigilancia, con el cuello largo extendido, la cabeza y las alas levantadas, en cada instante pres– to al vuelo: el traje de plumas verdeoscuro brillando tomo esmalte al sol. Numerosas bandadas de patos voJaban, como nos fuesemos acercando y se posaban de nuevo a algunos centenares de metros de nosotros, para levantarse de nuevo como nos acercáramos a su nuevo lugar de escape. De esta manera podía una y la misma bandada, durante una hora, continuar mos– trándonos el camino. Gavilanes, halcones, y halie– tos se encontraban en somnolienta vigilia en los más altos copas de los árboles, más y más adormilados y menos tímidos, a

medida que el sol salía en el cielo, se instalaba sólo uno que otro martrn,-pescador verde esmeralda (Ceryle Suyerciliosa). y menos numerosas bandadas de brillantes, azul negro Sanates (Quiscalus rnacrurus). Pasamos la desembocadura, del 'pequeño río Trinidad, en el lado Sur; es el desaguadero de la Laguna de Ganati, un pequeño lago en territorio de Costa Rica. Pronto llegamos a la embocadura del

otro gran afluente del Río San Juan, el río San Carlos, a 88 kilómetros de San Juan del Norte: como el Sara– piquí; viene de la meseta de Costa Rica. Su longitud total es algo mayor que el del Sarapiquí --90 a 100

kilómetros. Uno de sus afluentes, el Río Santa Clara, sale del Volcán Poas, los otros de los parajes monta– ñosos, entre el Poas y los Cerros de los Guatusos. Al mismo tiempo, que estos dos grandes ríos vacían en el San Juan una gran cantidad de agua, lanzan en el mismo una tan grande cantidad de arena, lodo y otros residuos, que es necesario considerarlos como una dI;¡ las principales causas de destrucción de la navegabili– dad del río y del cierre de sus viejas bocas. El río San Carlos es navegable para pequeñas embarcaciones

30 a 40 kilómetros arriba, hasta un lugar llamado "El Muelle" donde se encuentra instalada la aduna cos·., tarricense. Hasta San José va de ahí un bastont~

buen camino para, bestias.

A la embocadura del Río San Carlos se encuen· tra una isla de arena muy grande y de 20 a 30 metros de alto, antes sin duda un cabo de tierra, en el lado oeste de la embocadura recortada por el trabajo unido de los dos ríos. En esta isla paramos una hora para tomar las provisiones para la cocina. La isla estaba a la vez habitada y cultivada. Aquí tiene el San Juan una anchura de más de 300 metros. Del río San Carlos hasta los primeros "raudales", toma el San Juan otro carácter; las riberas norte, que antes eran igualmente bajas, se vuelven ahora más cortadas a pico y montañosas; la ribera sur está aún, tan lejos como alcanza el ojo, cubierta de masas montañosas imponen– tes.

Nos acercarnos C1hora donde el San Juan se abre camino a través de la Cordillera para llegar al mar. La corriente es aqup bastante más débil que la corrien– te abajo de la embocadura del Río San Carlos: esta parte del río por eso ha recibido el nombre de "agua muerta". No habríamos hecho muchos kilómetros de nuestro lugar de aprovisionamiento, cuando vimos la chimenea de un vapor que sobresalía por encima del agua: algunos días antes se había dado vuelta contra unas escarpadas rocas a \0 orilla del rí'o y se había hun– dido. A pesar que el tráfico de vapores por el río San Juan no tiene en realidad muchos años de estable– cido, tanto el ríb como el lago de Nicaragua, son excepcionalmente ricos en restos de naufragios. Apenas habíamos pasado el desgraciado lugar, cuando encontramos otro vaporcito, el "Coburgo", un remol– cador de menor tamaño, que durante más de un año había servido sólo el tráfico de pasajeros por el lago de Nicaragua, llevando a veces más de 1 00 pasajeros, de los cuaies apenas 30 podían sentarse durante un viaje de 20 a 30 horas. A bordo se encontraba ahora el Director de esta compañía, que tiene el monopolio del tráfico entre San Juan del Norte y Granada, la Ciudad principal en el lago dE; Nicaragua. De él tu– vimos la desalentadora noticia que el "Irma" no nos podía llevar hasta el Fuerte San Carlos, estación terri– torrial en el desaguadero del Lago en el Río, sino que debe'ría dejarnos en el Castillo, la aduana nicára– güense, y volverse río abajo para buscar; nueva carga. Así, una estadía de varios días nos esperaba y la --18-

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