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perspectivo de pasar algunos días en el pequeño pue– blo de San Carlos no era muy alentadora.

. Continuamos, sin- embargo, nuestro viaje río arri– ba y llegamos pronto 01 pie de la primera caida de agua: "Ios raudales de Machuca". Este nombre les ha sido dado en memoria del primer español que navegó todo el río San Juan y por lo tanto, puede decirse, lo descubrió. En la embocadura de un río pequeño del mismo nombre, viniendo del norte, nos detuvimos algu– nas horas, para renovar la provisión de leña y alcanzar la mayor presión de vapor posible para poder pasar los raudales.

Por fin nos alejamos de la orilla y el "Irmci" hizo el esfuerzo difícil de subir los raudales: toda la tripu– lación, 10 hombres, se colocaron en la proa, armados de largas palancas. Tan pronto como el vapor ame– nazaba dar vuelta, se I~ sostenía con estas palancas

~la hondura no era más de 2,5 metros- y se le im– pedía de esta manera ponerse de través en los rauda– les y ser llevado por Id corriente. En medio de los raudales hay un pequeño paredón "La Diamantina" y

ahí mismo estaba el casco sarroso de un vapor desgra– ciado, un "memento mori" para los traficantes del rí!o. Por eso celebraron nuestros palanqueros un ruido– so triunfo, cuando después de un trabajo de media hora pudimos pasar los raudales: Alabándose, declararon que sólo marineros eximios cemo ellos podían llevar un vapor arriba de ""una cascada tan dificultosa". De Machuca tuvimos una corriente moderadamente suave durnnte 7 kilómetros de camino hasta la próxima caí– da "Ias Balas". Hasta aquí la ribera sur del río es territorio costarricense, pero aquí se retira la frontera a algunos kilómetros tierra adentro, de manera que el resto del río cerre enteramente en territorio nicara– güense.

EN EL CASTILLO

Pasamos "Ias Balas" felizmente y lo mismo lo ter– cera serie de los raudales de Machuca: "EI Mico". El río se desliza, apaciblemente ahora en una distancia de 9 kilómetros, con un ancho medio de 250 metros, entre riberas pintorescos y cortadas. Después se ensancho repentil1amente en el Castillo hasta formar una laguna pequeña en formo redonda, que domina una vieja fortaleza en ruinas, cólocada sobre lá cima redonda de un cerro de 50 a 60 metros de alto. Al pie del cerro, en la estrecha playa entre aquel y el río, se encuentra en una larga y estrecha banda, la hilera de chozas y

casas de madera que toma el nombre de '''Villa del Castillo". La distancia de San Juan del Norte hasta el Castillo es de 130 kilómetros. A las 5 de la mañana amarró el vapor al muelle de madera delante del edi– fiCio más importante o aduana. Estaba resguardado por seis soldados, cada uno con alguna pieza de uni– forme: pero todas las piezas juntas no podían hacer "un" uniforme completo. Todos Jos altüras alrededor del Castillp, estaban desarboladas y cubiertas de un zocate abundante y frondoso. Aqu~ y allá se veía un

r~ncho requemado por el sol, y en la sombra de alguno piedra solitaria o matorral yacían algunas vacas fla– <',as y terneros. En las cercanías inmediatas del pobla– ?o habíán algunos platanales y plantaciones de maíz.

La ciudad misma se componía de dos hileras de casas

y entre ellas la calle real, o más bien dicho la único calle. En el medio de ésta hay unos rieles, de gran importanciá para el tráfico por el río. Pórque al fin del período de sequía, cuando la altura del agua es demasiado bajá paro permitir a vapores pasar la cas– cada del Castillo, situada directamente ante la ciu– dad, es necesario que la carga se acarree alrededor de la caída de aguo, para de ahí ser reembarcada. La mayor parte de las casas de la ciudad son casuchas más o menos grandes, cubiertas de hojas de palmas. Hay sin embargo unas pocas casas de madera con te– chos de tejas y corredores ventilados.

HULE Y AGUARDIENTE

Casi en casa de por medio, por poco importante que sea, hay un negocio y en cada negocio, sin excep– ción, hay ron y "aguardiente". La clientela más im– portante de estos negocios y de las no pocos cosas de juego son los huleros El Castillo es ciertamente uno de los lugares más importantes para el negocio del hule, pues hay buen acceso a árboles de caucho, tan– to arriba de los pequeños:ríos que, bajando de lo tierra alta costarricense, aparecen en los parajes cerca de el Castillo, cómo también en la ribera norte del San Juan en las regiones montañosas de Chontales. Puesto que en ese momento un gran número de huleros se encontraban en la ciudad, yo me apresuré

a establecer relaciones con ellos, poro obtener sus con– tribuciones a mis colecciones durante mi estadía for– zada en el lugar. Con una cuadrilla de cinco hombres, monté seis horas de camino por la mb'ntaña hasta su campamento en el Río Pocoso!. Este viaje me procuró, además de algunas culebras, lagartijas e iguanas, araños e insectos, la piel de un Puma majes– tuoso, el león americano, tirado unos días antes, y un bello ejemplar de "warree", el más grande de los dos especies de cerdos salvajes (Dicotyles 10–

bridtus y D. tajacu), que se encuentran en América Central. Este ejemplar de puercO es ce>nsiderado co– mo un animal especialmente belle>; uno estaría tentado

dun llamarlo gracioso, de una ligereza tal que se nota en todos sus movimientos, 6 pesar del cuerpO pesado y la cabeza grande.

El "warree" que fue mi presa, se defendió largo rato contra tres perrOs acometedores y bravos, hasta que un hulero coh una lanza, lo botó al suelo. Era impOsible tirar, sin arriesgar herir alguno de los pe– rros, tan rápidas vueltas daba el animal, haCiendo frente a sus ávidos agresores.

La otra especie -"Sajino", vive solo o en manada

y es más salvaje que el "warree", que en general se muestra en reboños de 30 a 80, individuos y es un animal valiente y peleador. El rebáño ataca sin va– cilar lo mismo al puma que al jaguar. Un hulero me contó, que el había escapado iJesq con dificultad, del ataque de un rebaño de "warrees". Una mañana en que estaba ocupado en recojer caucho, había notado la pasada de una monada de "warrees". y había ti– rado uno ele ellos, para llevar al campamento un buen asado poro la cena: inmediatamente se volvió todo el grupo, como obedeciendo a una o~den de mando, con~

tra él. Apenás tuvo tiempo de tomar la escopeta y

subirse a un árbol, antes que los "warrees" lo rodearan

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