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dando furiosos gruñidos y resoplidos. Rabiosos pa– tearon todos,los utensilios de cocina, y tuvo que perder en la aventura, cobijos, alforjas, caucho y otros cosas más. A pesar que usó todos sus tiros de escopeta y motó o ocho más de los animales del rebaño, no hu– yeron los cerdos y ocuparon el campamento todo el resto del día. Solo un buen rato después del atarde– cer se alejaron los animales del lugar, y cansado y hambriento nuestro hombre, tuvo la poca envidiable tarea de regresar al campamento de sus compañeros, distante algunos kilómetros, sin un solo tiro en su es– copeta, en una noche oscura y buscando el camino a través de la selva.
EN EL CASTILLO
En don Agustín González, inspector del serViCIO de Aduana en el Castillo y en su asistente, don Felipe Alfaro, encontramos pronto amigos llenos de buena voluntad, quienes hicieron cuanto les fue posible para hacer nuestra estadía en el lugar de lo más agradable,
y tanto de ellos, como de sus encantadoras familias, guardamos muy gratos recuerdos.
Al Jefe del Resguardo y al Comandante de la llamada fortaleza, hicimos una visito de cortesía e inmediatamente obtuvimos el permiso de visitar esta última. Precedidos de un soldado nos esforzamos en subir el cerro requemado de sol y cruzamos el viejo foso de agua -ahora cubierto de matorrales y hier– bas- por un puente levadizo, estrecho y en mal esta– do. El puente está' completamente lleno de tierra y
arena y matorrales,' de manera que toda la guarnición junta, uniendo sus fuerzas, no lo podría levantar. Los muros exterióres, hechos de gruesos bloques de piedra estaban bastante derruídos y cubiertos de una rica ve– getación decorada de flores particularmente: bellas. El interior del Castillo se encontraba en una condición aun más ruinosa. Techo había tan sólo en una de las 10rres y el corredor de acceso estaba defendido por un bahareque provisional de palmos y zacate. Allíi vivía toda la guarnic'ión de 15 a 20 hombres.
Un viejo sargento nos condujo para mostrarnos lo que valía la p~na ver, pero no había casi nada que
ver, COI I cxcepcíóll de la vista desde lu ton e, la que ero tan sumamente bella y extensa, sobre In selva y el río que se desliZClba con la espumosa caída riel CW¡– tillo, que valía la pena el esfuerzo de subir hasta allí. El sargento me explicó que la fortaleza estaba defen– Jida por seis cañones A pesar de una cl.lidodoso bLlsqueda no pude yo descubrir más de tres uno, en un oscuro rincón con sólo una rueda y ésta en mal es– tado, los otros dos con más de la mitad enterrados en la arena que cubría la muralla. Si habían otros tres, sin duda alguna estaban bien cubiertos boja la mena o los matorrales.
RAFAEL1\. HERRERA
Una fortaleza tan poco de temer aharo, tiene, sin ernbOl go, sus bellos recuerdos. En el año de 1769
uno escuadra inglesa subió el río, puso sitio q la forla– leza e intentó algunos asaltos. El COI-nandante yacía enfermo o herido y la guarnición, intimidClda, pensaba capitular, cuando una niña, la hija del Comandante, tomó el mando y con su valor y entusiasmo encendió el decaído valor de los soldados Ella misma dirigió los cañones, ella misma recibió al enemigo que ataca– ba con el sable en la mano. Dos ataques fueron re– chazados de esta manera. en el último cayó el jefe de los ingleses, sus tropos se retiraron y la fortaléza fue scdvada,
NELSON
El otro acontecimiento más conocido, li:Jodo con la historia del Casiillo, es su toma por Nelsori en 1780.
Nelson era entonces Teniente y para el ataque estaba al mando de una flotilla de botes. Como no podía to– mm por asalto lo fortaleza por el lodo del río y tampoco podía bombardearla de am, ordenó a sus marineros lle– var algunos cañones cubiertos con' los velos de las embarcaciones hasta un sitio a través del bosque, alre– dedor de la fortaleza y los colocó sobre un cerro des– cubierto al sur de la mismo. Allí colocó su batería, y corno la altura que había escogido dominaba la forta– leza, la forzó a capitular después de un par de horas de fuego. Los ingleses ocuparon la fortaleza durante un año, pero la abandonaron finalmente debido a los fiebres que sufrieron.
Más tarde fue nuevamente tomado y en gran parte arrasada por lo' expédición inglesa enviada de Jamaica por Sir Charles Grey, de quien ya hablé ante– riormente.
.JICARA y HUACALES
La única industria que se encuentra representada en el Castillo, además de la preparación de algunos objetos sencillos de hule, era lo manufactura de plato– nes de madera dé cedro -bateas-, jícaras y huaca– les bastante bien elaboradas. Me conseguí varios "conejos" -ban'quillos- que sirven para colocar los jícaras sobre un fondo redondeado. Las jícaras se
conservan' generalmente derechas en unas bateas con hoyos, o bién, colgando del llamado "corazón de las jícaras", una tabla de cedro o de caoba con varitas cortadas de madera de palmera.
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