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« Previous Page Table of Contents Next Page »inulldados. Esta entrada está defendida por una guarnición de 8 soldados instalados en una casucha movediza y frente a ella está un viejo cañón que para no cansar a la derruída tronera se ha colocado con la boca enterrada profundamente en la tierra.
VI8rl'A A LA FOUTALEZA
Fuimos recibidos de la manera más gentil por Mr. Augustin, antes socio de comercio de Mr. Scott en San Juan del Norte, y desde hace algunos años establecido aquí como comerciante. En su compañía visitamos la ciudad. Esta nos hizo una impresión mucho mejor que el Castillo y tiene una posición mucho más venta– josa. Después hicimos una visita al Presidio. Este se componía de un galerón en bastante mal estado y de veinte a treinta metros de muralla, parte de ella en pie, parte desde hace mucho tiempo derruída. La guarnición se compone de una veintena de soldados ba– jo el mando de un Capitán. El armamento: un cañón de 24 libras, todo ensarrado. Algunos otros cañones yacían medio enterrados en el suelo.
Inmediatamente antes de la caída del sol, subi– mos a ·Ia colina sobre la cual la abandonada fortaleza alzaba sus extensas, macizas ruinas. Las murallas aun estaban en pie hpsta una altura de lOa 12 metros, enteramente intactas a pesar de la rica vegetación que se arraigaba en ellas y sobre ellas. A través de pa– redes de bloques de piedras de un par de metros de espesor se veían portadas bien conservadas hacia el in– terior de la fortaleza: todo indicaba que ésta, desde el principio, había sido contruída con sumo cuidado y esmero por un hábil ingeniero. Allí donde se encon– traba, dominaba enteramente el río y la parte más próxima del Lago.
PANORAMA
Desde las murallas se gozaba de un panorama inmenso. Allá a Jo lejos se alzaban las dos islas de Ometepe (sic) con sus imponentes volcanes, desde aquí formando una cadena simétrica. Al suroeste dibujan las montañas de Costa Rica sus azules y vaporosas masas. Ante nosotros se extendía el gran Lago de Nicaragua, como un espejo reverberante, no azul os– curo y brillante como el mar, sino de un color grisáceo
y encrespado. Una bella decoración sobre su superfi– cie era el bajo y alargado archipiélago de Solentiname, cubierto de bosques; las pequeñas, alzadas y verdean– tes islas "Las Bolsillas" y más lejos, al norte, el Gua– rumo y el Boquete. A nuestros pies desembocaba el río Frío, de aguas claras, que viene de las regiones me– nos conocidas de Costa Rica, donde los muy discutidos, aunque poco conocidos indios Guatusos, tienen sus guaridas. Al este podía el ojo seguir, por una larga distancia, el río San Juan, su a,:,cha y tranquila figura serpenteando entre verdeantes colinas que se sucedían las unas a las otras.
EL JAGUAR
En una estadía posterior en San Carlos me conta– ron que un gran jaguar, diferente de los demás, había sido muerto en un rancho de la vecindad. Me apre-
suré q ir allá, pero llegué demasiCldo tarde y sólo pude salvar la piel y el cráneo. Era, en verdad, una varie– dad muy rara. En dos semanas había matado dos vacas y cinco cerdos y debido a su astucia, había hecho inútiles todo intento de matarlo, hasta que por fin ha– bía perdido la vida miserablemente, por su avidez en comer carne de cerdo envenenada, lo mismo que su semejante en San Juan del Norte, del que ya he hablCl– do anteriormente. (Ver ilustración, pág. 16).
LOS PIRATAS
San Carlos fue fortificado por primera vez en 1602, cuando se construyó un fuerte con una pequeña guarnición, para defender el acceso al Lago, de los piratas cada vez más amenazadores. Por ese tiempo ya habían puesto pie firme en varios lugares de la costa oriental de la América Central, pero no ensayaron in– vadir Nicaragua --antes de 1665- subiendo el río San Juan. En ese año, el jefe de piratas David sLlbió el río a la cabeza de una tropa poco numerosa -150 hombres- tomó el Fuerte de San Carlos, atravesó el Lago a pura veJa y tomó, sáqueó y quemó o Granada, que en esa época era una de las ciudqdes más ricas de la América Central. Merece citarse' LIno exclamación de David cuando con sus embarcaciones, llenas de bo– tín, se preparaba a volver por. el l1lismo camino que había venido: "Ni siquiera al valor de una botella de vino estimo todo nuestro botín, en comparación de es– ta fácil comunicación con el Pacífico". Quería, añade el cronista, tratar de instar "al Rey de Portugal y al Gobernador de Jamaica" a, conquistar juntos esta tie– rra y establecer una comunicacióh comercial entre las dos mitades del mund() para dar así un golpe mortal al imperio de España en América.
Cuando los piratas dejaron el río, se hizo un fuer– te en el Castillo y la maciza fortaleza de San Carlos, cuyas ruinas aun despiertan admiración. Tan fuertes como eran las fortalezas, no lograron impedir que otro jefe pirata, Gallardillo, en 1670, penetrara en el Lago, arrasara la ciudad reconstruída de San Carlos -'-cuya fortaleza no pudo tomar- y saqueara algunos lugares de la costa oriental del Lago.
Más tarde, la fortaleza fue tomada por asalto por los ingleses a fines del sigl.o XVIII, peto sólo la ocupa– ron por un corto período. Por fin fue tomada en el año de 1848 por la expedición, antes mencionada, que vino de Jamaica bajo el mando del Capitán Lock, épo– ca en que fue destruí/da en gran parte.
El último golpe lo recibió durante la triste guerra civil que estalló entre 1854-1857, 'y cuya causa princi– pal fue la intromisión del aventurero norteamericano Walker en las luchas políticas de Nicaragua.
HACIA GRANADA
De San Carlos hubimos de seguir nuestro viaje hacia Granada en una lancha de vela, la goleta "Ge– rdldine", pues el nuevo y cómodo vapor "Victoria", que recientemente había comenzado a mantener el tráfico en el Lago, había dos días antes zarpado del puerto. . Lo longitud total del río San Juan desde San
Carlos a San Juan del Norte es de 186 kilómetros, y
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