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RIVAS L

Gral. Don Joaquín Elizondo

Ministro de Estado

no hayamos derivado todo el provecho que debiéramos; pero prescindiendo de nuestros esfuerzos desde 1811, la sangre de Ayacucho, era también nuestra sangre, y las glorias conquistadas en aquel glorioso campo de batalla, son tamb'ién nuestras glorias, porque la historia del Continente hispano– americano es también común a Centro América. Sin embargo, nosotros tuvimos también la guerra de 1856-1857 en que tuvimos que conquistar de nuevo nuestra Independencia, lidiando contra el filibus– terismo de aquella época, y entonces, a pesar de conocer nuestra impotencia desunidos como los Esta– dos de Centro América se hallan, aviso semejante nos sirvi6 para forzarnos a unirnos en una sola Nacionalidad.

Al recordar aquella guerra que hemos calificado con el epíteto de nacional y al hablarse de nuestra Independencia, no deben pasar desapercibidos los nombres de dos de nuestros Generales, los más esforzados en la lucha: me refiero a los Generales, don José Dolores Estrada y don Fernando Chamorro. Todo el día de ayer tronó el cañón en conmemoración de la batalla de San Jacinto, tan célebre en nuesh'os recientes anales, ganada por el primero; y el 5 de marzo de 57, el segundo de esos hombres ilustres batía en los llanos de Jocote las fuerzas de Walker, con tanto valor y con tanta inte– ligencia, que esa acción de guerra como la de San Jacinto, fue calificada de verdaderamente militar,

y por ambas, aquellos Generales ilustres, merecen los más fervientes recuerdos de la Patria.

Indeleble es el recuerdo de los esfuerzos del mal logrado General Chamorro batallando contra el filibusterismo. No depuso un día las armas, como no faltó un instante en su pecho, la esperanza de salvar la patria. Conquistada toda la República, se refugió con un puñado de valientes en la célebre montaña de Yucal, único refugio que por sus asperezas y escarpada posición podía ofrecerle un asilo. Desde allí volvió a la lid y tuvo la safisfacción de ver coronados sus esfuerzos.

Permitídme terminar con un viva a nuestra Independencia y a la memoria de los ilustres Ge· nerales Chamarra y Estrada.

MANAGUA Pbro. Don Abelardo Obregón

en IS os po eres: su nacionalidad es reconocida por los principales gobiernos del mundo: sus fuentes de riqueza, es– tán en las manos de sus propios hijos: su libertad nos trazó los elementos de i1ustracíón: el comercio libre con todas las naciones de la tierra, nos ha suministrado conocimientos importantes: la imprenta nos ha revelado mil secretos útiles: y una administración formada de hijos de la patria, hace constan– tes esfuerzos para conducirla al apogeo de felic;dad, a que ,por tantos títulos está llamada.

Si no hubiesen sido nuestras disensiones intestinas, luchas fratricidas y estériles, Nicaragua, hoy que apenas cuenta el quincuagésimo aniversario de su independencia, sería sin duda un país grande, próspero y feliz, atendiendo a su posición geográfica, a la feracidad de sus campos, a la ri– queza de sus minerales, a la facilidad de exportar sus productos y a la tendencia que sus pueblos tienen al progreso.

Pero, mal que nos pese, aquellas luchas nos han hecho retroceder varias veces en el camino de los adelantos. No hay quien no reconozca esta verdad, y por tanto es de esperarse que todos concurramos, de común acuerdo, a conservar el don precioso de la paz. Recordemos, que la ruina de las naciones es, como la de los individuos, la obra de sí m:smas.

Reconozcamos que al :proclamar nuestra libertad, nos impusimos el sagrado deber de mejorar nuestra sociedad. El medio más propio para realizar esta mejora es procurar la ilustración de las .ma– sas, porque la ignorancia es una calamidad que hace sentir a los Estados el peso de incalculables des– gracias: inspira en el ciudadano aversión a sus deberes más sagrados, y le ensordece para que no escl;Jche la voz de la ley.

Pero debemos evitar al mismo tiempo, que bajo el disfraz de ilustración se propalen doctrinas contrar;as a la moral religiosa y política. .

Aprovechemos, pues, todos los saludables beneficios que ha reportado la inde.pendencia a na– ciones que, pequeñas al tiempo de proclamarla, han desarrollado por sí solas sus elementos de felici– dad, y son hoy grandes y poderosas. Como una condición indispensable, conservemos la paz según la medida de nuestras instituciones, y alcanzaremos todos aquellos bienes.

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