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« Previous Page Table of Contents Next Page »Comprendí que no tenía escapatoria y acepté pidiendo que nombraran en categoría de consejero a Anselmo Rivas G., y el Ministro de Relaciones que lo era el doctor Máximo H. Zepeda
me puso de Secretario, al joven Juan Manuel Doña, buen mecanógrafo, simpático muchacho, apropiado para recoger datos menudos en Tegucigalpa.
Siguiendo mi sistema en estos Cabos Sueltos de referir la historia en tanto intervengo en
ella, debo decir que me fuí llevando a mi esposa y a mi hijo Carlos un muchachito de seis años
que aún recuerda complacido aquella jornada que para él fue un paseo. Mi objeto era de ins– talarme en familia para mayor circunspección, y para poder cultivar, como auxiliares de mi misión a las muchas relaciones sociales que me había creado en Tegucigalpa durante mis emi– graciones. Desde mi llegada a Amapala, sentí lo que me iban a servir mis viejas amistades.
Hospedado en un mal Hotel de Amapala, llegaron los de la casa Rosner a llevarme para hospedarme en su propia casa, muy confortable. Ellos me prepararon todo para que no tuviera in– convenientes en el camino. Y en un elegante automóvil, llegamos a Tegucigalpa día sábado por la torde. Me hospedé en el mejor Hotel de Tegucigalpa que era el Agurcia. Tomé un apar– tamento completo, compuesto de un salón de recibo' y dos aposentos uno para mí y otro para Anselmo. A Doña lo hospedé en el mismo Hotel pero en pieza separada. Cuando llegué ya me
esperaba en el Hotel Paulina Valladares acompañado de su esposa Carlota que me ayudó gran– demente en todos esos arreglos.
El día siguiente domingo, empezamos a recibir visitas de las familias con quien tenía re– laciones antiguas en Tegucigalpa. Por la tarde hubo una manifestación popular, y los emigrados liberales que eran muchos lograron llevarla a la calle de mi Hotel. Mi instalación estaba en el segundo piso. Le dije a Anselmo: vamos a salir al balcón, para hablarle a esa gente. El ser–
vicio del Hotel y mi amigo Horacio Aguirre Muñoz que estaba hospedado allí mismo me dijeron que no era prudente que saliera. Resolví salir al balcón y me acompañaron contra mi voluntad, Anselmo y mi esposa. Pronuncié un enérgico discurso a la multitud, explicándole que yo era un
Ministro Plenipotenciario, que aún no había sido recibido por el Presidente de la República de Honduras y que faltaría a los preceptos de Ja diplomacia ofendiendo al mismo Honduras si ha– blara algo antes de hablar con su Presidente; que oficialmente me habían avisado que el día jueves de esa semana sería recibido en audiencia pública por el señor Presidente, General Rafael López Gutiérrez. Que después de esa fecha no necesitaba la multitud del pueblo hondureño de venir bajo mis balcones porque me puede citar donde él quiera y yo asistiré cumplida–
mente y les hablaré sin reserva de los asuntos que me propongan. La multitud se retiró en si– lencio a pesar de algunas pequeñas vociferaciones de uno que otro emigrado nicaragüense.
Indudablemente había tenido éxito mi actitud y la prensa oficial me elogió.
El periódico El Cronista de oposición, publicó un editorial diciendo que yo era un político que conoce sus caminos, y un diplomático que no falta a sus deberes.
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EL Presidente de Honduras Gral. Rafael López Gutiérrez dio especial solemnidad al ac–
to de recibirme para que presentara mis cartas credenciales. Estaba presente todo
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