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ababan de lograr su independencia. Fue entonces, en

~c albores de la libertad en to~o el hemisferio, cuando :slívar expres6 su anhelo de ver a las Américas, transfor· °adas en la más grande región del mundo, lila más

m t'" t rande, no ,tanto por su ex enslon y riquezas cuan o por

9 I .

11 su libertad y su garla .

Nunca en la larga historia de nuestro hemisferio, ha estado este sueño tan cerca de I'ealizarse, y en ningún momento como ahora ha corrido mayor peligro.

El genio de nuestros hombres de ciencia nos ha pro– porcionado los medios de traer abundancia a nuestro suelo, fortaleza a nuestra industria y sabidul'Ía a nuestra juventud. Por vez primera ,poseemos la capacidad de romper las últimas cadenas de la pobreza y la ignorancia,

y de liberar a nuestro pueblo para que logre su plenitud.

y disfru!e de los gozos espirituale.s .e. int~~ectuales que han constituido la meta de nuestra clvlhzaclon.

Sin embargo, en este preciso momento de maxlma oportunidad, nos encaramos a las mismas fuerzas que han puesto en peligro a América a través de su historia, las mismas fuerzas extrañas que intentan imponer una vez más los despotismos del Viejo Mundo sobre los pueblos del Nuevo Mundo.

Les he invitado a venir hoy aquí, a fin de tener yo la oportunidad. de examinar con ustedes estos retos y es· tos peligros.

Nos reunimos pues, como fieles y antiguos amigos vinculados por la historia y la e~periencia, y por nuestra determinación de impulsar los valores de la civilización americana. Porque este Nuevo Mundo nuestro, no es s610 un accidente geográfico. Nuestros continentes se hallan unidos por una historia común: la interminable exploración de nuevas fronteras. Nuestras naciones son el producto de una lucha común: la rebelión contra el régimen colonial. Y nuestros pueblos comparten un pa· trimonio común: la búsqueda de.la dignidad y la libertad del hombre.

Las revoluciones de las cuales surgimos encendieron, en las palabras de Tomás Paine, "una chispa que no ha de extinguirse jamás". Y a través de vastos y turbulen· tos continentes, estos ideales americanos siguen inspiran–

do al hombre en su lucha por la independencia nacional y la libertad individual. Pero a la vez que acogemos con beneplácito la propagación de la revolución americana a otras tierras, debemos recordar que nuestra propia lucha -la revolución que comenzó en Filadelfia en 1776, y en Caracas en 1811- no ha terminado aún. No ha concluí· do todavía la misión de nuestro hemisferio. Porque nos aguarda aún la tarea de demostrar al mundo entero que la insatisfecha as¡piración humana de progreso económico

y justicia social pueden mejor realizarla hombres libres trabajando dentro de un marco de instituciones democrá· ticas. Si esto logramos dentro de nuestro propio hemis· ferio, y para nuestra gente, nos será acaso dado cumplir la profecía del gran patriota mexicano Benito Juárez, de que "la democracia es el destino de la humanidad fu· tura",

'Como ciudadano de los Estados Unidos de América. permftase ser el primero en reconocer que nosotros los norteamericanos no hemos comprendido siempre el sen· tido de esta misión común, así como también es cier,to qUe hay mucha gente en los países que representáis que no han entendido cabalmente la urgente necesidad de

libera.r, al pueblo de la pobreza¡ la ignorancia y la deses– peraclon. Pero procede ahora que superemos los ermres, las .fallil5 y las incomprensiones del pasado en marcha haCia un futuro lleno de peligros, pero resplandeCiente de esperanza.

A través de la América Latina, Continente rico el1 recursos yen. las realizaciones espirituales y culturales de su pueblo, millones de hombres y mujeres sufren a diario la degradación del hambre y la pobreza. Son millones los desprovistos de albergue adecuado y de protección contra la enfermedad, y sus hijos carecen de la instrucción o del empleo que les permita mejorar sus vidas, y cada día el problema reviste mayor urgencia. El crecimiento demográfico sobrepasa el desarrollo económico; los nive. les de vida, bajos de por sí, se ven aún más amenazados y crece el descontento, el descontento de un pueblo que sabe que por fin están a la mano la abundancia y los instrumentos de progreso. En las palabras de José Fí. gueres: l/Los ¡pueblos que una vez dormían, ahora luchan por abrirse paso camino del sol, hacia una vida plenal/. Del buen éxito de la lucha de nuestros pueblos, de nuestra capacidad para brindarles una vida mejor depen– de el futuro de la libertad en las Américas y en el mundo eniero. El no actuar, el no consagrar nuestras energías al progreso económico y a la justicia social, sería un in· sulto al espíritu de nuestra civilización, y constituiría un monumental fracaso de nuestra sociedad libre.

Pero si hemos de afrontar un problema de tan im· ponentes dimensiones, nuestro proceder debe ser audaz y a tono con la concepción majestuosa de la l/Operación

Panamericanal/. Por eso he hecho un lIamamienl'o el too dos los pueblos del hemisferio para que nos aunemos en una nueva l/Alianza para el Progreso", en un vasto es– fuerzo de cooperación, sin ¡paralelo en su magnitud y en la nobleza de sus propósitos, a fin de satisfacer las neceo sida les fundamentales de los pueblos de las Américas, las necesidades fundamentales de techo, trabajo y tierra, salud, y escuelas.

Primero, propongo que las repúblicas americanas inicien un vasto nuevo plan de diez años para las Améri· ricas, un plan destinado a transformar la década de 1960 en una década de progreso democrático. . Estos diez años serán los años de máximo esfuerzo, Jos años en que deberán superarse Jos más grandes obs· táculos, los años en que será mayor la necesidad de apo· yo y respaldo.

y si tenemos éxito, si nuestro esfuerzo es lo suficien· temente audaz y decidido, el fin de la década marcará entonces el comienzo de una nueva era en la experien. cia americana. Subirá el nivel de vida de toda familia de América; todos tendrán acceso a una educación básica; del hambre no quedará recuerdo; la necesidad de ayuda exterior considerable habrá desaparecido; la mayoría de las naciones habrán entrado en un período en el que po· drán crecer con sus ¡propios recursos y aunque todavía quedará mucho que hacer, cada república americana será dueña de su propia revolución y de su propia esperanza y progreso.

Quiero recalcar que solamente los esfuerzos relueltos de las propias naciones americanas pueden asegurar el éxito de esta empresa. Ellas¡ y solamente ellas¡ pueden movilizar recursos, alistar las energías del pueblo y modio ficar los patrones sociales, de modo que los frutos del ere·

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