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cutiva invariable.
Dicho funcionario no solamente tendrá la responsa– bilidad central de una reglamentación coherente, sino que erá la forma en que la influencia de la presidencia pue–
s , • I da ejercerse en este campo vlta .
V. CONClUSION
En fin de cuentas, normas elevadas de ética se pue· de't mantener solamente si los dirigentes de! gobierno pro,pordonan un ejemplo personal de consagl'ación al servicio público, y ejercen su función rectora para fomen· tar en todos los empleados de gobierno unél sensibilidad cada día mayor a las condiciones morales y éticas impues. tas por el servicio público. Su propia conducta debe de estar por encima de todo reproche. Y deben de ir más allá de la mera imposición de reglamentos generales en
la soluc;ión de probléma$ individuales Il Ini>dicla que :>é
pre5entan, pues deben ofrecer además su consejo y I:on. sideración personales. Con frecuencia será difícil evaluilI' la corrección de acciones particuiares. En c~sos especia!– mente delicados, la sinceridad será casi siempre la mejor soludón, pues el público comprenderá los esfuerzos he– citos de buena fe para evitar el mal uso del puesto público, si se le tiene siempre bien informado.
Me doy cueÍlta también que tal vez la más grave ,'esponsabi/idad sea la del Presidente. Ningún Presiclen. te puede excusar ni perdonar la menor desviación de las más irreprochables normas de comportamiento de parte de cualquiera de los miembros del ramo ejecutivo. Pues su firmeza y su resolución son la fuente primaria de la confianza pública en el gobierno de los Estados Unidos.
y ninguna consideración puede justificar el que se 50;:¡;¡Ve
dicha confianza.
6 de junio de 1961
INFORME A LA NACION A SU REGRESO
DE EUROPA, SOBRE SUS GESTIONES EN PARIS, VIENA y LONDRES
Saludo a mis conciudadanos.
Esta mañana regresé de un viaje de una semana por Europa y deseo dar a ustedes información completa acer– ca de ese viaje. Fue, en todos sentidos, una experiencia inolvidable. Los pueblos de París, Viena y londres fue– ron generosos en su recibimiento. Nos ofrecieron una cOl'dialísima hospitalidad y las finas atenciones que ,tuvie– ron para con mi esposa es algo que aprecio -de un modo particular.
Sabíamos, desde luego, que las multitudes y las ex· c1amaciones se dirigían principalmente a la nación que representábamos, la cual es considerada como el principal baluarte de la libertad. Igualmente memorables fueron la -pompa histórica de Europa y su cultura, que forman parte integrante de toda ceremonia de recibimiento. El acto de colocar una ofrenda floral en el Arto del Triullfo, las comidas en Versalles, en el Palatl!o de Schoenbrun, y con la Reina de Inglaterra. Estos son hermosos recuer– dos que no olvidaremos en muchos años.
Cada una de las tres ciudades visitadas por nosotros: París, Viena y Londres, existen desde hace muchos siglos,
y cada una nos recuerda que la civilización que tratamos de conservar ha florecido a través de muchos años y se ha defendido ,por sí misma a través de muchos siglos. Pero esto no fue un viaje de ceremonias. Dos objetivos de la política exterior de les Estados Unides fueron, por encima de todo, la razón de est~ viaje: la unidad del Mundo libre, cuya fuerza constituye la seguridad de nos– otros todos y la adquisición, más tarde o más temprano, de una paz duradera. Mi viaje fue dedicado a propiciar estos dos objetivos.
Para consolidar la unidad de Occidente, nuestro viaja comenzó en París y concluyó en Londres. Mis conversa· ciones c~n el General De Geulle fueron profundamente
alentador~s para mí. Ciertas diferencias en nuestras acti– tudes con respecto o tal o cual problema se hicieron in– significantes ante nuestro común compromiso de defender
la íiber~ad. Nuestra alianza, creo yo, se hizo más segura. La amistad de nuestra nación con la de ellos, espel'O, se hizo más firme, y las relaciones entre nosotros dos, (lue tenemos la responsabilidad, se hicieron más estrechas, y
me parece que se caracterizaron por la mutua conflarlz<l. Advel'tí que el General De Gaulle estaba mucho más interesado en que declaráramos francamente nuestra posición, coincidiera ésta o no con 1<1 del otro, que (;)" que diéramos la sensación de estar de acuerdo con el otro cuando no lo estábamos. Pero él conoce cabalmen!e el verd:1dero significado de una alianza. Al fin y al cabo es el único dirigente' de talla de la Segunda Guerra Mundial que desempeña todavía un cargo de gran respon5élbiliclad. La suya ha sido una vida de excepcional consagración¡ es hombre de extraordinarios dotes personales que simboli· za la nueva fuerza y la grandeza histórica de Francia. Durante nuestras conversaciones adoptó, respecio de Frnn– cia y el mundo en general, el punto de vista proyedaclo a largo alcance. Encontré que era un sabio consejero pal'a lo futuro y un guía bien informado para el exame¡t de la hisroria que ha ayudado a forjar. Tuvimas, pues, una valiosa reunión.
Creo que de ambas partes quedaron eliminadas cier– tas dudas y suspicacias que podrían haber surgido con el tra¡1SCUrSO del tiempo. Problemas que resultaron ser de forma o de procedimiento, y no de fondo, quedaron eles– pejados. No se evadió asunto alguno, pOi' delicado (fue fuera. No se omitiá cuestión alguna de interés, y las conclusiones a que llegamos serán de importancia Gpara) el futuro en lo que se refiere a nuestro acuerdo de defen– der Berlín, a trabajar para mejorar las defensas de Eu¡'opa, a contribuir a la independencia económica y política del mundo subdesarrollado, incluso la América Latina¡ a fo– mentar la unidad económica de Europa, a concluir con éxi– to la conferencia de Laos, y mayor acuerdo y solidaridad en la alianza occidental.
El General De Gaulle no puclo haber sido más cordial,
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