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« Previous Page Table of Contents Next Page »y yo no podría tener más te en hombre alguno. Además de la entereza personal de carácter de su dirigente, el pueblo francés en general me dio la sensación de vitalidad
y energía impresionantes y a la par grata5. Su reeupera· ción del período de la postguerra es espectacular, su pro– ductividad aumenta y su dimensión crece constantemente ante los ojos de Europa y Africa. Salí, pues, de París hacia Viena con acrecentada fe en la unidad y la fuerza occidentales.
El pueblo de Viena sabe lo que es vivir bajo la ocu– pación, y sabe lo que es vivir en libertad. La bienvenida que se me dispensó como Presidente de este país debe confortarnos a todos. Fui a Viena a encontrarme con el clil'igente de la Unión Soviética, señor Jrushchov. Nos reunimos por espacio de dos días en grave e intensa con– versación, y creo que es mi obligación para con el pueblo,
COn el Congreso y con nuestros aliados, informarles de estas conversaciones públicamente y con franqueza. El señor Jruschov y yo tuvimos un muy cabal y fran– co intercambio de puntos de vista sobre las cuestiones pl'incipales que dividen actualmente a nuestros dos países. Debo decirles en esta ocasión que fueron dos días muy solemnes. No hubo descortesías, exaHaciones, amenazas o ultimátums de parte alguna; ni se ganaron ni se otorga– ron concesiones o ventajas; no se proyectaron ni adopta– taron decisiones importantes; no se hizo progreso espec– tacular alguno ni se pretende que se hizo.
Esta clase de intercambio informal tal vez no resulte tan apasionante como una cabal conferencia de intercam– bio formal entre jefes de estado con un temario definido
y un nutrido cuerpo de asesores en la que se intellte lle– var a cabo negociaciones y se busquen nuevos acuerdos; pero no se pretendía tal cosa ni hubo tal conferencia, como tampoco proyectamos reuniones futuras de jefes de estado en Viena.
Pero con todo y lo sombrío de Gsta reunión con el señor Jrushchov, la encontré muy útil. Había leído sus discursos, las publicaciones hechas de sus políticas. Se me había asesorado sobre sus puntos de vista. Me habían clicho otros dirigentes occidentales -el General De Gaulle, el Canciller Adenauer, el Primer Ministro Mac Millan- cuál era su modo de ser. ' Pero llevo la responsabilidad de la presidencia de los Estados Unidos, y es mi deber tomar decisiones que ningún consejero o aliado puede adolptar por mí. Es mi obligación y mi responsabilidad obtener todas las infor– maoiones posibles antes de tomar estas decisiones y obte– ner tanto conocimiento directo como sea posible.
Por lo tanto, ,pensé que era de inmensa importancia que yo conociera pe¡'sonalmente al señor Jrushchov y me compenetrara todo lo más posible de sus normas respecto al presente y al futuro. Al mismo tiempo, quería estar seguro de que el señor Jrushchov conocía esta nación y
sus normas, de que él estuviera enterado de nuestra fuer– za y nuestra resoluoión y de que supiera que nosotros deseamos la paz con todas las naciones, cualesquiera que seClln; yo quería presentarle mis puntos de vista en forma directa, precisa y ajustada a la realidad, y con posibilidad de discusiones y esclarecimientos. Esta misión fue cum– plida. En privado, no se expresaron más propósitos de los que ya han sido declarados públicamente ,por una y otra parte. La brecha entre nosotros dos no se redujo en forma tangible en tan breve tiempo, pero al menos los
canales de comunicación se abrieron más cabalmente. Al menos las probabilidades de un juicio erróneo por una y
otra parte deberían ahora ser menores, y por lo menos las hombes de cuyas decisiones la paz en parte depende, han convenido en mantenerse en contacto.
Esto es importante, porque ninguno de nosotros dos trató meramente de agradar a la otra parte, de concordar tan sólo por amabilidad, de decir aquello que la otra parte quería oír, y de igual modo que nuestro sistema judicial depende de testigos que comparecen ante el tribunal y de los intel'rogatorios en vez de de,pender d~ lo que se ha dicho o de declaraciones por escrito, así también este in– tercalnbio personal y directo fue de incalculable valor para esclarecer y precisar lo que nosotros considerábamos vital, ya que en realidad de verdad los soviéticos y nos– otros damos interpretaciones totalmente diferentes a las mismas palabras: la guerra, la paz, la democracia y la voz popular.
Tenemos puntos de vista completamente diferentes de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es un asunto interno y de lo que es agresión, y, sobre todas las cosas, tenemos conceptos diferentes por completo de la situación del mundo y del derrotero que lleva. Unicamente por medio de una discusión de esta na– turaleza me era posible estar seguro de que el señor Jrushchov sabe cuán diferentes son nuestras perspectivas del ,presente y del futuro. Nuestros puntos de vista fue. ron muy divergentes, pero, al menos, al final adquirimos un mejor conocimiento del terreno en que estamos situa– dos el uno y el otro.
Ninguno de los dos acudió a esa conferencia para dictar una solución, o convertir al otro a una causa, o ce· del' en nuestros intereses básicos. Pero nosotros dos acu– dimos a esa cita, pienso yo, porque nos damos cuenta de que cada una de nuestras naciones tiene el poder para causar enorme daño a la otra, que una guerra de esa naturaleza puede y debe evitarse si esto es posible en modo alguno, ya que tal guerra no resolvería ninguna disputa ni probaría ninguna doctrina, y que debe tenerse cuidado para evitar que nuestros intereses en conflicto se confronten de un modo tan directo que la guerra sea la consecuencia inevitable. Nosotros creemos en un sistema de libertad e independencia nacional. El cree en un con– cepto cada día más amplio y dinámico de comunismo mundial, y la cuestión es sabe si estos dos sistemas po– drán albergar la esperanza de convivir algún día en paz, sin incurrir en pérdida alguna de la seguridad o en la negación alguna de la libertad ,para las naciones amigas nuestras.
Sin embrgo, por difícil que parezca dar una con– testación afirmativa a esta pregunta en momento en que nos acercamos a tantas pruebas difíciles, me parece que por deber contraído con toda la humanidad estamos obliga· dos a hacer todo esfuerzo posible. Esa es la razón por la cual yo he juzgado que las convel'saciones de Viena fueron provechosas. La impresión sombría que comuni– caron no fue motivo de alegría o despreocupación. Ni tampoco ele pesimismo o temores indebidos. Sencilla– mente demostró cuánto tenemos que laborar en el mundo libre y cuán difícil y prolongada es la lucha que nos im– pone nuestra fe como ciudadanos de los Estados Unidos en esta generación, por ser los principales defensores de la causa de la libertad. El único punto que ofreció alg u•
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