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« Previous Page Table of Contents Next Page »cuentra asido por la admiración, mezclada de sorpre– sa, porque un panorama semejante difílmente se puede ver aun en el trópico. Sobre la campiña ondu– lada crecen bosques y corren riachuelos en hilillos de plata y ríos entre plantaciones de toda especie, a veces estremecidos cañaverales y campos de maíz verde claro, a veces sombríos cacaotales y platanares de an– chas hojas, a veces campos lustrosos de tabaco y huer– tas de innumerables frutas, y sobre todo, alrededor de las ricas haciendas y chozas de indios, huertas que son verdaderas canastas de flores, brillantes, con colores de fuego. Pero la belleza suprema y, por lo tanto, única, es sin embargo, la orgullosa cadena de majes– tuosos volcanes que alzándose libremente sobre la planicie de la campIña, levantan sus simétricas cimas contra el cielo claro y radiante, casi todos hasta el vér– tice revestidos de lustrosos tapices de verdura, o de bosques de todos los variados tonos de la vegetación. Algunos de ellos lanzan al cielo diáfanas nubes de humo, como para recordar con una a9vertencia, que
lio están ahí sólo para decorar el paisaje.
"LA TRIBU EN ROCA DE VOLCANES VIEJOS"
Además del Momotdmbo, que parece haberse salido del grupo y que en la lejanía muestra su amena– zadora azul rojiza frente, están en fila desde el sur: el Asososca, Las Pilas, el Orota, el Telica, el Santa Clara, el Viejo, y el Chonco. Detras de ellos alzan las Montañas de los Marribios, sus cabezas rugosas como para dejar resaltar más claramente contra sus masas, redondeadas y salvajes, las formas simétricas de los brazaletes de volcanes.
La campiña de León está muy cultivada y densa– mente poblada y tiene más de la cuarta parte de los habitantes de la República que en su totalidad podría estimarse ahora en más o menos 280,000 personas. La ciudad misma tiene, si se cuenta en ella, la inmediatamente vecina Subtiava, una gran extensión, con una población de más de 25,000 habitantes. Las casas son a menudo de dos pisos, algunas muy bellas, y entre ellas es el Palacio del Obispo tal vez la que más llama la atención.
De las iglesias es la Catedral la principal. Sen– cilla y majestuosa, pero baja, probablemente construída así por temor a los frecuentes temblores. La iglesia del Calvario y la de la Merced son bellas y sólidas. Entre otros trabajos de construcción merece nombrarse un viejo y sólido puente de piedra canteada que une ambos lados del arroyo de Guadalupe.
Las principales calles de la ciudad están cu– biertas de piedras, pero de una manera que las hace apenas más cómodas que los caminos comunes. La parte indígena, Subtiava, ofrece la misma amena y pacífica acogida que las mós de las ciudades indígenas del paí's, pero sus habitantes parecen dedicarse menos . a industrias caseras que los indios de Masaya.
HACIA CORINTO
De León fuimos por tren a Corinto. El viaje fue uno de los mós agradables que se pueden hacer, debi– do al maravilloso panoramo que interminablemente se desarrolla ante los ojos del viajero.
La vía férrea corre casi paralelamente a la cadena de volcanes, primero hasta Telica, al pie del volcán del mismo nombre, después más lejos por Chichigalpa
y Posoltega, dos ciudades prósperas y limpias, habi– tadas principalmente por indios, y luego por Chinan– dega, la bella y hospitalaria capital del Departamento de Chinandega.
Este ha tenido mucha importancia como centro del comercio del indigo, pero como consecuencia de las constantes revoluciones, esta rama del comercio ha sufrido mucho. De Chinandega toma la línea férrea hacia el sur, pasa por un largo y sólido puente de hie– rro sostenido por pilastras de piedra el ancho Estero del Limón, y sigue la estrecha y larga isla de Los Aserradores hasta su extremo sur, donde tiene su ter–
minal en el pequeño puerto de Corinto. Aquí volví a ver, por quinta vez, durante mi viaje el Océano Pací– fico y sus tranquilas y majestuosas olas.
El puerto de Corinto es excelente y enteramente defendido de todos los vientos. Corinto, la Bahia de Fonseca y el Golfo de Nicoya, son los únicos verdaderos puertos de la costa occidental de la América Central. Hay que lamentar que el puerto de Corinto no esté situado en Brito, entonces tendría el Canal de Nicara– gua un excelente término en el Pacífico. Antes era el Realejo el puerto de la costa occidental de Nicaragua y muy reputado por la seguridad que ofrecía a los barcos y al mismo tiempo por la riqueza de maderas para construir navíos que allí se encontraban. Fue ahí donde Alvarado construyó una flota para luchar con Pizarra por los tesoros del Perú.
Del puerto del Realejo como era al fin del siglo XVII, encontramos detalles exactos en Dampier, por– que tomó parte en lo expedición que bajo el mando de los jefes, célebres en los anales de la piratería, Townley, David, SWan y Harris, se hizo contra León desde el Realejo en 1687. León, entonces, fue to– mado, saqueado e incendiado. El Realejo que era entonces una importante ciudad de comercio, con tres iglesias, un gran hospital, y una población acomodada, sufrió la misma suerte.
El puerto, además, se ha llenado de arena, de manera que ahora es sólo accesible a barcos de fondo chato y a botes. Sus habitantes, en su mayor parte, han emigrado a Corinto.
De Corinto regresé, por el mismo camino que vine, hasta Granada, después de varias excursiones en distintas direcciones en la región de León y en los alre– dedores de Managua y Masaya.
DESPEDIDA
En Granada subí a bordo de mi vieja embarcación la Isabela, después de dos semanas de viajes por el Lago de Nicaragua y después de muchas bajadas a tierra en las islas y en la costa de Chontales, desem– barqué en San Carlos, me despedí de Ignacio y arren– dé un bote grande en el cual bajamos lentamente el río San Juan hasta San Juan del Norte. Después de una larga estada allí y de viajes a lo largo de la costa, abandonamos, en abril de 1883, la pequeña y acoge– dora ciudad de San Juan del Norte y la encantadora Nicaragua, para regresar a Suecia, pasando por Ingla– terra
FIN
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