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TORIBIO TIJERINO

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RECUERDOS DE n\fFANClA

Quiero comenzar estas memorias de mi vida ,política con algunas reminiscencias de la infancia. Hay sucesos, a veces tri'viales, que se quedan grabados en la memoria de los niños y ejercen más tarde importante influencia en sus vidas.

Algo me había familiarizado con la guerra por el movimiento de Abril de 1893, ;iniciado en Granada. El Gobierno de Sacasa tenía pocas armas modernas y en los largos años de vida pacífica del régimen conservador los nicaragüenses habían olvidado todo eso de batallas y aro mas de fuego. Apenas en la Capital había rifles de precisión y en las guarniciones de los Departamentos exis. tían todavía los mosquetes de chispas y de cazuela. Los oficiales sabían bien la técnica del Marqués del Duero y era para nosotros los muchachos un bello espectáculo ver ejercitar a la tropa que marcharía a atacar a los revolucio– narios en la Barranca. El batallón se formaba en una de las calles. El coronel con su corneta a un lado, a colum– na de cuatro en fondo; y el Capitán Sosa, en medio de la primera fila, mandaba "carguen"; hacía la señal con la es· pada al enemigo imaginario y ordenaba iFuego! Los soldados obedecían y se apartaban por ,parejas a los lados para que el cuarteto siguiente repitiera la operación. Ha· bía soldados que intentaban cargar los rifle$ por la boca como las escopetas porque no conocían los nuevos Re· ínington, y veteranos que in'tentaban morder el cartucho como el de los mosquetes antiguos. Tal había sido de padfica la vida de Nicaragua que nadie sabía de guerra y el orden se conservaba en la ciudad por un solitaJlio po– licía, don Juan Burra, que usaba bastón con borla como insignia de su autoridad, que, sin embargo; todo el mundo obedecía sin chistar. Ese orden social era obra de los treinta años del Gobierno Conservador, y por una para· doja eran los conservadores los que iban a destruirlo con el levantamiento en Granada de Abril del 93. Es claro que en aquellos días nosotros no comprendíamos nada de . eso y nos pusimos a imitar a los soldados y a jugar a la

gu~rra a pedradas.

El 12 de Julio en la madrugada nO$ despertamo$ a los disparos de la riflería que atacaba el cuartel de Chi· nandega. Ahora era León que se levantaba en armas y el Gral. Ortiz el jefe militar. En la' esquina de mi casa emplazaron un cañón y cada cinco minutos disparaban con mucho ruido. Los atacantes echaban un continuo ¡VIVA LEONI y nada más. De modo que era difícil para

los mayores saber quien atacaba y menos por qué. Mu. chas veces, ya mayor de edad, ha vuelto a llamar mi aten. ción el que las fuerzas atacantes no lanzaran vivas al Par,tido Liberal y sólo vivas a León.

A principios del año siguiente de 1894, Zelaya, ya Presidente, se lanzó a la guerra con Honduras para llevar al poder al Dr. Bonilla y las escoltas recorrían día y noche los barrios llevando a la fuerza a los ciudadanos pacíficos y a 105 campesinos para mandarlos a pelear a Honduras.

la masa no sabía por qué era esa guerra y se resistía. Era tal la actividad de las escoltas reclutadoras que una de ellas nos reclutó frente a mi casa a un grupo de muchachos que tranquilamente jugábamos en la calle, todos de doce y trece años. Los padres parientes y ami· gos se lanzaron a nuestro rescate y logramos escabumr· nos en medio de la trifulca, pero al día siguiente fuimos despachados a escondernos al cerro de Chinandega. Ese mismo año mi padre fue capturado y ,puesto a escoger entre dar diez mil soles en efectivo o salir deste. rrado del país. Yo me fuí con él y embarcamos en Corinto con destino a El Salvador; pero debimos ir prime. ro a Guatemala porque los puelltos salvadoreños estaban cerrados por una epidemia de fiebre amarilla. Los palos se pusieron a la orden del día y comenzaron las persecu· ciones políticas. Se perfilaba Zelaya como Dictador y comenzaba la disidencia con Occidente.

Algún tiempo después volví a Nicaragua para con· tinuar mi escuela y entonces, ya más crecidito, tuve una grande impresión en mi;' es,píritu: Las escoltas recorrieron los barrios de Chinandega capturando mujeres, mucha· chos y hombres, y en la mañana, entre doble fila de sol· dados, fueron llevados a la estación del F. C. y remitidos a Managua para que trabajaran en las haciendas en el corte del café. Y esto en plena vigencia de la gloriosa Constitución del 93.

El espectáculo era conmovedor. Las mujeres llora– ban porque muchas dejaban sus tiernos hijos y los hom· bres ceñudos obedecían a la fuerza. Este recuerdo influyó mucho en mí más tardeen mi actuación en la Cámara de Diputados cuando lSe trató de las leyes de Agricultura y Trabajo y fue decisiva cuando siendo Secretario Privado se pretendió revalidar la vieja ley de Zelaya.

y así se grabó en mi espíritu la rebelión contra las Dictaduras y el deber de combatirlas.

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MEDICO A PALOS

En las postrimerías del Régimen de Zelaya, mi padre, desterrado con toda su familia en la hospitalaria Repúbli-

ca del Salvador, consagró casi ,todo su tiempo a la lucha contra el Dictador, y recayó sobre mí el manejo de loS

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