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uno y otro lado del proyecto de ferrocarril a Monkey Point. Ahora los conservadores de aque'lIas latitudes estaban ha– ciendo lo mismo en localidades en donde creían que las Compañías fruteras pudieran interesarse. La vieja Ley Agraria prácticamente regalaba los terrenos del Estado en la en'ónea teoría de que regalándolos se cultivarían y po– blarían y olvidando que la tierra ha sido una de las más viejas especulaciones. Conseguí pasar una Ley mandan– do suspender todas las denuncias de tierras baldías mien– tras el Congl'eso no promulgara una nueva Ley Agraria y también suspendiendo la vigencia de la Ley Vieja. De este modo logré hacer pasar este decreto más fácilmente que si hubiera propuesto la derogación total de la men– cionada Ley. En seguida presenté el pl'oyecto de refor– mas cuya base era el postulado de que el Estado no

enajen~ría las tierras de su ,propiedad sino que solamen~e

las debía en arriendo en lotes limitados y con la precisa e insolayable condición de que el denunciante pagaría un canon anual y debía cultivarlas en no menos de sus dos terceras partes en los próximos cinco años. Por no cul– tivarlas perdía su derecho y cualquiel' otra persona podía denunciarlas y tomar posesión de ellas. Así la Ley no llegaba al extremo de declarar que la tierra es de quien la ocupa y cultiva pero dejaba al Estado como propietario para poder aumentar el canon en ciertos períodos o darlas a otra persona para su cultivo. PI'ácticamente eliminaba la obtención de tierras ¡para venderlas a extranjeros o pa– ra guardarlas como especulación.

Por aquellos tiempos la tierra en Nicaragua estaba bien repartida y casi no había nicaragüense sin su pedazo. Artesanos y profesionales amaban la tierra y poseer su

finquita era la aspiraclon genera\. Poco se conocían los latifundios y no obstante que el régimen de Zelaya auto. rizó la venta de los ejidos, con pocas excepciones las mu. nicipalidades los conservaban.

El proyecto de Ley que presenté tendía más a prevenir contra el mal que ahora llena de inquietud a los pueblos: el monopolio de la tierra y su consiguiente en. carecimiento. En la Cámara de Diputados por dos veces la hice pasar pero volvía del Senado con reformas funda. mentales. Después fue enviada a la Corte en consulta y no regresó al Congreso sino cuando yo había dejado de ser Diputado. Mi proyecto fue modificado, en cuanto Se dejó el principio del cultivo pero se permitía la venta una vez cumplida esta condición. Por supuesto que fue fácil burlarla cohechando a los funcionarios que hacían la ins· pección para constatar si estaban cultivadas. Así pasaron

él ser de particulares millones de hectáreas de tierra del Estado. Desde luego un Gobierno que no esté al servicio ele los intereses creados, puede, por medio dé la facultad de imponer rentas, recuperar lo ,perdido, ya que comienza a sentirse en Nicaragua la falta de tierras para el campe· sinado en la región accesi~le por los caminos buenos, con· dición indispensable para el desarrollo agrícola. Esa fue la equivocación de Zelaya en lo que tocaba al Ferrocarril de Monkey Point. Lo planearon para hacer competencia al Canal de Panamá y no para el desarrollo interior de Ni· caragua. Claro que lo anterior explica el fracaso del mis· mo. En mi folleto publicado hace varios años "El Tratado Chamorro Bryan", expliqué un poco más detalladamente esta tesis.

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EL TRATADO CANALERO

En nuestra generaclon, y todavía ahora, se han ad– mitido como dogmas ciertas teorías .que en nuestra 'igno· rancia en asuntos económicos -y financieros nos han hecho tragar como píldoras doradas: "Necesitamos Inmigración", y las loritas del periodismo demuestran su sapiencia citan· do a Sarmiento que dijo: "Gobernar es poblar", y para proteger la inmigración se regalan tierras, se dan subveli' ciones yse liberan de impuestos a los empresarios de inmigrantes. Con solo mirar a nuestro alrededor se ve que ninguna de esas empresas ha traído inmigrantes. Y que Sarmiento no se puso a regalar tierras a campesinos sino que trajo la inmigración para quedarse en el país. A nosotros nos han llegado unos cuantos, casi siempre he– breos que se dedican al comercio, que no fundan nada, ni aumentan la producción, hacen capital y enseguida se van a gozarlo en su tierra de origen. Y que cuando se han hecho ricos, se creen de raza superior y ven a los nica· ragüenses nativos que les regalaron sus riquezas de arriba para abajo. A mi juicio la inmigración debe ser seleccio– nada y acomodada a las necesidades del país y debe na· cionalizarse nicaragüense y casarse en el país como prenda de que se quedarán en él y se convertirán en nicaragüen– ses, hermanos nuestros en la prosperidad y en los días amargos. Sus ideas deben dejarlas en el mar antes de en· trar a Nicaragua. Una ley de extranjería que no acuerde a estos la facultad de hacerse ricos para marcharse ense· guida. Hermanos nuestros pero nunca amos.

Es triste y además tonto ver a extranjeros que se han hecho ricos hasta por medios poco honorables mantenerse siempre extranjeros y con más garantíaji que los nicara· güenses en sus personas y propiedades, y en aquellos días hasta gozando de derechos de extraterritorialidad, izando banderas extranjeras en sus residencias particulares. Hay que proteger a la Industria con mayúscula; y para esto lo primero es subir los derechos de aduana. Y enseguida resulta que como no podemos tener una industria de transo formación porque carecemos de fuerza nuesira lo que ,se hace es gravar a la generalidad para que se enriquezca el industrial generalmente extranjero. Así por muchos años una fábrica de medias importaba el hilo libre de derechos, tejía las medias y las vendía con el precio 100% más alto que las importadas. Prácticamente pasaba a las bolsas de sus propietarios el impuesto que se debía co– brar en la Aduana para provecho del Estado. Y así muo chas otras. Pero además, arguían los amigos de los industriales, asta fábrica da trabajo a los nicas. Y aquí una contradicción porque si hay brazos de sobra no neceo sitamos inmigración.

y así con el Canal. En la imaginación de la generalidad la construcción del Canal traería una gran prosperidad al ¡país y los granadinos se extasiaban pen– sando en ver atracar al muelle de Granada al leviathan y

al Queen Elizabeth. Por supuesto que nadie se pregun– taba si el muelle sería de los· nicaragüenses y si los barcos

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