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La manifestación de los chinandeganos había desfi– lado en orden y sin ningún incidente desagradable. Cuando llegó el tren de Corinto el Dr. Irías bajó del mis– mo para pronunciar un entusiasta discurso con las de costumbre en estos casos. Yo lo escuché montado en mi caballo a unos treinta metros de distancia y atento a man– tener la tranquilidad y garantizar la libertad.

Cuando terminaba su discurso hubo un incidente en la bocacalle de la estación cuando dos individuos bajaron del tren y quisieron pasar la valla con dirección a la ciudad. El jefe de la escolta se lo 'prohibió y ellos desenfundaron sendas pistolas. Fueron prontamente des– armados y 'puestos a retaguardia para conducirlos a la Po-licía com~ era de Ley y conveniencia. , En Le6n la política del Gobierno era de completa lenidad y con frecuencia algunos exaltados se rebelaban contra la policía y hasta la desarmaban. En Chinndega no sucedían tales cosas y se mantenía el respeto a la au– toridad y el respeto de ésta a los derechos ciudadanos en su plenitud.

Al ver el movimiento de la gente me dirigí rápida– mente al lugar y encontré que un grupo se había bajado del tren y pretendía arrebatar a los prisioneros. La es– colta conforme instrucciones puso rodilla en tierra y alistó sus rifles y el oficial advirtió a los amenazantes que si daban un paso más haría fuego. Mi viejo amigo Anas– tasio Ortiz hijo, se dirigió a mí para pedirme la libertad de los ¡pistoleros; pero después de oir el informe del Jefe de la Escolta que nadie contradijo le manifesté a Ortiz que sentía no acceder a su pedido porque sería quebrantar la disciplina ya que el Jefe había obrado en cumplimiento de órdenes expresas mías, pero que le daba mi palabra de que tan pronto terminara la manifestación, serían pues– tos en libertad y despachados a León en el tren de la tar– de. Con lo que concluyó todo y siguieron tranquilamente los discursos.

Al fin el Dr. Irías volvió a su tren y éste se puso en marcha colmado de gentes hasta en el techo de los carros. Como a una cuadra de la Estación y al comenzar una curva los entusiastas del tren sacaron sus pistolas y comenzaron a disparar al aire. La manifestación inició su regreso y yo me puse a la cabeza de la caballería a fin de darles garantías por si algún conservador exaltado planeaba un bochinche al verme a la cabeza de la manifestación con– tuviera sus impulsos. La manifestación se disolvió tran– quilamente y la caballería viejana desfiló para su pueblo, todo sin ningún incidente desagradable ni pleitos de nin– guna especie. Una demostración de cul·tura cívica por todos sus costados.

No fue siño hasta una hora después que comunica– ron del Centro Destilatorio de Chichigalpa que en el tren iban unos heridos y que se decía que habían intentado asesinar al Dr. Irías.

Durante la manifestación el Cuartel había quedado con s610 25 hombres entre ellos unos cinco de los refu– giados chamorristas que como dije antes habían llegado a Chinandega y tenían plaza en la guarnición. Tenían orden de no salir del cuartel por cualquier cosa. Y sin embargo dos de ellos y otro oficial de policía de Chinan– dega se habían ido a ver pasar el tren en la curva a tres cUlldras de la Estación. Ellos alegaron que estaban media cuadra de la vía férrea y que del tren les habían hecho fuego de pistolas, al cual contestaron con las propias sin

que nadie se diera cuenta. Inmediatamente telefOriéé '. León y me informaron que el Dr. Lara había curado cinéci heridos ninguno de gravedad y todos de balas de ,pistolas 38 y que todos iban juntos en el techo de una góndola. ' Era un hecho lamentable pero de relativa importancia en vista de lo que había sucedido en otras partes aÚn entre partidarios de Cuadra y Chamorro y donde la policía' había hecho uso de sus rifles y se había producido mUer– tos. Pero los estrategas políticos del Dr. Irías determi_ naron que había que usar ese incidente y se levant6 la calumnia de que nabía sido un intento patrocinado por mí de asesinar al Dr. Irías.

, Por supuesto que no había el más pequeño elemento de lógica el) tal calumnia; pero en el momento de exalta~

ciones los criterios se perturban y de la calumnia siempre queda algo, como decía el ilustre escritor francés. El Dr,

Antonio Medrano que dirigía el Diario órgano del Partido se negó aprestarse a la maniobra y renunció al caigo que fue ocupado por el escritor don Andrés García de Jas vie– jas cohortes zelayistas. Un grulpo de importantes:libera_ les de Chinandega que habían visto el orden y garantías de que gozaron, publicó una hoja suelta librándome de toda' culpa. El Dr. Ecolástico Lara publicó didamen de haber curado los heridos todos de balas de revólver y no de rifles como aseguraba el Sr. Garefa. Tres de los he. ,I"idos eran de Chinandega y regresaron a sus casas a cu– rarse sus leves heridas. Se quejaron a la Legaci6n Ame. ricana y ésta mandó tomar informes, lo mismo que los diarios de Managua.

Sin embargo, se continuó la campaña porque con ella se perseguían varios fines, entre ellos obligar al Gobierno a relevarme del pueso para debilitarlo en Occidente y

exaltar la ingenuidad apasionada del populacho. Los lambiscones del Dr. Irías organizaron cuerpos de fieles guardaespaldas para cuidarlo. En León llegaron a la ridiculez de poner vigías y centinelas en los techos de las casas vecinas a la que ocupaba el Dr. Irías. Cuando éste fue a Managua lo mantenían rodeado de bravucones, mientras que Chamorro transitaba por las calles y llegaba al Hotel Lu,pone donde se agolpaban los héroes, comple– tamente solo.

Por lo demás cualquier persona sensata pensaría en lo absurdo de intentar asesinar a nadie que va en un tren en marcha lleno de gente y a 50 metros de distancia y con pistola.

y por último esta campaña la aprovechó el Dr. Irías cuando, convencidos sus partidarios de que no eran cier– tas las seguridades que el Dr. decía haber conseguido en Washington, hubo de obtener de ellos las últimas contri– buciones para volver a Washington a reanudar relaciones. Haciendo aspavientos de temor se fue vía el Barquito para I·ibrarse del terrible Toribio que no lo dejaría salir con vida en su huída.

Años después la política nos sentó en un almuerio en Santo Domingo y ambos nos reímos de lo que él llamó

lI estratagema política".

Sin embargo hace poco un periodista todavía hacía méritos de haberse encontrado en la "Balacera de Chinan· dega ll

Era muy joven aún en aquellos días y debe haber ido muy asustado de los disparos con que manifes· taban su entusiasmo sus correligionarios.

Tres días antes de las elecciones el Partido Liberal se retiró de ellas y como no alcanzara a llegar esa orden a

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