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cuatro ,pueblos del Departamento de Chinandega que no tenían servicio telegráfico, éstas se llevaron a cabo pacífi– camente triunfando los liberales en C,inco Pinos y San Francisco y los conservadores en San Pedro y Santo To-

más. Demostración de que si hubieran ido a las eleccio– nes, en Chinandega se habrían llevado a cabo con amplia I'ibertad como era mi firme propósito con aprobación del Presidente Díaz.

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A LA SECRETARIA DE LA PRESIDENCIA

Pasada la elección los corrillos y políticos se movían para colocar en los puestos claves a sus comilitones. Era cosa que no se discutía que el Dr. ,Emilio Alvarez Lejarza sería el Secretario de la Presidencia, para lo cual tenía méritos propios, por su cultura universitaria, su posición en el Partido, sus relaciones sociales. Además ya había sido Secretario del General Chamorro en la Misión de éste en Centro América. Fue pues, una sorpresa para mí reci– bir del General Chamorro la indicación de que deseaba que yo ocupara la Secretaría Privada, como ca,pacitado pa" ra ese puesto, ya que mi aprendizaje no había pasado de los estudios correspondientes al Bahillerato en Ciencias y Letras en el Instituto de León. Los últimos 16 años de mi vida los había pasado trabajando en cortes y embar· ques de madera, manejando una Fábrica de Jabón y en trabajos agrícolas. Es cierto que había sido un lector incansable y ~o sigo s,iendo, pero me faltaba la disciplina de estudios debidamente planificados y coordinados. Sempre había cultivado un profundo respeto y adhe– sión a don Diego Manuel Chamorro, a mi juicio, el único conservador con estatura de Estadista que el Partido ha tenido después de la caída de Zelaya, y consulté con él exponiéndole las fallas que yo tenía ,para el desempeño del alto y delicado puesto que me ofrecía el Ge– neral Chamorro. Don Diego me dijo qu~ las fallas eran ,pequeñas y subsanables. Que lo que el General Cha– morro necesitaba era un hombre completamente suyo sin vinculaciones anteriores y estrechas con ninguno de los círculos que en el Partido se disputaban la hegemonía, que tuviera suficiente sentido común y experiencia en el trato de los hombres para adiv,inar las intrigas que se de– sarrollan alrededor de todo Gobernante para llevar agua a su propio molino, y por último con la suficiente inde– pendencia para decirle NO si el Gobernante iba por mal camino azuzado o engañado por los AMIGOS.

Es claro que la posición era tentadora para mí que tenía una posición secundaria en el ParHdo, y a,penas un humilde crinande,guita que ni siquiera se había puesto nunca un frac o un chaquet, pero que me sentía con sufi– ciente carácter para llenar las condiciones que don Diego había descrito. Y acepté. Por supuesto que al hacerse mi nombramiento se despertaron los más intensos traba– jos en contra mía de parte de aquellos a quienes mi pre– sencia perturbaba sus planes.

Uno de los principales argumentos era que se disgustaría al Sr. Ministro Americano, porque mi actuación en el Congreso combatiendo los contratos con los Banque– ros hebreos de Nueva York y oponiéndome a todas las concesiones solicitadas por ciudadanos norteamericanos, probaban mi antiamericanismo. Ciertamente yo me ha– bía ~puesto a esos contratos y al otorgamiento de Conce– siones leoninas, no por ser norteamericanos los favoreci– dos sino por considerarlas perjudiciales al país, y siempre expuse las razones y fundamentos de mi oposición, sin que nunca fuera una de ellas la nacionalidad de los soli-

citantes. Además nunca he podido comprender que un miembro del Congreso de Nicaragua sea en pro o en contra incondicional de otro país. Yo soy nicaragüense y lo que estudio y veo es si una cosa conviene o no con· v,iene a mi patria. Que sea chino o norteamericano el interesado nada tiene que ver.

Y en lo tocante a Concesiones con el pretexto de proteger la indusria o de que van a darnos trabajo, soy totalmente opuesto a ellas. Yo creo, y así lo pro,puse en la Constituyente, que no debe haber excepciones ante la Ley y que si se considera provechoso dar una franquida aduanera

C) regalar unos cuantos miles de héctáreas de tierra nacional, esto debe hacerse en una Ley General para todo el que retribuya con tales o cuales condiciones o a base de liClitación pública; pero nunca en forma de con· tratos que comprometan la libertad del Estado para legis– lar en la materia como mejor le convenga y plazca en lo futuro. El argumento no valió y el Sr. Ministro no se desagradó por mi nombramiento.

La campaña electoral había sido ardiente y fue fre– cuente la injuria personal. Ya referí antes como a mí se me achacó la absurda idea de haber preparado el asesi· nato del Dr. Irías, precisamente cuando la vida de este caballero era preciosa Ipara el Pa'rtido Conservador por es– tar comprendido claramente en la Nota Knox.

Se hacía también propaganda para infundir miedo a los opositores profetizando que el Gobierno del General Chamorro ejercería venganza y represalias, y algunos lí–

deres liberales comenzaron a pedir pasaporte para salir del país. El Dr. Manuel Maldonado, distinguido orador y poeta que tenía mi admiración, vino a verme para hablar– me de eso y su intención de salir del país. Le manifesté la equivocación en que estaban, que el Gral. Chamorro había tenido poder y nunca había ejercido venganzas, y para darle mayor seguridad le ofrecí que si algo adivinara yo contra él le daría aviso y pondría mi renuncia de la Secretaría. Esta actitud mía devolvió a muchos la fe en que no habría tiranía. Esta convicción se afianzó más cuando se conocó la composición del Gabinee, en el cual figuraba el Dr. Rafael Cabrera como Ministro de Gober· nación. Caballero presNgiado socialmente, de principios bien conocidos, sin odios, y de carácter independiente que ninguna vanidad lo haría vacilar, fue claro que las inten· c,iones del Gral. Chamorro eran hacer un Gobierno hones– to y de leyes y garantías totales.

La presencia de don Martín Benard en Hacienda demostraba la intención de que ésta fuera manejada con honestidad.

El 1'? de Enero de 1916 tomó posesión de la Presi· dencia el Gral. Chamorro, e inmediatamente asumí la Secretaría Privada, que comenzó con la fácil tarea de con· testar las usuales felicitaciones, más tratándose de un caudillo de extensos prestigios populares.

El General Chamorro corroboró los signos de su in· tención de hacer un Gobierno cíviico y mandó retirar los

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