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guardias militares de la Casa Presidencial, quedando res– guardada ésta por solamente dos policías y por los cuatro ayudantes del Presidente. Estos ayudantes los escogió entre los niños bien de Granada, creyendo que por su cultu!'a recibirían bien al público y darían brillo a la Casa Presidencial.

Estaba bien retirar la guardia militar pero no era acertado dejar solamente dos policías, más si se tiene en cuenta que la NI? 1 no era una casa aislada, sino contigua por dos lados a viviendas particulares y por añadidura de adversarios políticos castrenses.

La Guardia Militar debió ser sustituída por 25 po– licías.

Los simpáticos ayudantes resultaron mi primer'a tri– bulación. A los pocos días que fuí al Salón de Espera los encontré bailando con unas 3 ó 4 bonitas doncellas mien– tras en el primer cuarto se aburrían el Coronel Elspinoza y varios de sus oficiales, leales soldados del G!'al. Cha– morro a quienes los barbilindos ayudantes ni siquiera habían anunciado. Naturalmente los reprendí severa– mente y dí explicaciones al Coronel Espinoza y amigos. Se me insurreccionaron y tuve que mandarlos arrestados al Campo de Marte, y convencí al Presiednte de que esco– giera sus ayudantes entre jóvenes de Managua ya foguea– dos y conocedores de sus amigos, ,para que no volviera a darse el desaire hecho a quienes se sentían con derecho a verlo y hablarle.

Por supuesto que esta fue otra causa de disgusto pa– ra las respectivas mamás y papás y me achacaron que los había despedido por ser granadinos de la crema social. Dediqué buenos ratos a ir organizando conforme horario las audiencias ministeriales, oficiales y particula– res, que son muchas cuando además de Presidente se es caudillo de la popularidad y responsabilidad del General

Chamorro. Hice que los libros de acuerdos ministeriales que debía autorizar el Presidente fueran enviados a la Secretaría en la tarde a fin de tener tiempo de leerlos detenidamente y llamar la atención del Presidenie sobre aquellos acuerdos que merecieran su previo estudio antes de firmarlos.

Esa fiscalización era una de las cosas que me había aconsejado don Diego, y a fe que era necesaria, y no fueron pocos los acuerdos que el Presidente dejó sin fir– mar para considera'rlos y discutirl,is después. Claro que esto era otra tribulación para los señores Ministros que algunas veces se ofendían ,por las dilatorias y como no les convenía disgustarse con el Presidente lo hacían Con el culpable Secreta'rio.

Poco a poco me fuí acomodando a mi nuevo oficio, organizando la oficina al día, cambiando las claves etc. Enseguida fue nombrado colaborador de la Secretaría don Agustín Bolaños Chamorro. Se dijo entonces que los que habían conseguido ese nombramiento lo hicieron para meterme una cuña. Para mí fue una gran ayuda. Era– mos viejos amigos desde el exilio en tiempos de Zelaya y Agustín era muy culto escritor y se espec,ializaba en el buen decir. Así que desde entonces toda comunicación importante pasaba por el lápiz rojo de Agustín.

Cuando los documentos eran extensos y para la pu– blicidad me prestaba también su valioso concurso el distinguido Profesor don Arturo Elizondo, ambos de grata memoria.

Cuando el General Chamorro me ofreció el puesto de Secretario el sueldo asignado en el Presupuesto era de $ 400.00. Por las circunstancias de que hablaré ade– lante hubo reducción de sueldos y en el Ministerio de Hacienda se me redujo el mío a $ 120.00. Miserias hu– manas. Tenía sueldo de Oficial Mayor.

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PERSPECTIVA SOMBRIA

De los señores Cuadra, con quien más trato tuve y a quien aprecié y brindé amistad, fue don Eulogio, hom– bre honesto a carta cabal, de carácter recto como a mí me gustan los hombres. Unos dos meses antes de que to– mara posesión de la Presidencia el General Chamorro, me dijo don Eulogio que tendría desilusiones en el nuevo Gobierno dadas mis ideas, porque al Gral. Chamorro se ,le e~igirían condiciones terribles que el Presidente Díaz

ha~ía logrado a,plazar. En efecto,' al sólo inaugurarse el nuevo Gobierno el Recaudador de Aduanas se incautó de todas las rentas del Estado, excepción hecha de las de Aguardiente y Tabaco, que estaban algo desorganizadas y apenas producían unos 80 mil córdobas mensuales para cubrir la totalidad del Presupuesto, o sea que el nuevo

~obierno no contaba más que con un 33% de las entradas ordinarias. Como dije en el folleto sobre el Tratado Cha– morro-Bryan, el Recaudador de Aduanas no solamente se i,ncautó de las Rentas sino que las depositaba en el Banco sin, hacer él ni el Banco uso de ese dinero, y por consi– guiente reduciendo la circulación o circulante en manos del público paulatinamente hasta que llegó a menos de 800 mil córdobas. Además el Banco cerró los créditos cO,n la intención de provocar una situación insostenible de estrechez y miseria.

Al mismo tiempo ofrecían soltar esos dineros en forma de prórrogas etc., siempre que el Gobierno de Nicaragua aceptara el nombramiento de un Interventor extranjero en cada uno de los Ministerios y oficinas prin. cipales del Gobierno Es decir que nos dejáramos crucifi– car a cambio de la esponja de hiel.

Naturalmente el Gobierno rehusó aceptar las condiciones y el Presidente estuvo dispuesto hasta a dejar acéfalo el Gobierno antes de suscribir la infamia que se le exigía. Y sin embargo había algunos nicaragüenses dispuestos a aceptarla si los dejaban de capataces. Por supuesto que el Consejo de Ministr~s rechazó de plano la propuesta. Comenzaron las negociaciones para reformar las condiciones, confiados los unos en que la miseria creciente obligaría a doblar la cerviz y aceptar el yugo, y los que nos oponíamos, en que alguna circunstan– cia hiciera cambiar el rumbo de las exigencias.

El Ministro Dr. Cabrera fue quien con más energía se opuso a la aceptación de tan humillantes condiciones. Otros en el Gabinete lo siguieron aunque más débilmente. Yo no tenía voto en el Consejo pero me correspondía asis– tir como Secretario de Actas y aprovechaba naturalmente la oportunidad para meter baza y apoyar enérgicament~

la negativa.

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