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muy opor,tuno crear un Diario que se encargara de la De– fensa del Presidente y del régimen, inclusive de los Seño– res peticionarios.

El General Chamorro no contestó ni dijo nada como hacía siempre que un asunto grave lo hacía reflexionar. En la Audiencía del siguiente día, el Presidente se nElgó rotundamente a establecer la Censura, salvando el honor del Partido y el suyo ,propio y uno de los principios por el que inuchos conservadores habían ofrendado su vida.

Algunos días después, el Dr. Cuadra Zavala que co– mo Secretario de nuestra Legación en Washington estaba a cargo de ella, cablegrafió comunicando que en el Depar. tamento de Estado se le había insinuado la conveniencia de poner coto a los ataques de la prensa del país contra los funcionarios norteamericanos. Se le contestó que el Sr. Presidente Chamorro durante su estancia en los Esta-

dos Unidos había aprendido a apreciar la libertad de la prensa como un baluarte de la democracia y que no había tomado ninguna medida para coartarla a pesar de que los ataques contra su persona y el régimen eran todavía más desconsiderados que los que provocaban su insinuación. No hubo más insinuaciones. La liberad de la pren· sa se consolidó en Nicaragua y yo me di el gusto de no hacer de Censor del amigo Juan Ramón y de impedir lo que seguiría una vez abierta la puerta a los abusos y al irrespeto la Constitución.

Toda esta lucha Ipasó en silencio y quizás no habría traslucido al público si no hubiera sido que el Diputado Dr. Ramón Castillo que tuvo conocimiento de ella, y aun se había proporcionado copia de la contestación al Dr. Cuadra Zavala, cometió la indiscreción de leerla en la Cá– mara.

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TRIBULACIONES EN LA SECRETARIA PRIVADA

Cada día me confirmaba más en la pintura que don Diego me había hecho de las funciones de un Secretario. Una de ellas es servir de parachoque y defender al Presi· dente de los asaltos de los AMIGOS. Naturalmente que como consecuencia echarse encima muchas enemistades. Los quejosos no culpan al Presidente de sus fracasos sino al pícaro y mal intencionado Secretario.

Todos los días los Ministerios envían a la Presidencia los libros de Acuerdos para la firma del President~. Prono to me di cuenta que éste no tenía tiempo para considerar· los detenidamente y que aun con el consentimiento previo del Presidente, algunas veces los Acuerdos no ve· nían en todo conformes y aun había los HABILES que se ingeniaban para redactar acuerdos aún a espaldas de los Ministros.

Tuve, pues, que establecer una seria vigilancia muy personal antes de llevar los libros a la firma ;presidencial. Es claro que algunas veces hubo acuerdos que no se fir– maron, hiriendo intereses personales. Encima se me vino la ira y el rencor de los que se creían dañados y no faltó algún Ministro que se sintiera ofendido en su dignidad, sin entender que esa vigilancia servía bien a los intereses del Gobierno y a los propios de ellos que a veces confia– ban más de la cuenta en subalternos sobornables. Otra fuente de 'rencores fue la organización de Audiencias. Siendo el Presidente hombre de gran popu– laridad y acostumbrados los nicaragünses por los años de Zelayismo dictatorial a que el Presidente resolviera todo hasta las cuitas hogareñas, las solicitudes de audiencias eran muchísima-s. Hubo pues que establecer un horario para recibir a los Ministros y Diplomáticos en días y horas determinadas y dejar dos horas de las tasdes para los asuntos particulares.

La Secretaría estudiaba las solicitudes todas y las presentaba al Presidente quien las resolvía y la Secretaría las cumplimentaba. Las más importantes audiencias se concedían a horas fijas. Pero había muchos amigos que

Se consideraban con derecho de entrar sin anunciarse y querían ver al Presidente inmediatamente, sin acordarse de las múlt¡ples ocupaciones de éste. Al atajarlos era el Secretario malévolo el culpable.

y más molesto todavía cuando la opinión del Secre· tario iba en contra de pretensiones de índole política de predominio en que iban envueltos planes de provecho personal, granjerías y a veces negocios inmorales y alta· mente perjudiciales al buen nombre del Gobierno y del Partido.

Por ejemplo: el. Presidente rabía salido para Grana· da y antes en vista de la escasez de azúcar por la guerra europea se había prohibido la libre exportación y el aca– paramiento de la misma con fines de aumentar la escasez y el predo en provecho de los acaparadores privilegiados. El Sr. Director de Policía Coronel Ibarra, hombre ecuáni~

me, recto y de gratos recuerdos en su aduación justiciera me telefoneó que en esos momentos se había visto obli– gado a poner una Guardia Policial para evitar que el pue– blo más o menos en ánimo violento, invadiera una casa de cierto personajillo de noble familia a quien suponían haber acaparado una gran cantidad de azúcar y cerrado la venta de la misma. Le dije al Coronel lbarra que llamara al orden a la muchedumbre y les prometiera que la ley contra el acaparamiento se cumpliría y que él en persona entraría a la casa señalada a practicar un registro y si en– contraba azúcar embodegada la haría poner inmediata– mente a la venta. Parecía esta una solución justa y

prudente. Pero la Sra. de la casa se opuso a la entrada del Sr. Director de Pol.icía y pedía que la Policía disolviera a los gru,pos con palo en mano. Vanas fueran las expli– caciones que el Coronel lbarra dio a la Sra. y telefoneó nuevamente para informarme de la situación. Le dije que dijera a la Sra. que la Policía cumpliría sus deseos de disolver a los grupos amenazadores tan pronto su autori– dad estuviera segura de que no había en su casa la can– tidad de azúcar que el pueblo decía. Y que de lo contrario retiraría la policía y sobre ella declinaba la res– ponsabilidad de lo que sucediera.

Sospecho que el Coronel lbarra no vio bien la cantidad de azúcar embodegada que apareció como depósito ajeno y así lo hizo saber a la muchedumbre, dejó una guardia y los grupos se di'solv-ieron. Al siguiente día se abrió nuevamente la venta en la agencia dicha.

Dos días después que regresó el Presidente se pre.

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