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CONCESIONES ONEROSAS

Antes me he referido a la obra meritoria del Gobier– no Conservador de haber cancelado, con el apoyo del Gobierno Americano, todas las onerosas concesiones otor· gadas a diestra y siniesra por Zelaya que regaló a mono– polistas extranjeros grandes cantidades de terreno. Sin embargo los cazadores volvían a la tarea y nuestros hombres se dejaban engañar con los señuelos de que los nicaragüenses tendrían trabajo, la protección a la indus. tria etc.

El Sr. Valentine presentó solicitud para obtener la ex,plotación de los hidrocarburos de Nicaragua. Era el mismo que había obtenido una semejante del Gobierno de linoco y que el propio Gobierno Americano, siguiendo la política consfitucionalista de Wilson, repudió.

Por supuesto que el trámite era el mismo: conexión interesada con amigos o familiares de los hombres del Gobierno; invitaciones a comer con tragos libres a políti. cos secundarios ~,_a reporteros y cacatúas de la prensa dia. ria con la consiguiente propaganda a precios irrisorios; solicitud de exenciones de derechos e impuestos; uso de tierras yaguas nacionales a título gratuito, todo por años que obligarían a tres generaciones de nicaragüenses; y el consiguiente cortejo de abogados más o menos bien re· munerados para que redactaran los contratos de modo que la República no pudiera zafarse de la red en que la aprisionaban.

Creí que este sistema, contra el cual estaba el propio Presidente Wilson según lo declaró llanamente en su dis– curso de Mobile y su declaración a los Diplomáticos latino· americanos en Washington hecha apenas una semana después de haber tomado posesión de la Presidencia, re· pudiando la diplomacia del dólar, era necesario terminar· lo para siempre y que los capitalistas que desearan venir a hacer negocios en Nicaragua deberl~l'! estar sujetos a las leyes del país presentes y futuras, y hacer excepciones era, además de inconstitucional, perfectamente tonto. Si una industria o una empresa merece un subsidio que lo otorgue el Congreso y que su monto figure en el Presupuesto.

La discusién ele la Concesión Valentine no era de mis atribuciones pero tendría que llegar a la Presidencia para su firma y entonces sería la oportunidad de obje. tarla. Sin embargo mi modo de pensar era bien conocido en los círculos del Gobierno y del solicitante.

La ley declaraba propiedad nacional o del Estado los yacimientos del subsuelo y hacía excepción de los hidro– carburos en la Ley de Minería para la obtención de derechos de explotación. Yo sabía que la Ley sobre hi· drocarburos expedida por el Estado de Colorado, centro minero, era considerada como la mejor en los Estados Unidos y obtuve un ejemplar de ella por medio de nuestro Cónsul en California y la tenía sobre mi escritorio en la Secretaría para irla leyendo en ratos no muy ocupados con mis obligaciones.

El Presidente Wilson era demócrata y el nuevo Mi· nistro en Nicaragua, Dr. Jefferson uno de sus corifeos en Colorado. El Dr. frecuentemente al bajar de ver al Pre– sidente entraba a conversar brevemente conmigo en la Secretaría.

Un día el Dr. entró temprano y me preguntó cordial– mente si, era cierto como decían que yo obstaculizaba el contrato \Valestine. Le contesté que ¡por mis funciones no había tomado yo parte directa en las pláticas del Ministe· rio de Fomento, entonces a cargo del Dr. Solórzano, tío de uno de los abogados de Valentine, pero que mi opi– nión, que externa ría en su oportunidad, era que debía agregársele un párrafo estableciendo que el Gobierno de Nicaragua se reservaba el derecho de dictar sobre la ex– plotación de los hidrocarburos leyes iguales o semejantes a las que se dictaran por el Gobierno de los Estados Uni· dos o de cualquiera de sus Estados, y añadí: l/Como Ud. sabe, Nicaragua no ha emitido todavía ninguna Ley sobre la explotación de hidrocarburos y debemos hacerlo muy pronto. Precisamente aquí tengo la Ley del Estado de Colorado y me propongo que éste sea el modelo de la nuesh'a. Sólo con este párrafo quedaría a salvo el dere· cho soberano de legislar que la Constitución otorga al Congreso y también subsanada la objetición de los abo– gados del Sr. Valentine de que sus inversiones no pueden quedar sujetas a los vaivenes de la política. Si se emite una Ley será conforme a la justicia y modalidad de su propio ,paísl/.

El Dr. Jefferson me dijo que el mismo era Represen· tante a la Legislatura de Colorado y había defendido esa Ley contra los intereses creados.

y la Concesión Valentine no llegó a fit'marse.

Mr. Miles, representante de la Standard Fruit llegó a Managua para conseguir un Contrato para su Compañía según el cual y por Ulla suma nominal se le otorgaba el derecho de obtener una gran cantidad de terreno nacional

y la consabida exención de derechos e impuestos etc. con la promesa de desarrollar grandes cultivos, poner a tra– bajar a los nicaragüenses y hacerles el favor de emplearlos como hacheros para cortar las maderas que les regalába– mos, porque el principal y primer negocio sería ex¡portar las maderas de las tierras que les regalarían. D!,!sde que fuí Diputado y por dos años traté que la Ley Agraria pro· hibiera la venta o donación de los terrenos nacionales baldíos y se diera solamente el uso para cultivo, derecho que se perdía por falta del misnlO. En este contrato se pedía que los regaláramos. De manera que por las mis· mas razones y esta otra me opuse al contrato dicho. Algún amigo mío le sugirió a Mr. Miles que me viera y buscara la manera de interesarme en el negocio para comprar mi ayuda. Es·e mismo amigo que creía hacerme un favor porque sabía la estrechez monetaria que yo su– fría se encargó de arreglar la entrevista y aún muy eufó' rico, de adelantarse al billete de Lotería que me ofrecería el Sr. Miles. Concedí la entrevista ¡para el siguiente día en la noche y en mi casa de habitación y decidí que ya era tiempo de acabar con estos Señores que venían con la idea de que todos estos hombres eran fácilmente como prables. Preparé la sala de manera de que dos personas respetables pudieran escucharnos y si Miles me hacia aluna propuesta de cohecho llevarlo a los Tribunales para escarmiento de futuros piratas. Mr. Miles no acudió a la cita. Años después el Dr. Má~imo Zepeda, abogado de

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