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« Previous Page Table of Contents Next Page »Miles, me preguntó si había sido cierto lo de la cita y me dijo que él había disuadido a Miles de ¡ir y le había dicho que si me hacía una propuesta de esa clase segura· mente 'iría a la cárcel.
Sospecho que una de las personas que yo había ,pre·
parado para testigo se lo dijo al Dr. Zepeda para evitar un episodio escandaloso.
La Concesión no se otorgó entonces.
Por supuesto que ambos señores se unieron al coro de los que me acusaban como enemigo NI] 1 de los Esta. dos Unidos.
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LA CORTE DE CARTAGO
Una de las más valiosas conquistas políticas en Centroamérica fue el restablecimiento de la Corte Centro– americana radicada en Cartago y creada para juzgar las diferencias entre los Estados Centromericanos o entre un Estado y alguno de los ciudadanos de otro Estado, dife· rente al del Estado actor. A mi juicio, habría sido el génesis de nuestro derecho y un jalón para la Unión de Centroamérica.
Nicaragua estaba demandada ante la Corte por los Estados de Costa Rica, Honduras y El Salvador separada. mente a causa del Tratado Chamorro Bryan, cuyos alcances he explicado en otro folleto publicado hace años.
Naturalmente este asunto que había sido iniciado durante el Gobierno de Díaz estaba muy por encima de mis atribuciones en el Gobierno y de mi pr~pia capaci. dad. Confieso que nunca había yo siquera abierto un tratado de Derecho Internacional y creo nada o muy poco en la eficiencia de tal Derecho Internacional. Más tarde leí una obra de Santayana en que externa idéntico crite· rio. Los tratados se aplican según la conveniencia del país más poderoso. Para mí la utilidad de la Corte era solamente y como génesis de realizaciones futuras ente· ramente nuestras.
Yo había ido a pasar unas cortas vacaciones en Co· rinto y acertó a pasar para Costa Rica el Dr. Manuel Castro Ramírez, Magistrado de El Salvador en aquel ilustre Cuerpo. Habíamos sido compañeros de Colegio en San Salvador y conservábamos buena amistad. El era uno dé los más renombrados jurisconsultos salvadoreños y te· nía fama como internacionalista.
Traté de atenderlo durante su estancia en Corinto con cariño de amigo de colegio y compañero de lajuven. tud florida además de mi carácter oficial. Almorzamos juntos y conversamos la'rgamente. Claro que en la con· versación llegamos al tópico de las demandas pendientes en la Corte contra Nicaragua. Yo le di,je sin ambajes co· mo amigos y como centroamericanos que Nicaragua no estaba en posición de cumplir ninguna sentencia, ni de aceptar la que nulificata el Tratado. Que el asunto más que de elucubraciones legales era de ,política vital para los Estados Unidos y Centroamérica. Le recordé que el Golfo de Fonseca sería ahora británico si los Estados Uni· dos no hubieran sacado de sus islas a los hombres del Cónsul Chatfield, y que la terminante declaración del Senado Americano al aprobar el Tratado, de que lo hacía en el entendido de que nada en el mismo afectaría los derechos legíti'mos de las Repúblicas de Costa Rica, Hon· duras y El Salvador, habría ampliamente las ,puertas para una acción conjunta de nuestros países en Washington que era el único lugar en donde podría resolverse el pro· blema y no en Cartago y que una sentencia adversa de
la Corte sería su partida de defunción con grave perjuicio para nuestro futuro.
. Llamé su atención a que en el Tratado Chamorro Bryan no existían condiciones que sí eran terminantes en el Tratado con Panamá. Por ejemplo, Panamá concedió no sólo la faja para el canal sino también el monopolio por los Estados Unidos a través de su territo'rio, de cual· quier medio de comunicación entre los dos océanos. Panamá se obligó a sanear los derechos que otorgaba, y explícitamente a' no unirse a Colombia o Centroamérica sin antes obtener la aprobación del Tratado dicho ,por el nuevo Estado. Nada de eso, contenía el Tratado con Ni· caragua. Le llamé la atención de que el Ministro Chao morro había enviado al Departamento de Estado nota solemne haciendo ver que el Tratado era de simple opción porque Nicaragua no podía firma'rlo definitivamente por sus obligación de consultar y obtener el consentimento de Costa Rica. Por consiguiente, si queríamos llegar a una solución satisfactoria el camino era que la Corte se abstu· viera de dictar sentencia alguna y que las Repúblicas Centroamericanas establecieran negociación conjunta con los Estados Unidos para subsanar aquellos puntos que les parecieran objetables.
Al regresar a Managua puse en conocimiento del Presidente Chamorro mi conversación con el Dr. Castro Ramírez.
Unas pocas semanas después un amigo de Granada me comunicó que en el Club Social de Managua don Ma– riano Zelaya Bolaños había leído una carta de su sobrino don Pío Bolaños acusándome de poner en peligro con mi conversación la suerte de Nicaragua y del gran Pa'rtido Conservador, y se había acordado que don Mariano traje. ra a conocimiento del Presidente la muy valiosa opinión de don Pío y la necesidad de retirarme de la Secretaría como una satisfacción debida a los americanos. Llegó don Mariano y le leyó la carta al Presidente. Bajaba él las escaleras y yo subía ,para mostrar al Presidente algunos telegramas de relativa importancia. Lo saludé y le pregunté inocentemente qué sabía de una carta acusadora que él había leído en el Club de Granada y si el Pío Bolaños de la carta era el mismo que había denunciado a Zelaya el lugar en donde se ocultaba don Diego Manuel Chamorro perseguido en Granada, y si era el mismo que había sido Secretario Privado de Zelaya y después Cónsul en Nueva York.
Tuvo que decirme que sí y que era su sobrino. Y le repuse tranquilamente;
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Ahora me explico supreocu· pación por el Partido Conservador", y seguí subiendo las escaleras.
De~graciadamente la Corte dictó sentencia y cantó el De Profundis a una institución que pudo haber sido gran-
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