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« Previous Page Table of Contents Next Page »o cuatro córdobas que :pagaría. Don Salador vio la luz
y pagó inmeliatamente. Y sucedió lo que había prevista: hasta el Dr. Debayle que todas las noches me telefoneaba para que le diera la franquicia por ser Presidente de la Junta del Hospital y Decano de la Facultad de Medicina etc., cuando le dije que don Salvador, Presidente del Con– greso y papá del Presidente ya había pagado me dijo: "Me fregaste. Contra ese argumento no hay nada más que obedecer".
El primer mes aumentaron en un mil córdobas las entradas de Comunicaciones y ya pude hacer las prime– ras compras de materiales en los Estados Unidos. Segui– ría la marcha ascendente a medida que los servicios mejoraban y pronto l1egaron a siete mil córdobas men– suales en vez de los tres mil que antes producían. Pero mi obra habría quedado trunca si no hubiera tenido la suerte de conseguir la colaboración del técnico don Fidel Villacorta, a quien había yo conocido en El Sal– vador muy jóv,mes los dos, que fue a los Estados Unidos a seguir un curso en .Ia Westinghouse y las envidias y
celos lo tenían fuera de servicio en su país.
Villacorta vino a trabajar a mi lado y naturalmente fue el director de todas las mejoras que se pusieron en efecto en telégrafos y teléfonos y el iniciador de la radio en Nical'agua. Algunos de los que últimamente han sido jefes de radio comunicaciones en Nicaragua y fuera, son sus discípulos en la Escuelita que se fundó en Nicaragua con un alparato portátil que me regaló el Ingeniero Agus– tín de la Rocha.
El dirigió la reparación de las líneas, las midió, nu– meró los kilómetros e hizo posible el uso de aparatos que de la Central dé Managua podían indicar a los guardas el punto preciso en que había un contacto o una interrup– ción. La comunicación con la Costa fue restablecida per– fectamente gracias al empleo de los zumbadores que construyó en los tal1eres de la D. G. Y se estableció el servicio de Duplex de Managua a Granada, lo que aceleró de tal manera el trabajo en esa importantes líneas para el servicio de cables a San Juan del Sur y el servicio a la Costa que nunca había un retraso de más de una hora en los mensajes.
Estableció los repetidores en las oficinas de la fron– tera con lo que se ahorraba tiempo y trabajo y hubo días en que conseguíamos que Honduras nos diera vía libre
y comunicábamos directamente con San Salvador. Y formó un personal instruído para trabajos en el Tal1er. Me dicen que varios de estos adelantos se han ,per– dido, es decir que los servicios han ido para atrás. También los servicios de correos fueron siendo corregidos y mejorados. El de Paquetes Postales en Co– rinto estaba tan desmoralizado que se calculaba en un
30% el monto de las pérdidas de mercaderías. Se cam– biaron muebles, etc., pero tomé una medida que ~ra tras– cendental y atrevida en aquel10s días. Las mujeres no tenían acceso al trabajo en las oficinas públicas todavía. Dí de baja al Jefe de la ,Oficina de Paquetes Postales y
nombr'é para sustituirlo a la Srita. Chonita Montenegro, joven de cultura y de la buena sociedad leonesa. Chonita derribó las murallas de los prejuicios y abrió el surco para el resto y para la colaboración femenina en los cargos y empleos públicos. Su administración fue un éxito, se restableció la disciplina y cesaron como por encanto los robos y los saqueos. Seis meses después llegó al país
un inspector de Correo de Estados Unidos que viajaba por toda la América Hispana y me dejó una carta en que constaba que las administraciones de Correos de Nicara– gua y Chile habían sido las más exactas en su servicio. Eh los seis meses sólo un Paquete Postal se había lperdido
y no había seguridad de si había sido en Nicaragua o en el vapor. El éxito me afianzó en mi propósito de abrir an– cho campo a las mujeres en los servicios de correos y telégrafos.
Se creó una escuelita de 10 jóvenes para entrenarlas
y pronto Managua vio a seis de ellas prestando servicio en la Administración de Correos de la Capital y otras iban agregándose en los Departamentos.
y el ejemplo dado por el ramo de Correos y Telégra– fos abrió también a las mujeres los Ministerios y demás oficinas que empezaron a ~mplear mecanografistas. El 94, siendo yo un niño todavía, me había causado impresión ver que por la ausencia de los hombres llama– dos al servicio militar y enviados a Honduras a derrocar a Vázquez y encaramar a don Policar,po, las mujeres de Chinandega cogieron los arados y sembraron los campos de maíz. No me tragaba del todo los discursos campa– nudos de políticos que citaban siempre el aforismo del argentino de "GOBERNAR ES POBLAR" y en nombre de este disparate procedían a regalar a la explotación extran– jera nuestros recursos naturales en vez de reservarlos para herencia de las generaciones que vendrían ya mejor preparadas para hacer uso de ellos en provecho del pue– blo' nicaragüense. Los inmigrantes que llegaban al país venían naturalmente mejor afilados para la lucha por la vida que nosotros en nuestra fácil vida de bucólica economía. Y así los cocineros de oficio se convertían rá– pidamente en ricos y hasta sabios financieros, y por con– siguiente en amos de nosotros en nuestra propia casa. ¿Por qué entonces no usar la fuerza del sexo femenino en producir más riqueza mediante el trabajo? Especial– mente pensaba en los años adolescentes la gran ventaja que representaría que los barberos fueran mujeres finas
y olorosas en vez de hombres olientes a licor.
Es natural que la innovación trajera sus resistencias,
y un antiguo condiscípulo, entonces ya elevado a Sacer– dote, vino a verme para explicarme la grave responsabi– lidad que contraía exponiendo a pecado a las muchachas al revolverlas con los varones.
Una vez, le dije, fuí a Tamara, pueblecillo de Hon– duras para ver al General Chamorro entonces exilado allá. En la bonita casa en que me hospedé estaba la oficina telegráfica. En la mañana fuí a ¡poner un telegrama y encontré que el telegrafista era una muy agraciada mu– chacha de unos 20 años que amamantaba un robusto bebé mientras con la mano derecha trasmitía los telegra– mas.
El padre de la muchacha había sido telegrafista y le había enseñado a su hija el arte de Morse. La madre que vivía con ella me contó la usual historia del lechuguino de la ciudad que había ofrecido matrimonio a la muchacha, se habían querido y enseguida la abandonó. La madre consiguió el empleo en el pequeño pueblo. Allí había nacido el nene y allí se había criado robusto, y la madre se curaba de la honda herida. Ahora un joven agricultor le ofrecía casane con ella y legitimarle el hijo. Buen mu– chacho, dueño de tierras de labranza y ganados y pro– fundamente enamorado de ella. IITodavía no está
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