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« Previous Page Table of Contents Next Page »madura la fruta", me dijo la madre, "pero ya se está cu– rando rápidamente l
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Piensa, le dije a mi condiscípulo, que habría sido de esta joven si no hubiera podido trabajar. No me contes– tó nada pero nunca más me trajo viejos o nuevos argu– mentos.
Si.n embargo yo advertí a los empleados de la oficina de qnreos que debían respetar a las empleadas y que si alguna de ellas se me quejaba de algún desmán, el que lo cometiera sería destituído ·inmediatamente. Por supuesto que si no había queja no había pena.
Desde en tiempos de Zelaya la Compañía de Cable rehusó dejar que el Gobierno cobrara los cablegramas en sus oficinas telegráficas, debido a que el Gobierno le adeudaba una buena suma, y se apropiaba los fondos. Los comerciantes tenían que mandar sus mensajes a un agente de la Compañía en Managua quien los cobraba y des,pués los enviaba al telégrafo, cobrando una comisión de un dólar por cada mensaje. Arreglé con la AII·Ame– rica que se volvieran a recibir y cobrar los cablegramas en las oficinas del Telégrafo Nacional y liquidábamos puntualmente los fondos cada mes bajo mi responsabili– dad personal.
Los contratos con el Banco Nacional y con el Ferro– carril del Pacífico no otorgaban a estas compañías franquicia en Comunicaciones. Con el Banco arreglé fá– cilmente el continuar otorgándoles la franquicia a cambio de que el Banco trasladara los fondos de los Departamen– tos a Managua y me vendiera todas las divisas que nece– sitara para los servicios del ramo, libres de comisiones y de cambio.
CC)n el Ferrocarril del Pacífico el asunto era más com– plicado por cuanto los empleados, con orden de Mr. O'Conell, se permitían fiscalizar los sacos de correspon– dencia y hasta abrirlos si sospechaban que iban paquetes de más de 10 libras de peso. Era insólito que mientras el correo :recibía y enviaba a los Estados Unidos paquetes de 22 libras de !peso no pudiera mandar paquetes en el país de más de 10 libras. Hice que el Ministerio de Fo– mento emitiera decreto aumentando a 40 libras el máxi· mo de las encomiendas locales y 22 los paquetes al exte– rior.
Fuí a ver personalmente al Gerente del Ferrocarril para manifestarle que esas irregularidades debían cesar. Que conforme el contrato el Ferrocarril estaba obligado a ponfi!r en los convoyes carros con un departamento espe– cial para el correo y sus agentes y que si reconocía el derecho de ver que en ese departamento se metieran solamente los sacos y los empleados del Correo, no tenía nirigunC) para meterse a registrar los sacos, y que estaba dispuesto a acUSar criminalmente al que lo hiciera. Que él sabía 'perfecamente que los Estados Unidos una inter–
f~rencía tal llevaba cinco años de prisión, y aquí también. Respecto a la franquicia reconoció que no tenía de– recho sino que había sido otorgado desde el principio ,por el Gobierno de Don Adolfo Díaz. Le repliqué que había una disposición por la cual no se otorgarían franquicias sino por un acuerdo debidamente emitido por el Ejecutivo y publicado en la Gaceta. Bien podía él hacer la solici– tud, pero mientras tanto debía pagar los serviciis. Al despedirme Mr. O'Conell insinuó que yo tenía cierta animadversión a la Compañía. Le manifesté que ciertamente me había opuesto vigorosamente a la Conce-
sión, pero siendo ésta ya una Ley estaba dispuesto a cumplirla exactamente y a exifiir que ellos también la cumplieran, sin pedir n/i dar favores y blandamente le re– cordé que por eso yo me había negado a aceptar la fran– quicia que me envió cuando era Secretario Privado. Todo quedó así arreglado y no hubo más molestias con el Fe– rrocarril del Pacífico que en adelante pagó cumplidamente los servicios de Correos, Telégrafos y Teléfonos.
El taller bajo la dirección de Villacorta adiestraba jóvenes. Se fundó una pequeña escuela a la que ya concurrieron mujeres. Se fundó otra para radiotelegra– fistas. Hice que el Congreso emitiera una Ley que garan– tizara a los empleados, fundada en los principios que reglan el Servicio Civil en otros países. Se creó una Caja de Ahorros para los empleados antes sujetos a prés– tamos con el 10% de interés mensual, y se fue creando un espíritu de cuerpo que hacía que todos se empeñaran en mejorar cada día los servicios, y con el aumento de las recaudaciones el almacén fue surtiéndose de todo lo necesario. En fin, tuvimos imprenta propia para la pre– paración de la gran cantidad de formularios del Ramo. Todos nos empeñábamos en demostrar que los nicara– güenses estábamos capacitado~ para desempeñar nuestras tareas sin necesidad de muletas del Norte.
Ignaoio Zamora en la Sub-dirección le Telégrafos y Teléfonos, Larios. Jefe de Managua, Salas y González en Granada, Mendoza en las Segovias, todo el personal tra– bajaba con entusiasmo y dedicación al progreso de los servicios de Comunicaciones y lo lograban a medida que al aumentar las entradas podíamos comprar los elementos que necesitábamos.
No quiero dejar pasar sin mencionarlo un incidente penoso que muchas noches acude a mis reflexiones sobre la imperfección de nuestra organización social y los carac– teres de venganza y castigo de nuestras leyes penales. Un joven que manejaba fondos del Telégrafo se apro– pió de 80 ó 100 cÓrdobas. Investigué el caso personal- , mente porque conocía la honorabilidad de su familia. Sabía además que era casado y con uno o dos hijitos. Algunos pensaban que había que dar un ejemplo y denunciarlo ante los Jueces. El origen del desfalco era que una agraciada hetaira lo había seducido y llevado hasta el extremo de tomarse lo ajeno con la esperanza de poder restituirlo antes de ser descubierto.
Resolví que no había derecho para arruinar una fa– milia, dejar en la orfandad a los niños, es decir imponer una pena a personas que no tenían parte alguna en el delito. Conseguí un préstamo al joven para pagar, le hice ver el terrible fracaso a que se había expuesto él y su familia y convino en que fuera su esposa quien recibiera su sueldo y abonara un 20% del mismo a la deuda. Se comprometió además a no salir a la calle sino acompaña– do de su esposa durante seis meses. Dí mis instrucciones para que no se dejara traslucir nada y para que los demás empleados lo si9uieran tratando como si nada hubiera ocurrido. Este amigo nunca más cometió otro desliz y se mantuvo la integridad de un hogar feliz. Por lo que todavía me pregunto si nuestro sistema penal no debiera" reformarse.
En aquellos tiempos aún no había camino para las Segovias y la correspondencia tenía que ir a lomo de mu– la. Una carta de León al Ocotal tardaba 5 días para llegar, y de Managua a Matagalpa dos y tres días. El
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