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correo era dosvéces por semana. Para aliviar inmedia– Aamente esta situación establecimos las Cartas Telegráficas / no.cturnas y por el costo de un telegrama de 5 palabras se enviaban en la noche para entregar al siguiente día cartas de 25 palabras, disposición que dio inmediatos resultados para el come'fCio y para el producto del Ramo de Comunicaciones, lo que valía el ,poder aumentarlo y mejorarlo.

Me impuse la ta~ea de recorrer e inspeccionar las líneas telegráficas y las oficinas de mi dependencia. Una noche llegué ya tarde a la de Metapa, hoy Ciudad Darío, que era el centro de distribución del correo para los de– partamentos de Matagalpa y Jinotega y enlazaba en Estelí con el correo de León al Ocotal.

Estaba lloviendo y en el corredor de la oficina se hacinaban cuatro hombres tiritando de frío y comiendo una tortilla COI\ sal. Eran los peones que debían madru– gar con las valijas. Me informé de todo y supe que estos pobres hombres hacían su viaje de un día poniendo su propia cabalgadura por un córdoba. Y ellos me informa– ron que aceptaban el trabajo una vez por mes porque además así estaban exentos del servicio militar. Desde tiempos inmemoriales ese trabajo se contrataba con algu– na persona influyente de la localidad que ganaba una bonita suma mensual. Dispuse que el contrato se can– celara. Crié el puesto de Inspectores de Postas en Me– tapa, y éste se encargó de organizar el transporte pero pagando a los peones el doble o sea dos córdobas o dó– lares en vez de uno. Todo esto podíamos hacer con la misma suma que se pagaba a los contratis~as:

Pero fue una revelación que me sirvió para las otras rutas del interior a donde no había servicio de trenes. Eliminados los abusos de las personas que gozaban de franquicias como los del Diputado que antes he men– cionado que enviaba las películas ,para su Cine, noté que

el mayor volumen por peso de la correspondencia al Septentrión lo constituían los diarios capitalinos.

Estos gozaban de franquicia ilimitada y me pareció que siendo empresas ,pa'rticulares y que dejaban buenas ganancias no había por qué no pagaran aunque fuera un muy módico porte de correo. Claro que los propietarios pusieron el grito en el cielo, a quienes el negocio les pro– ducía buenas ganancias y que pagaban mal a su colabo– radores. Me había encontrado un vez con el Mestro Dr. Modesto Barrios e indignado me había mostrado un billete de cinco dólares o córdobas y me dijo: "Fíjate hom– bre: ésto es lo que me paga Castrillo cuando necesita un editorial para El Comercio, y lo peor es que enseguida se atreve a rayar con un lápiz rojo y suprimir lo que no le parece conveniente iCastrillo, que no ,puede escribir una gacetilla, corrigiendo a MQdesto Barrios!".

El porte era menos de medio centavo por ejemplar. Las Revistas sin avisos comerciales continuaron libres y así se despachaban la de los Hermanos Cristianos, la de los Espiritistas y otras de semejante índole.

Con el producto de esta entrada fue posible aumen– tar 2 tres por semana el correo a las Segovias que antes era solamente dos veces por semana.

Los diarios independientes o de la oposición, midién– dome ,por los viejos patrones, creyeron al principio que

El Heraldo, órgano conservador, no pagaría. Y en efecto

el Director llegó muy contento creyendo que era una ven– taja la que tendría. Pero le hice ver que eso no sería correcto y que lo que pagaría en portes bien podía saca'rlo del Tesoro del Partido o conseguir que algunas dependen– cias del Gobierno le tomaran un número de suscripciones para énviarlo a los Cónsules en el exterior etc., pero que en el Correo no había esa clase de compadrazgos.

y así fue.

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LA SITUACION POLrrICA y EL PROBLEMA

DE LA SUCESION PRESIDENCIAL

Durante el primer año del Gobierno del Gral. Cha– morro el círculo que se conocía por PROBONOS o sea de aquellos conservadores que habían hecho negocios con Zelaya y hecho sus fortunas con los monopolios, no tuvie– ron entrada directa en la Casa Presidencial, aunque don Agustín Chamorro era tío carnal del Presidente y su her– mana doña Margarita de César era apreciada y querida por doña Lastenia y por el Generill. Sin embargo comen– zaron una tarea de za,pa insinuando la reeleccción del General Chamorro. Por supuesto que no había tal inten– ción' en el fondo sino un modo de irse abriendo puertas para su candidato que era don Martín Benard.

El antireeleccionismo está en la sangre del Partido Conservador y ha sido siempre uno de los pilares de su ideología, de manera que a pesar de la popularidad del General Chamorro la fuerza de la idea podía más en la generalidad de los conservadores que veíamos con pena que el General ace.ptaba hasta cierto punto las insinuacio– nes reeleccionistas de Probonismo. Por supuesto que siempre existen las que medran a la sombra de esta clase de intentos e irregularidades.

y el propio don Martín se rebajó a encabezar en Gra-

nada una minúscula manifestación que proclamaba la reelección con la misma música que ahora le tocan al Gral. Somoza.

Un día de fiesta se habían organizado carreras de caballos y cintas en Managua y en el costado del Parque de San Sebastián se había levantado un pequeño estrado para el Presidente, familiares e invitados. Mi señora y yo habíamos sido invitados por el Sr. Presidente y doña Lastenia a acompañarlos a la fiesta.

Una media hora antes de la hora fijada llegó a la

Casa Presidencial, como visita familiar, doña Maragarita de César en compañía de su hermano don Agustín, que por primera vez era recibido en la Casa Presidencial. A la hora de tomar el coche ambos subieron al mismo. Doña Lastenia llamó a mi señora y yo naturalmente hice mutis para solucionar una situación embarazosa. Todo precía dar la impresión de que había sido una maniobra y por cierto desgraciada porque ningún bien podía traerle al Presidente val Partido la presencia a su lado de don Agustín a quien todos miraban como el jefe del grupo de los probonos zelayistas.

Yo me fuí a pie a la fiesta y me quedé entre un nu-

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