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méros~ grupo de conservadores de Managoaqué estaba" junto al palco presidencial. La impresión popular fue tremenda y había comentarios en alta voz que yo me apr!!suré a calmar haciéndoles saber que no había habido invitación previa sino una concurrencia accidental. Pero esa misma noche un grupo dI! conservadores de Managua se reunió y acordaron organizarse para oponerse a la reelección y a la preponderancia del grupo de don Agus– tín. Tomaron el nOJ11bre de Conservadores Constitucio– nalistas y buscaron al Jefe del Conservatismo de Managua para que entrara en el movimiento y fuera su Jefe, el General don Fernando Solórzano, hombre de sólidos prestigios y de figuración sobresaliente en el Pa;rtido, con honroso historial de sufrimientos en la lucha contra la Dictadura de Zelaya y que había estado a punto de ser fusilado con el G,ral. Castro y el Coronel Guandique. Francamente no ví yo ninguna manifestación del Gral. Chamorro que probara su decisión de buscar la reelección y supuse que era una treta de los del grupo Martinista pa– ra evitar que prosperaran ciertas candidaturas que se per– filaban en el ambiente y ql.!e no se atreverían a oponerse al propio General Chamorro quien podría a su debido tiempo pasar la antorcha a don Martín. Pero la aparición de don Agustín al lado del Presidente arruinó el plan. En cambio la nueva disidencia produciría graves con– secuencias en el Partido ya mermado por las luchas intes– tinas anteriores, entre progresistas, menistas, Amigos del Gobierno etc.

A fines del año de 1919, penúltimo del período del General Chamorro, era evidente que la propuesta reelec– ción presidencial había sido una nube de verano. En realidad el Gral. Chamorro no hizo nada para alentarla en lo que obraba patrióticamente; pero los amigos de don Martín sí estaban activos tratando de organizar la candi– datura de este caballero y apoderarse de los puestos claves del Gobierno para tener el apoyo oficial y hasta la imposición. Su muletilla era que don Diego no debía ser Presidente porque después de un Chamorro otro Cha– morro cansaba al pueblo y que sería imposible así que después de don Diego llegara otra vez Chamorro el Gral. y que en cambio don Martín se la guardaría intacta el General Chamorro para pasársela a su debido tiempo. La situación general del Partido era mala. Había perdido mucho en la conciencia de las masas. Si existía aún alguna emoción popular era simplemente por la in– fluencia del Caudillo General Chamorro única y exclusi– vamente personal. La vieja guardia, hombres honrados y chapados a estilo del Gobierno ¡paternal de los 30 años, había sido desplazada del Gobierno al disolverse la pri– mera Constituyente de 1811. El segundo Congreso or– ganizado por Mena había enseguida sido disuelto tam– bién y por último el que lo sustituyó había aprobado los famosos contratos con los Banqueros internacionales de Nueva York. Así el Partido había tenido tres conmocio– nes internas y se había echado la responsabilidad de una política económica que repudiaba el pueblo nicaragüense sin distinción de partido; pero que el liberalsmo, el mis– mo que había hecho los arreglos de la ·Ehtelburga, había aprovechado para atraerse a la juventud, y muchos jóve– nes ,profesioneles se fueron del conservatismo. El Parti– do había perdido ¡primero a los Progresistas, que aunque sin prestigio popular tenían en cambio la selección, hom– bres honestos de posición social y de influencia. En la

gUérra contra Mena había perdido un grupo numeroso en todo el país, y sobre todo Granada sus mejores soldados: los de Nandaime. El Dr. Cuadra con sus Amigos del Go– bierno que se opusieron al Gral. Chamorro, aunque des– pués sumados, aún tenían sus rescoldos. El caudillo de Managua don Fernando Solórzano y sus Constitucionalistas eran una fracción de peso también resentidos.

Y habíamos perdido con la caída del Dr. Bertund en Honduras la seguridad de aquella frontera.

Por otro lado, el liberalismo había aprendido la lec– ción y ahora ya estaban en refrigeración los caudillos ze– layistas y el nuevo candidato sería un liberal sin mancha y con fama de hombre honrado, trapajador y empresario con dotes sobresalientes de organizador. Los progresis– tas y los Unionistas se les habían sumado para formar una coalición y así les habían ,prestado un frontispicio elegante que ocultaba a los viejos zelayistas escondidos o agazapados detrás de ellos, y mientras la juventud liberal continuaba sincera y ardientemente haciendo flamear la bandera nacional y acusando a los conservadores de ven– depatrias, los Jefes y directores del Partido visitaban asi– duamente la Legación Americana y con zalemas y ofrecimientos trataban de ,ganarse el apoyo para llegar al poder y solicitaban elecciones supervigiladas por el Go– bierno de los Estados Unidos.

Sabían bien lo que pedían, pues, estaban recientes las elecciones hechas por los marinos para instalar en la Presidencia a don Adolfo Díaz. Lo que solicitaban era el honor de llegar a capataces de los nicaragüenses. Ni si– quiera tenían la disculpa de que obraban impelidos por el terror a la tiranía del Gobierno por que estaban gozan– do de todas las libertades y garantías ciudadanas, excepción hecha de la electoral. Al pedir elecciones su– pervigiladas por un Gobierno extraño no obtenían tal libertad sino el poder escoger entre dos candidatos igual– mente sometidos a la voluntad y servicio del árbitro elec– toral. No sólo no obtenían la libertad electoral sino que perdían también la de elegir su propio candidato, porque esa elección ya no sería la del más prestigiado y más capaz, sino la del más sumiso servidor a los intereses ex– traños.

Por nuestra parte los miembros de la Directiva, sobre todo los d~ los Departamentos occidentales y segovianos, comenzamos conversaciones muy privadas entre nosotros y sondeos con los principales hombres de las tendencias en que aparecía fraccionada la opinión conservadora. El problema era encontrar el hombre de relevantes prendas personales que lo hicieran idóneo para el alto puesto, que pudiera además servir de vínculo de unión entre las varias tendencias y aspiraciones. Y llegamos a la conclusión de que don Diego Manuel Chamorro era la persona que lle– naba las condiciones requeridas.

Don Diego tenía en las masas la mística de su ape– llido que por tres generaciones habían estado alto en la po¡pularidad y en los servicios al país. Su padre el ex– Presidente don Pedro Joaquín, había sido un gobernante constructor y progresista. A él le debíamos el Ferrocarril del Pacífico, el establecimiento de la instrucción primaria obligatoria y gratuíta, la traída de profesores europeos para los colegios de segunda enseñanza, y un gran grado de la concordia nicaragüense, cuando llamó a colaborar en el Gobierno a los elementos más sobresalientes del libe-

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