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« Previous Page Table of Contents Next Page »Departamento de Estado aún no deseaba cambiar la si· tuación y aún no tenía confianza de los liberales por la decidida influencia que los elementos zelayisfas tenían en su Partido pero al mismo tiempo la permanencia de los marinos, aun con pretexto de ser solamente guardias de la Legación, les creaba una situación embarazosa en sus relaciones continentales.
Por otro lado, aunque el Tratado del Canal ya había sido aprobado, estaba pendiente la demanda de Costa Rica, El Salvador y Honduras en la Corte de Cartago, lo que constituía un interés especial y vital para los Estados Unidos que no podían correr el riesgo de dejar llegar al Gobierno de Nicaragua a elementos hostiles a dicho Tra· tado, actitud, a mi juicio, perfectamente explicable. La oposición, y especialmente la representación libe· ral a cargo del Dr. Sacasa, había presentado varios memo· rándums al Departamento de Estado con tan sumisas declaraciones que el compadre don Salvador Calderón Calderón Ramírez no consideró propio firmar y hubo de presentar el suyo por separado. El memorándum del Dr. Sacasa nunca fue publicado en Nicaragua, en donde la Coalición utilizaba todavía la propaganda nacionalista para mantener su prestigio popular.
Era pues menester crear una atmósfera de tolerancia que hiciera posible la concordancia de los Partidos en estas materias de ca,pital importancia para Nicaragua. Había· mos muchos nicaragüenses que sentíamos la vergüenza de la ocupación extranjera de nuestra patria. Las masas también sentían esa vergüenza, liberales y conservadores. Era impostergable la obligación patriótica de crear una situación que hiciera innecesaria la presencia de soldados extranjeros en Nicaragua y esta situación tenía que ser fundada en la paz, como consecuencia de un Gobierno sinceramente democrático y respetuoso del orden funda· do en la Ley.
Llegamos a la conclusión de que había que intentar ese fin y para ello invitar a la Oposición o sea a la Coali· ción a una mesa redonda de la cual podría salir un enten– dimiento entre los Partidos. No era un simple expediente político o busca de apoyo sino allanar el camino para el futuro de la Patria, fuera quien fuese el gobernante. Decidimos llevar a cabo el intento y que la Directiva del Partido, no el Candidato, hiciera la invitación a la Di· rectiva de la Coalición. Hubo algunas dificultades y el caso insólito que los miembros de la Directiva que presu· mían de tener el cariño del Ministro americano, fueran los más opuestos a tan ¡patriótica y sana idea.
Al fin la reunión se llevó a cabo en las oficinas del Partido Conservador y la ,primera reunión fue presidida por el Sr. González, candidato de la Coalición. Hubo va· rias pláticas desarrolladas en la mayor cordialidad y de pronto la Representación de la Coalición pidió la suspen· sión de las mismas para consultar, dijeron, la opinión de sus representantes en Washington. Pero al salir de la reunión los Dres. Pedro González y Manuel Pérez Alonso me dijeron que la verdad era que el Ministro, Dr. Jefferson les había manifestado que no les convenía y que el Go– bierno Americano obligaría al Gobierno a aceptar la super· vigilancia electoral y entonces el triunfo era seguro para ellos. Me sorprendió tristemente esta declaración porque venía de dos ,personas de solvencia moral, de capacidad intelectual, de reconocida ilustración y que no podían considerarse como politiqueros de oficio atentos solamen·
te a sus provechos personales aunque después de ellos viniera el diluvio. Les contesté que ya habíamos tenido la muestra de elección supervigilada por los marinos en las que el único candidato resultó ser don Adolfo Díaz y
les pedí que reflexionaran más y como nicaragüenses y
no como politiqueros. Pero esa fue la triste terminación de aquella gestión patriótica.
La campaña se enardeció con los consiguientes vitu. perios y ditirambos, trampas y rebeldías y toda las trapi. zondas de la cocina política. En el servicio de Comuni. caciones había muchos liberales y yo pasé una circular prohibiendo a los empleados mezclarse en la política ac. tiva de propagandas y reservarse sus opiniones para ejercer su derecho de votar cuando llegara el día y dedi– carse al servicio del público. Durante la campaña sola. mente a un Jefe ele Oficina Departamental tuve que separar porque consentía reuniones de sus amigos en la oficina, entre ellos dos telegrafistas que así captabéln los mensajes que se estaban recibiendo y trasmitiendo. Al hacerle los cargos me dijo que era cierto y que prefería renunciar a tener que oblia'rlos a no llegar a la oficina. En esta campaña el liberalismo, antes tan nacionalista y orgulloso de defender la soberanía del país, que según ellos decían los conserv~dores estaban vendiendo muy barata, cambió totalmente de rumbo. El Gral. Moncada dijo un famoso discurso en Managua en que ofreció a los americanos entregarles tierras, ríos y lagos con tal que les dieran el irrisorio poder que quedaría. El Dr. Juan B. Sacasa, presentó al Depart<:mento de Estado un Memo– rándum tan lleno de zalamerías y ofertas, que el Dr. Sal– vador Calderón Ramírez, su com,pañero de Misión, consideró impropio firmar y hubo de presentar otro por separado. El propio don Salvador me refirió ésto años después y me mostró la copia de ambos memorándums. El firmado por el Dr. Sacasa nunca ha sido publicado en Nic.nagua y creo que pocos liberales lo conocieron. A los niños cuando les llega el tiempo de echar los dientes les entra comezón en las encías y es costumbre darles un obieto, un consolador, que al chuparlo les calma la picazón. El Departamento de Estado les dio uno a los liberales en la forma del envío de un Coronel Miller que vino a Nicaragua para estudiar la situación y de su infor· me resolver. Según los liberales obligarían al Gobierno de Nicaragua aceptar la tan deseada supervigilancia elec– toral. Vi a muchos políticos de campanuda actuación frecuentar la Legación y al entrar saludar al centinela (marino) con sombrero en mano. Otro se guardaba los cigarros que el Ministro le obsequiaba amablemente para írselos a fumar al club y hacer rabiar a sus competidores. iA esos extremos habían llegado nuestros hombres dirigentes de ambos partidos!
Tra~é de que no se pusiera ninguna cortapisa al ser– vicio de Comunicaciones. Sin embargo los liberales deci– dieron organizar su propio servicio de Comunicaciones y encargaron al Coronel J. Santos Ramírez, que había sido Director en días de Zelaya, para organizarlo. A pesar de que legalmente podía yo estorbarles esa función, no so· lamente los dejé actuar, sino que nombré a la Srita. Cho· nita Montenegro, de filiación y abolengo liberales, para Jefe de la Oficina de Correos de León.
El Sr. Ramírez comenzó él mandar un agente con pa– saje pagado hasta Corinto y regreso, llevando en alforjas la correspondencia e impresos. Pero a menos de una
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