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« Previous Page Table of Contents Next Page »tendían a desmoralizar a los hombres qUé nos vefan irnpotentes para devolver los insultos, recibimos con mucho agrado al barquichuelo reparado y no perdimos tiempo en embarcarnos y zarpar alejándonos' de la proximidad de nuestros poderosos atormentadores.
EN EL RIO SAN JUAN
Los bancos del Río San Juan son suampos a una distancia considerable del mar y por Jo tanto, aunque no podíamos arrimar tampoco estábamos expuestos a sufrir una emboscada del enemigo. Pero después de que pasamos la boca del rPo San Francisco y nos acer– cábamos a terrenos más elevados mantuvimos estricta vigilancia.
Unas pocas horas de navegar nos llevó hasta la desembocadura del río Sarapiquí. Costa Rica reclama el territorio a lo largo de este río hasta el San Juan y descubrimos la bandera de esa Nación flotando sobre las fortificaciones construídas allí'.
Navegando río arriba al alcance del fuego de mosquetes de ese fuerte, fuimos saludados sin ninguna ceremonia con una descarga de balas, las que silbando cerca de nosotros, nos notificaban no sólo de las inten– ciones de ese resguardo, si no que los cargamentos de rifles Minnie enviados por Vanderbilt ya había llegado a su destino.
Desembarcamos un poquito más allá en la mar– gen del río San Juan opuesta a la que reclamaba Costo Rica.
Aquí Lockridge cometió su primera equivocación mandando a construir defensas de troncos de árboles. Nada es más desmoralizador para el hombre que está poseído de su propia capacidad que hacer cosas que muestran duda de su coraje.
Además de las fortificaciones en la boca del Sara– piquí el enemigo habíia construido trincheras de tierra en la margen opuesta del río. A estas persuadimos, Anderson y yo, a Lockridge, que atacáramos. El ata– que se efectuó encontrando una fiera resistencia del enemigo que estaba protegido por los cañones de las fortificaciones del Sarapiquí.
Nuestras pérdidas fueron muy pocas pero las fuerzas desarrolladas por el fuego de la fortificación nos hacía ver que tenfamos un asunto muy serio entre manos, si queríamos capturar ese lugar, cosa que había de efectuarse si queríamos ascender el río.
Lockridge estaba anuente a confiar el asunto a Anderson y a mí. Nos preparamos para atentarlo tan pronto como Wheat fabricara unas balas especiales hechas de plomo conectadas con cadenas para usarlas en el pequeño cañón de bronce que habíamos captu– rado en Punta Cody.
EN EL SARAPIQUI
Cruzámos el RPo San Juan en nuestro pequeño barco como a media noche, una o dos millas río abajo de las fortificaciones que estaban en la margen de arri– ba del Sarapiquí y como teníamos que abrirnos camino a través de la espesa jungla no nos fue posible llegar al claro de árboles derribados recientemente en la boca
del Sarapiquf, hasta que ya estaba amaneciendo. El objeto de la deforestación habío sido para qui-
tar todo lo que podría servir de protec.ción a un ene– migo :que atacara la fortificación, pero como Jos ~rotl~os
no habían sido removidos, estos constituían u,!19 buenq defensa siempre que los hombres se mantuvieron muy cerca de ellos, y como el Sampiquí era un río angosto, estábamos lo suficientemente cerca para que un buen riflero pudiera dar buena cuenta del enemigo.
. El Coronel Anderson y yo éramos buenos amigos. Aún no había recuperado de las heridas que eran la causa de su ausencia de Nicaragua; y me dijo que me darí'a una oportunidad de ganarme un ascenso de gro.: do, dejándome la disposición del ataque.
Estuvimos a cubierto de los troncos antes de la luz del día, sufriendo muy poco del fuego incierto di– rigido a nosotros en la obscuridad desde las fortifica– ciones. Mi plan era abrir fuego al amanecer. Wheat
había sido instruído a que abriera sus fuegos al mismo tiempo, con sus cañoncitos desde la otra ribera del do San Juan.
Así· establecimos una lucha triangular, con la ventaja de ocupar nosotros dos de los ángulos. El fuego fue nutrido como por una hora y las bajas frecuen:tes al lado nuestro, pues donde una cabeza o un brazo se exponía en el acto de disparar, una lluvia de balas era seguro que lo encontrara. Cuando el fuego del enemigo se aminoró juzgamos que la opor– tunidad había llegado; cargamos, cruzando el río (que era poco profundo), un poco más arriba, sorprendidos de encontrar tan poca resistencia a nuestro avance de un enemigo que había contestado con tanta bizarría el fuego que le hiciéramos desde los troncos.
Al entrar en las fortificaciones todo lo explicaba la gran cantidad de muertos que encontramos. Esto mostraba que la artillería de Wheat combinada con el mortí'fero fuego de n~estros rifleros habfan he~ho la's fortificaciones insostenibles y la guarnición huyó hacia las montañas.
Nuestros hombres que murieron fueron decente– mente sepultados, pero Lockridge concibió una idea muy civilizada para notificar a los ingleses, que nos habfan perseguido tanto en la bahía de San Juan, de nuestra victoria tirando los muertos del enemigo al rfo, cuya rápida corriente, cuando la marea iba de bajada llevó consigo todos los cadáveres que ya los lagartos no se pudieron hartar.
La impracticabilidad de perseguir al enemigo por las densas montañas nos obligó a dejarlos impune que buscaran su camino hacia el interior del Estado mien– tras nosotros acampábamos en las fortificaciones cap– turadas.
HACIA EL CASTILLO
Al poco tiempo de este incidente el Coronel Titus, notorio en la guerra de las fronteras de Kansas, llegó con una compañía de todo punto de vista excelente. Lockridge había propuesto que Anderson, que era el oficial de mayor rango entre los presentes debía to– mar el mando de las fuerzas en una expedición a cap– turar la fortaleza de El Cdstillb, varias millas río arriba. Esta histórica fortaleza, que en épocas pasadas
fue cClpturada por el Almirante Lord Nelson, recibió un mensaje; intimando su rendición. Titus quien no tenía ni conocimientos ni cualidades de soldado, con-
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