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« Previous Page Table of Contents Next Page »Cuando amaneció no habra más que un horizonte' claro, y ni siquiera había indicios del barco que nos perseguía. Solo mar azul y cielo y algunos barcos rumbo a Mobile era todo lo que veíamos.
RALEA DE l/EMIGRANTES"
Aceleramos nuestra velocidad con los vientos fa– vorables del mar de verano, la luz del sol se hacía más brillante y la brisa más suave cuando entramos al tró– pico. Los días se sucedieron sin ningún accidente. Nuestra diversión principal era instruir a los l/Emigran–
tes" el modo y manéjo de las cosas del barco. Estos eran de la ralea que solo encontramos en los muelles de las ciudades del Sur con uno que otro Cajero de ban– co del Norte que por casualidad se habían quizás equi– vocado en las cuentas y por eso se veían obligados a cambiar tanto de profesión como de patria. Estos hombres eran buenos para un estudio y presentaban un carácter con infinidad de facetas y diversidad de educación y profesión.
Por supuesto que ellos no entendían nada de navegación, ni siquiera del nombre con que se desig– naban los mecates, pero nosotros adoptamos un plan para subsanar esta dificultad.
Las diferentes cartas de un naipe fueron atadas a los múltiples jarcias del barco y cuando una orden se daba para izar l/el 6 de corazónl/ o el "as de table– ta" no había peligro que se cometiera una equivoca– ción.
Fue también conveniente para asegurar atención inmediata para la ejecución de algo en que se necesi– taban varios hombres, usar el prefijo de Mayor o de Juez.
Así cuando se ordenaba: "Sr. Juez, ayude a ase– gurar el rey de corazón negrol/, con seguridad que acu– dí'On a ayudar más de los hombres que eran menester.
ORDENES DE WAlKER
Por las costas de Yucatán, famoso por su antigLlo imperio, pasamos el cabo San Antonio, navegamos a través del mar Caribe, en cuyas lejanas costas estaba el puerto de Honduras donde llevábamos orden de desembarcar.
Habíamos ya llegado a esa fecha y las armas fue– ron sacadas de las bodegas y repartidas, los hombres fueron equipados y como el Castillo de Omoa había de ser capturado, varios combustibles y escaleras fue– ron improvisados y preparados para ser usados. Una vez completadas estas preparaciones el Co– ronel Anderson que era el Comandante en Jefe, hizo formar a los hombres y leyó la parte de las órdenes se– lladas que él creía que dichos hombres debieran sober: Estas órdenes eran dignds de ser conocidas por mí a lo menos, pues últimamente no estaba al tanto de cómo Walker conducía la guerra, como lo estban los otros que no vieron nada de irregular en que se orde– naba apoderarse de los vasos sagrados y otras joyas de la iglesia y de todo lo de valor que perteneciera a aquellos que no estuvieran de acuerdo con las ideas democráticas de Nicaragua.
Cuando yo exterioricé mi indignación porque cre– yeran que yo fuera capaz de ayudar para la realización
de una conducta qu~ recibiría la condenación de todo el mundo civilizado, mi amigo Anderson me advirtió y me aconsejó que guardara mis escrúpulos dentro de mí mismo, pues Walker no permitía ninguna censura u opinión privada ad versa a sus decretos. Yo le rendí las gracias y le dije que siempre que tuviéramos at ene– migo al frente, no tendría nada que objetar, pero que tan pronto como pudiera conseguir una baja honorable, saldría del servicio.
Navegábamos ahora en esa parte del mar cerca las costas de Honduras, abundantes en arrecifes de coral, la mayor parte de ellos sumergidos y solo apa– rentes a los ojos y oídos por el furioso oleaje del agua contra sus masas escondidas. Este contacto producía y propulsaba a veces, enormes pringues de agua en el aire con un ruído ensordecedor.
Me había paseado sobre cubierta hasta muy en– trada la noche, que era calma, con excepción de los lugares donde el agua se estrellaba contra los arrecifes. Suaves y pequeñas olas que pasaban ocasionadas por la filosa proa que partía el mar y la luz de la luna! que cruzaba el cielo chisporroteaba por doquiera! forman– do un paisaje que es imposible olvidar.
DESASTRE
.Bajé a los dormitorios, pasé por donde estaba el Capitán y otros oficiales en el centro de la Cabina y me tiré vestido, sobre mi camarote.
Escasamente había puesto la cabeza sobre mi al– mohada cuando el barco se estremeció terriblemente, se arrastró sobre algo áspero y detuvo su marcha al instante. No fue necesario que yo oyera la exclama– ción del Capitán diciendo: l/Por Dios, hemos encalla–
do!' para saber ya lo que había pasado.
El barco había corrido sobre uno de los numerosos ar.recifes de coral, con tanta fuerza que se quebró por el medio, donde las agudas puntas de coral traspasa– ron su fondo, quedando así inmovilizado. Afortuna– damente pues, si hubiera pasado al otro lado del arrecife, el barco se hubiera hundido al instante en el profundo mar. El paro repentino quebró uno de los mástiles el cual cayó al agua y el casco quebrado dejó entrar el agua que llenó el barcó casi instantáneamen– te. Yo salté de mi cama al suelo y ya el agua me lle– gaba a la cintura. Tomando mi chaqueta y mi pistola busqué mi salida a cubierta, una tarea difícil, pues el barco estaba reclinado sobre uno de sus costados. Sobre cubierta, donde acababa de deiar todo tan cal– mo, qué cambio más grande! La resistencia que ofre– cía el barco a las olas del mar causaban que el agua golpeara violentamente enviando enormes cantidades sobre la cubierta.
El mástil caí'do hacia el lado del viento, estaba aún atado a las jarcias que todvafa estaban fijadas el
la cubierta y golpeaba el barco con tanta fuerza 'que pareciera que lo haría trizas, mientras que el otro mástil que aún quedaba erguido en la cubierfa hacía tanto contrapeso que todas las probabilidades eran de que arrancaría el casco del arrecife que era todo lo que nos tenía a flote.
Los "Emigranfes" estaban todos en coro levan– tando sus lamentaciones al cielo con motivo de lo que pareciera una inevitable y segura muerte, que a todos
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