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nes, hizo ~us con~at?t~s con opor±unlda~ y SIn ronunciarse deflnlhvamente, 8: ratos estuvo . ~on Mena, con Estrada y conmIgo. Yo creo que tenía, gran parte de la fuerza popular de mi lado.. Nunca se mostró A9-0lfo h,ostil a mí en aquel mom.ento, pero yo sospechaba
y hasta sabía que lo tenía enfrente. Era na– tural que Adolfo tratara, de la manera Goma él sabía, de eliminarnos a ~strada, a Mena y
a mí En cierta oportunIdad de aquellos días; ~n que Estrada disolvió la Consti±uye;nte que había promulgado una nueva Gons±1tu– ción que nUIl;~a tuvo efecto, Adolf~ rrl. e ~lamó
y me dijo: Tal vez ±e convendrla sahrdel país, aqu~ pueden oc~~rir acon±ecim~?ntos
graves y no sabernos qUIen va a quedar .. .. Yo acepté e} consejo y me fuí a Ho;nduras. Cuando cayo Estrada quedaron solos el y Me– na y yo en Honduras, pero cuando Mena pu– so al propio Adolfo contra la pared me llamó a mí y yo me vine y ya juntos los dos elimi– namos a Mena. Me nombró General en Jefe cuando él quedó en el poder, pero llamó a Mancada y estableció así un curiopo equi– librio. Luego, por el mismo tiempo comen– zó a crecer a Carlos Cuadra Pasos y así jugó ese nuevo elemento ,en política. Diviso aque– llos tiempos con cierta cómica resignación ál recordar aquellos hombres maniobrando en política cón la luz de su intelecto. Qúé gran diferencia con muchos otros que hnponen su posición con la violencia.
De todas aquellas co:rnbinaciones que vinieron cozno secuela de nuestras actuacio– nes políticas se llegó más tarde a la coalición que dejó a Don Carlos Solórzano en la PrEisi. dencia de la República. Don Carlos Solór?a– no respondía a una política indefin~da pues los pringues rojos y verdes con que estaba pintada no eran ni rojos claros ni verdes vi– vos. Por supuesto, el descontento de los conservadores que entonces llamaban "cha– morristas" era grande, pero yo estaba aleja– do en mi finca oyendo llover sin mojarme mucho. En cambio Adolfo estaba en contac– to perm.anente con los anligos y teriía ya su madeja bien bordada. Cierto día me llaman y m.e dicen que Adolfo me .espera en su casa con un grupo de nuestros amigos. Concu– rro a la cita y me encuentro con que Adolfo estaba resuelto a ponerle fin ál Gobierno de
~on C~rlos Solórzano. Oigo y com.prendo la
s~tuaclón, pero les pido que me permitan vi– SItar a Don Carlos en la Casa Presidencial pa– ra pedirle que repartiera los Departamentos del país que entonces eran 15, así: seis para los liberales, se.is para los conservadores, y
:3 para el. propIO Don Carlos. El propósito e.ra de:rnosrra.-rle al p~í~ quién de los dos pár–
~ldos era meJor adrrtlnIstrador y por ende de– Jar a Don Carlos quieto con su Presidencia. Aceptaron, Adolfo y los amigos, que yo fuera a ver a Don Carlos; le expliqué que estaba sentado sobre un volcán, que para su conve-
niencia y la del país nos diera lo que yo le pedía y que así conservaría la presidencia y gobernaría en paz. Don Carlos me recibió
y me escuchó por cierto que cuando yo su– bía el Ministro Arnericano bajaba. Quedó Don Carlos de resolvenne y así lo hizo, pero su respuesta fué qué solamente nos daba a los conservadores un departamento. Ante esa situación inaceptable Adolfo y yo conve– nimos en que:me ±orn.ara la Lo:rna lo que hi– ce sin disparar 1.1.n tiro. Yo deseaba dejar a Don Carlos en la Presidencia, pero Adolfo no. La madrugada que entré a la Loma llamé por teléfono a la Casa Presidencial a Don Carlos y le dije: "Cómo amaneció Don Car– los, aquí le habla el General Chamorro". Me contestó muy asustado, "De dónde me llama?". "Pues de la LOIna, Don Carlos" .
..ay qué está haciendo allí?", me preguntó. "Nada", le contes±~ "solo quiero que le avise al Campo de Marie que a las ocho de la ma– ñana me deben entregar todas las arInas que ha y allí V rendirse". Don Carlos colgó el ±e– léfono. Corno llegaran las ocho de la maña– na y el Cam.po de Marte no contestara se le hicieron algunos, disparos al aire y vino la rendición. Yo quería dejar a Don Carlos en la Presidencia, pero Adolfo era opuesto a esa idea. . Así fué que de acuerdo con AdoHo asu:rní la Presidencia de hecho. El Minis±ro Americano E berhardt, personahnen±e simpa– tizó con el asunto, pero la polHica del Depar–
taInen~o de Es±ado era otra. No me recono– cieron y meses después llegó la Presidencia de la República a manos de Adolfo. Hubo reconocimiento y aquí paz. . . y después glo– ria.
Como dije antes Adolfo era valiente. Una vez que venía:rnos embarcados en La Flo– rencia, una lancha pequeña de Puerto LiInón a Bluefields, el General Sierra, de Honduras, mandó un barco "El Tatumbla" bien armado a perseguirnos pues estaba de acuerdo con Zelaya, y sin aviso alguno, se nos vino enci– ma y solamente una m.aniobra hábil de nues– fro Capitán nos salvó del naufragio. Adolfo que estaba en la bodega salió enfurecido y
me dijo: "Ahora es que quisiera un cañón en mis manos para hundir a esos perversos". En relación con este hecho hay algo divertido que retrata muy bien a Adolfo: El estaba en Puerto Limón, Costa Rica, empleado como se– cretario del Gobernador Don Eduardo Beeche quien le había dado ese puesto para ayudar– le y lo estimaba mucho; sin embargo se jun– tó con nosotros y se vino a la Revolución so– lamente para que el Sr. Beeche no lo regaña– r8: por toda la ayuda que nos había dado pa– ra el movirnien±o.
A mis años estos recuerdos conn1.ueven mi espíritu ~n sencillo homenaje a Adolfo, Ini buen a:rnigo. Un día, pasada la tormen– fa, aparecerá el sol de la verdad y nos hará jusficia a fados.
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