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Cuadra Pasos y Espinosa R., elocuentes tribunos de las

Conferencias del Denver.

va que el de la lucha abierta con su hernla– no Carlos, ya que entonces conocí el carácter duro de Eulogip.

Sin embargo, en cierta ocaSlon nos encontramos juntos los dos grupos políti– cos en Chontales: los amigos de Carlos y los míos. Casualmente nos reunimos al mismo tiempo en Juigalpa. Y fué en esa capital Departamental en donde, 611; la plaza públi– ca, por la noche nos enfren.taITIos en un de– mocrático debate, en el que oradores de cada grupo ofrecíamos "el oro y el rnoro" al pue– blo y era diver:l:ido ver a los oradores de ca– da agrupación superarse Inás y m.ás en pro– mesas para el pueblo. Hasta nosotros, los jefes intervenimos en ese deb~±é. Y puede afirm.arse que mi defensa ante el ±orren±e oratorio de Carlos estuvo descansando en mi fuerza popular.

~econocido es en Nicaragua el presiigio de trIbuno del Dr. Cuadra Pasos. Sus ac±ivi– dades en ese campo llegaron a colocar m.uy alfo el nom.bre de Nicaragua en las Confe– rencia Internacionales; fué l.l.n diploITIático naío, un internacionalista de a1±os ribetes.

S~ r:ombre, ;nuy respetado en las acfivida– des lI;ternaclonales le dieron legítimo brillo al .palS y rodearon su rtombre con auténti– coS valores y prestigios.

Volviendo al debate público ocurrido en Juigalpa, recuerdo que al abandonar Carlos este pu,.?blo, me dejó el c~n'lpo libre para mi

cam~anc:r creo que se di? cuenta de que los chonl.alenos, que me ±en1an con razón corno un auténtico hijo de su.s Il1.ontañas, le demos– traron que yo contaba con ellos irremedia– blemente. Pero al regresar yo de esa gira y lleQ"ar a Granada, :me esperaban numerosos

a~~ugos formando una verdadera ITIanifes±a–

Clan d~ fuerza popular, llenos de entusiasIno y.de fe, en lo que ya se divisaba COITlO un

ir~unfo de m.is amigos y rn.Ío. Esta llegada nua despertó fuerte exa1±ación denÍro~ del grupo. de Carlos y corno algo inevitable, se rrodu]eron choques y un intenso firo±eo sa-

ldo de las filas de los amigos de Carlos.

Yo mismo lTIe vi en gran peligro rodeado de soldados que disparaban. Allí perdió la vida mi estimado partidario, cornpa– ñero de lucha y amigo rn.uy querido, Dr. Horacio Saballos, distinguido abogado, que al desaparecer en forma tan inusitada llenó de duelo, amargura y resentimiento nuestras propias filas. La atmósfera política se puso tensa; el an'lbien±e se llenó de presagios y ne– gros nubarrones manchaban el cielo del por– venir.

Carlos, con su clara inteligencia y su ya experimentada aciividad polHica, reconoció que la situación se presentaba oscura; se mo– vilizaron en idas y venidas y corno siempre ante hechos así, apareció la figura pacifica– dora de Adolfo Díaz y se dieron los primeros pasos para un entendimiento, el que precisa– mente se llevó a cabo un 15 de Septiembre, arreglo mediante el cual Carlos, y por su– puesto; Adolfo, apoyaría mi Candidatura y yo le daría el Miriisterio en Washington a Carlos. Desgraciadamente después de lleva– do a cabo el conl.promiso en±re Carlos Y: yo -con Adolfo como una especie de garan±e– se produjeron publicaciones peridísficas ata– cando el entendimiento yen particular a Car– los, y cuando llegó la oportunidad, yo quise currtplir lo pactado, pero Ca.rlos creyéndo:me autor de esas publicaciones no aceptó el

nornbra~iento en Washingion y me dejó li–

bre las manos para actuar.

No tendría motivos para negar, si yo hu– biera sido el instigador de esos artículos de periódicos, porque después de fodo ese juego

y rejuego se vive en nuestra polHica, pero, honestamente, yo nada tuve que ver con eso. Lo que ocurrió es simple: Carlos no podía gozar de la simpatía de mis am.igos que si–

guieron viendo en él al ya clásico eneluigo, y sin control yo en esas ad.ividades rnuy pro– pias del fuero interno de cada. quien, ni· supe, ni pude, consecuentemente, evitar que las co– sas ocurrieran. asi. Llamé a Carlos varias V8–

?es para que aceptara la posición en Wash– lng±on pues deseaba cumplir mi compron'li– so, pero fué imposible convencerlo. Queda– rnos s~ como an'ligos y confieso, que a pesar de ±odas esas vicisitudes Carlos fué siempre un buen Conservador.

Personalmen±e, el concurso de Carlos me fué siempre de valiosa utilidad. Cuando los sucesos de El Lornazo fué mi representante en Washington para lograr el reconocirrlien– ±o; actuó con g-allardía, con lealtad y con oportunidad. Cuando las Conferencias del Denver iniervino brillan±erClente a favor de mi causa, destacándose conlO figura relevan– te, defendiendo la tesis nuestra con su pala– bra luminosa, su sereno juicio y su oraioria verdaderarnenie asornbrosa. Vale la pena. recordar que ,en aquellas plá±icas del Denver se enfrentaron dos verdaderos gigantes de la palabra: de nuestro campal Carlos Cuadra Pasos y en la oposición el Dr. HodoUo Es– pinosa R.

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