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H'ENRY L. STIMSON

na de Ro<?t, lo que , era sufi9i~nte pa~a

su pr~s.t~g10. Trala la mIslon. de. con– vencer a los nlcara– güenses de que de– bían arreglarse pa– ra restablecer la tré}nquilidad públi– ca. Si los nic~ra­

güens,es no le ol~n

debena pronuncIar categóricamente el "fíat pax" . Para repercusión de sus palabras, tenía a la ) mano, ahniran±es, generales, barcos de guerra y más de tres mil soldados yan– kees en territorio ni– caragüense.

El señor Stimson se impresionó mucho al viajar de Corinto a Managua, porque le

CARLOS CUADRA PASOS (1963).

Dibujo a tinta de Rodrigo Peñalba.

fue dado contemplar el cuadro vivo del com– bate de Chinandega. Vio cadáveres en pu–

trefacción p. la orilla de la vía férrea y am– bulando en estaciones en actitud belicosa, soldados rotos, sucios, y todavía con la san– gre en el ojo por la furia de la pelea.

Al llegar a Managua el señor Stimson preguntó al Gobierno si podía restablecer la paz de manera indubitable en el término de un mes. El Presidente Díaz le contestó ql.+e no era posible. El señor Stimson resolvió traíar con los liberales. Decretó un armis– ticio. En barco de guerra, pasando por Pa– namá, vinieron los represen±é~ntes del Doctor Juan Bautista Sacasa. Se reunieron cOn el General J osé María Mancada. Discutieron las proposiciones del señor Stimson, y resol– vieron rechazarlas. El señor Stimson resol– vió traíar exclusivantente con el General Jo– sé María Mdhcada. Lo hizo en forma de ulti– matum, que decía poco más o menos: "El Presidente de los Estados Unidos acepta el requerimiento del Gobierno de Nicaragua, para supervigilar las elecciones de 1928. El mantenimiento del Presidente don Adolfo Díaz, durante el resto de su período es consi– derado corno necesario, para la dirección de estas elecciones. Las fuerzas de los Estados Unidos están autorizadas para cusiodiar las armas de aquellos que quieran entregarlas voluntariamente incluyendo al gobierno, y

para desarmar por la fuerza a los que no quieran hacerlo por voluntad".

Por fin alboreó la paz en Nicaragua, pe– ro con brumosa melancolía. Díaz y Monea– da ni siquiera conversaron entre sí. Mejor prefirieron entregarse al extranjero que ten– derse las manos fraternalmente, los hombres de uno y de otro partido. Copiamos de una crónica publicada en ese tiempo en el perió– dico "New York Herald Tribune", el relato irónico del triste episodio del desarme de los dos ejércitos, verde y rojo, de Nicaragua::

"Dos días después cinco mil soldados ni– caragüenses de los dos ejércitos, en harapos

y descalzos, marchaban en la capital. Mu– chos sufrían de heridas, fiebres, znala ali– men±ación, y otra clase de males, resultados de interminables días de pelea en lugares deshabitados. Después lanzaron suspiros al entregar el rifle, pero apretaban los dientes

y aceptaban los diez córdobas prometidos por cada arma entregada. De esta manera fue restablecida la paz en Nicaragua".

En verdad que fue lamentable aquel desfile de soldados de divisa verde y de di– visa roja, arriados por las call~s de Managua por los Marinos americanos. Los que vie– ron aquella humillación de seguro no aznan a Nicaragua sino que odian, desde entonces, la guerra civil. El plan de Sfim.son no ter– minaba en esta paz impuesta. Se proportía preparar los instrumenios de una nueva po– lítica.

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