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« Previous Page Table of Contents Next Page »todo del todo primitivo: los pasajeros eran llevados en pequeñós botes, del lado del barco hasta lo más cerca– rneñte posible de la costa donde el ol~aje lo permitiera y dé' allí l eran conducidos en las espaldas de los bote– ros.' Durante este último tránsitá escenas irrisorias eran muy frecuentes. Estas podrían ser causadas por el ,estaqo de ánimo burlón de los boteros, quienes a menudo sentían muy pesada la carga o quizá por sen– tirse casi estrangulados por los brazos histéricos de algund' tímida señora, pretendían perder el balance y ambos, cargada y cargador, caíon en las límpidas aguas.'
Actos de esta naturaleza causaban gran regocijo entre los curiosos y nada acontecía al desdichado pa– sajero más que una buena remojada en las tibias aguas del mar. '
En tierra, casas de campaña y chinamos habían sido erigidos para la conveniencia de las vendedoras de tomidas y de aguardiente al fresco, manejados por mu– chachas de ojos atractivos y fascinadora sonrisa que al servir por una módica suma, a los ávidos mineros, ayudaban mucho a expender las viandas que sabían deliciosas después de la dieta monótona del barco -y para aquellas personas de hábitos más refinados, los hoteles del pueblo ofrecían desayuno tan elaborado y variado como uno lo deseara.
En la mesa de uno de estos Hoteles, con un nom– bre altisonante y proveyendo, como lo anunciaba, "todo lo que el país tenía", encontré además de los huevos cocidos y la gallina tiesa de costumbre, un grupo de oficiales del ejército, bien uniformados, a quienes fui introducido por el contador del barco. Cuando éstos supieron que yo hablaba su idioma y que estaba ade– más' muy interesado en la causa populdr porque se luchaba, se mostraron muy cómunicativos cOn respecto al estado actual de la guerra, cuyo relato se hacía más ameno dado esa encantadora cultura que es caracte– rística a 16s Hispano-Americanos bien educados:
RESOLUCION DE QUEDARSE
l..a facilidad conque había decidido salir de Cali– fornia, parece ser increíble. Sin embargo no cdusará sorpresa si digo que en este mismo instante decidí quedarme y unir mis destinos a esos luchadores de la Democracia, en el esfuero de establecer, por medio de la espada, la voluntad del pueblo que había sido ex– presada por el voto popular.
Muy poco tiempo fue necesario para convertir mi decisión en realidad, porque los pasajeros después de unas pocas horas en San Juan, montaron caballos y mulas y principiaron Ja jornada de 12 millas por el ca– mino del tránsito hacia la bahía de la Virgen. El
equipaje ya había sido despachado ,a ese punto. De– seaba despedirme de mis compatriotas' y compañeros de viaje y así monté en mi caballo y los acompañé hasta 1<;1 Virgen donde pensaba reclamar mi equipaje y regresar a San Juan.
Se me había dicho que aquí (en San Juan) se podía
r~coger -un número de europeos y am~ricanos que po– dran ser inducidos con el halago de buena paga y
()venturo, a engancharse en el ejército democrático en Granada.
HACIA LA VIRGEN
Ld mayor parte dél viaje hacia la bahía de Id
Virgen fue por el hermoso camino macadamizado cons– truído por la nueva Compañ-Íó del Tránsito, a través de florestas tropicales~
lV\ientras acompañaba a la turba bulliciosa de pasajeros; (vueltos más bulliciosos a causa de las in– controladas libaciones de aguardiente que había hecho en San Juan o por verse libres ya de la vida restringida que imponía los angostos límites del barco) me extasia– ba observandq la sublime belleza y tranquilidad de la arboleda cubierta de encantadoras plantas parásitas y
trepadoras que graciosamente se mecían con la suave brisa a cada lado del camino, los brillantes rayos del sol, que corno dardos traspasaban el follaje, proyec– tando sombras de dibujos arabescos a mis alrededores. Me prometí que a mi regreso a San Juan tomaría más tiempo para gozar de esto abrumadora belleza. En la Virgen se reanudó la algazara y borrachera --ob– sequié el balance de mi boleto de primera clase a un viejo amigo mío Mr. George Gibbs.
George, de Fulton, Missouri quizá esté vivo toda–
vía y recuerde este incidente y no sentí ni pizca de pesar cuando vi al barco alejarse del muelle a la me– dia noche, cargado de mis turbulentos compañeros de viaje.
La fatiga de un. día de tan diversas como arduas experiencias pronto disiparon la leve sensación de so– ledad que me acompañó en el duro camastro del es– cuálido Hotel.
Ningún cansancio, sin embargo, podr.fa aguantar el ataque combinado c18 millones de pulgas que infes– taban el cdmastro y después de una noche sin reposo, me levanté con los primeros destellos del alba y por fa calle silenciosa y desierta me dirigí a fa costa del Lago. Mi propósito era buscar alivio de los daños infringidos por las atormentadoras pulgas tomando un baño en
IdS límpidas aguas del Lago.
EN EL LAGO
El placer y alivio que había esperado conseguir con el baño se frustró cuando después de mi primera zambullida, observé que se acercaba un pez tan gran– de como replJ1sivo. Pregunté a una mujer color de caoba que estaba llenando su tinaja cerca de allí qué clase de peces eran esos: "Son tiburones" me contestó,
/'/y si Ud. no se sale pronto se lo comerán". ,No perdí ni un segundo en obedecer a la mujer y supe después que esos tiburones venían del Atlántico al Lago por el Río San Juan. Nunca se me había ocurrido 'encontrar tiburones en agua dulce. '
Listo para regresar ai Hotel no pude menos que hacer una pausa para contemplar el brillo esplendoroso de un núciente sol tropical; allá lejos en lo que parecie– ra ser la otra ribera del Lago de Nicaragua un enden– tado surco de picos de volcanes extintos destacaban su sillleta en el brillante cielo y la glamorosa luz del sol en raudales de oro se volcaba por entre ellos a inundar
el panorama más cercano.
El grandor de esos volcanes gigantescos, y su po–
der de' proyección sobre la visión era majestuoso. Hacían que objetos muy distantes se vieran como si
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