Page 67 - RC_1964_02_N41

This is a SEO version of RC_1964_02_N41. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

estuvieran cerca. Del centro de las tranquilas aguas del Lago en primer término, surgía altivo como un cono perfecto el extinto volcán Ometepe. Sus laderas y su base desde el agua lo arrullaban en un exhuberante follaje tropical; su pico desnudo parecía desafiar al cielo. Ningún movimiento excepto el chisporroteo de los rayos del sol sobre las diminutas olas del tranquilo Lago alteraban la imponente solemnidad del paisaje. Este efecto, en la clara atmósfera, de esa agrupación de montañas, no había yo visto otro igual en ninguna parte con excepción de las cordilleras nevadas de Suiza y éstas -aunque no menos grandes que las de Nicaragua, son de un tipo enteramente distinto, son rodeadas de una atmósfera diferente y dotadas de diferente vegetación. Dí las espaldas a tan maravillo– so panorama con pesar, para entrar una vez más en los regateos de la vida con sus agitaciones y desenga– ños.

PERDIDA DE EQUIPAJE

Al presentar el cheque de mi equipaje en la ofici., na de la Compañía, fuí informado que a consecuencia de la borrachera general de los pasajeros, muchos de los cuales no estaban en condiciones de ver sus efectos personales, se había creído prudente enviar todos los equipajes al vapor del Atlántico. No había telégrafo en esos días y por consiguiente me fue imposible recla– mar el mío en este lado de la oficina de la Compañía de New York. Este fue un golpe muy severo para mí, pues sólo me quedaban unos pocos centavos en el bolsillo los dólares que poseía, más unos valiosos espe– dmenes de oro y mi ropa iban en mi baúl. No había liada que yo pudiera hacer y como blasfemar no me . ayudaría, salí de la oficina y nunca supe qué se hizo mi equipaje. La embriaguez. nunca ha sido pecado mío, pero tuve que sufrir por el pecado de otros y con– fiar en lo que Mr. Emerson designara como "la ley de compensación en asuntos humanos".

Después de pagar mi cuenta en el Hotel comprar algunas frutas y comi.da cocinada en el mercado que aliñé en un atadito y habiéndome cerciorado de que mi pistola iba en buenas .condiciones eché rn.i chamara al hombro y paso a paso volví a recorrer el montañoso camino a San Juan por donde el dítl anterior había venido. Cuando creí haber caminado lo suficiente para gozar de perfecta soledad me senté bajo la som– bra de una ceiba gigantesca a la orilla de un riachuelo en la quietud de la floresta y tomé mi desayuno; ni siquiera me atormentaba el pensamiento de carecer de recursos monetarios.

Tenía más de los 25 centímos tradicionales, con– que los hombres que se han formado solos, han fundai do su fortuna. La salud, esa confianza de la juventud que no me había fallado antes en situaciones más apuradas, y una disposición filosófica fue suficiente para descuidar de todo.

El soñador de tendencias panteístas tiene, en verdad, cierta afinidad y solaz con la naturaleza; aquí en la suave penumbra, de estas encantadoras selvas el alma parece nutrirse de la presencia de un embrujo misterioso conectado por cuerdas afines al organismo humano. La ciencia en vano se ha esforzado por ana– lizar todo esto y en vano también aconseja ignorarlo.

En estos momentos parece que se capta un remoto pa– sado de nuestro ser, es COmo si la sensación de la hu– mano y del trajín de la vida diaria quedaran en otro plano, las potencialidades de la existenCia parecen expeler el sinnúmero de preocupaciones de la vida y nos encontramos en presencia de esa misteriosa "Nir– vana" fuente del pasado y del descanso final. En tales divagaciones, a tono con mi modo de pensar desde muy joven aunque tristemente fuera del ritmo del espíritu de ese tiempo, pasé muchas horas en estas tranquilas soledades hasta· que los inclinados rayos del sol me hicieron ver que el día ya avanzaba y que mi jornada estaba aún entera. Como había deci– dido dormir en la montaña con el fin de llegar a Sdn Juan y pasar el retén militar de día y no de noche, proseguí l mi camino sin prisa alguna.

EN EL CAMINO DEL TRANSITO

No encontré un solo ser humano, pero no por esto. dejé de gozar de una compañía de lo más animada. Mis pasos eran casi inaud..ibles y como la fauna de esta vasta floresta tropical era rara vez molestada por los nativos, encontré los árboles llenos de lapas de bellísi– mos colores, loros, periquitos y muchos otros pájaros cuyos nombres nunca supe. Alborotados y alegres volando de aquí para allá' con su modo de cantar, ha– cían una bulla ensordecedora; cruzándose por el cami., no o escarbando rakes a los lados, observé muchas clases de animales que sólo había visto en los parques zoológicos: armadillos, hormigueros, guatuzas, chan– chos de monte y otros" trajinaban la selva en busca de sustento, y mientras los monos parecían brotar qe la tierra y llenar las copas de los árboles en cada uno de mis pasos. Solamente los monos pareciera que adver– tían mi presencia chasqueando e intentando amedren– tarme con gestos agresivos que se convertían en pónico cada ve·z que yo hacía algún odemán amenazador. Cuando el sol se hundía tras las copas de los ár– boles me encontré yo cruzando un puentecito rústico sobre un riachuelo muy transparente, en cuya margen estaba aUn los restos de Una casa provisional, quizás' de cortddores de madera, a sus contornos todos los ár– boles habían sido derribados probablemente para construir el puente y la casa misma, ésta aunque ca– recía de techumbre y puertas no podía ser despreciada por quien estaba al campo abierto; las cuatro paredes me proteger,Í'an del ataque de una fiera, y además ha– bía un cocinero y un tapesco donde tendí un cuero que aún estaba allí y así tuve fuego, luz y una cama. Muy pronto recogí suficiente leña seca y tapé como pude la puerta de entrada y como a causa del trabajo

y mi caminata de ocho millas me. había fatigado un tanto, decidí! antes de saltar la tapia bañarme en una poza clara cerca del puente.

Mientras me ocupaba de arreglar mi nueva man– sión noté que mis labores estaban siendo vigiladas por un número siempre creciente de monos. Al tirar mi ropa sobre la ribera teniendo la precaución (no por ne– cesidad sino por costumbre) de colocar mi revólver en el hueco de un árbol que se inclinaba sobre la poza. Notaba ciertas intenciones agresivas de parte de los monos que parecían ir en crescendo y cuyo número po– día ser formidable: pareciera que al despojarme de

.-4-

Page 67 - RC_1964_02_N41

This is a SEO version of RC_1964_02_N41. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »