Page 68 - RC_1964_02_N41

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. cada prenda de ni, vestido la agresión crecía y sólo había estado en el c;Jgua unos pocos momentos cuando uno de estos monós, atrevidamente, seguido de sus camaradas, chasqueando, gritando, chillando y ha– ciendo piruetas avanzó y tomando parte de mis vestidos no perdió tiempo en huir hacia la rama del árbol más cercano. Esto, en verdad me despojaba, como al Sansón de antaño de mi única fuerza que pose í'a , por– que, in puris naturalibus, yo hubiera sido tomado por algún descarriado e insignificante Dryopitcus de la edad Miocenae carente de toda consanguinidad con la raza humana. La situación era crítica; tomé mi re– vólver y apuntando al ladrón en la rama del árbol, hice' fuego y vi con satisfacción mis pantalones caer al sue– lo mientras el mono herido, chillando de dolor y de rabia, se desesperaba por huir de mi presencia. Gra– cias a su hombro quebrado recuperé yo mi ropa con la que, con gran satisfacci.ón me atavié volviendo en mí la confianza y la tranquilidad. Toda la patrulla de monos huyó al oir el tiro de mi revólver y las lamenta– ciones subsiguientes del herido cuyas grotescas ame– nazas sólo me causaban risa pero me movieron a piedad. Yo creo que fue quizá la duda de que ambos el mono y yo fuéramos humanos la que me indujo que lo dejara alejarse sin más molestia de mi parte, aun– que en ese tiempo aun no había leído a Darwin. En estas latitudes tropicales la noche sucede al día con mucha rapidez. Las estrellas brillaron reful– gentes en mi casa sin techo, y por largo tiempo a la luz de mi fogata permanecí sentado leyendo las pági– nas fascinadoras del Conde de Montecristo, todo lo que me habítl quedado de mi equipaje.

Dominado por el cansancio dormía profundamen– te cuando comenzó un concierto de chillidos y aullidos y cantos de aves nocturnas que celebraban la salida de la luna o quizá que protestaban por el fuego de mi lumbre.

El más bullicioso y quizá el más peligroso era el "Mono colorado" una especie de mono extremada– meRte feroz, que habita estas montañas. Me levanté aticé y eché más leña a la fogata, entonces confiando en las paredes de mi tasa y en el miedo de los anima– les al fuego, prontamente cedí a la fatiga y dormí hasta que los rayos del sol lograron despertarme.

El resto de mi provisión, que había alistado al sa– lir, me fue suficiente para un buen desayuno y con mis fuerzas renovadas y grandes esperanzas, continué mi viaje. Una hora de caminata me llevó al puente que cruza un pequeño do una milla antes de llegar a San Juan. Aquí en mi viaje a la Virgen había visto las lavanderas de San Juan medio desnudas en grupos pintorescos, fumando sus cigarritos y charlando con los pasajeros mientras descansaban de sus labores. Aquí también donde la montaña había sido arralada permi– tiendo que los rayos del sol penetraran hasta el suelo, las plantas en flor eran más variadas y abundantes.

~Iantas trepadoras se entrelazaban por doquiera te– Jiendo de rama d rama dechados de rara apariencia formando un canapé florido bajo el cual corrían pla–

c~nteras las aguas del riachuelo. Flores y hojas pare– Clan revestirlo todo excepto las plateadas y bulliciosas aguas que corríl(ln sobre su lecho pedregoso.

. . Conspicuas entre el verde follaje era la flor azul de la planta del indigo y la multicoloreada convulva. Desde una pequeña loma vi O lo lejos el pueblo de San Juan y la inmensidad del Océano Pacífico que a lo largo de sus costas, hasta donde podían los ojos alcanzar lo ceñían el ropaje verde oscuro de la flores– ta tropical. Unas preguntas ligeras del guardia del retén fue suficiente para que yo pasara al pueblo don– de me hospedé inmediatamente en el mejor Hotel y empecé mi trabajo de reclutar entre los residentes ex–

tranjeros los hombres suficientes para formar una com– pañía al servicio del Ejército Democrático.

EL MAYOR DORSE

Muy pronto, sin embargo, me dr cuenta de que yo no estaba solo en esa labor que era nueva para mí. Un tal Mayor Darse, oriundo de Texas y que creo que había estado en el ejército americano, estaba elocuen– temente exponiendo las ventajas de que se gozarían uniéndose al partido que tenía los sellos y la posición oficial en su poder y que además tenía el poderoso respaldo de la iglesia y lo que tenítl mucha fuerza ante las simpatías de los alemanes, italianos y france– ses: que tenía las rentas del Estado a su disposición. . Después que fas pasajeros habían salido de la bahía de la Virgen, las fuerzas democráticas acanto– nadas en San Juan habían sido retiradas permitiendo así el espectáculo único de reclutar en el mismo pueblo para las dos facciones.

Encontré una formidable ayuda en Don Agustín: un caballero bien educado y adinerado, procedente de Ohío; cuyo entusiasmo por la causa del pueblo lo llevó hasta costear todo lo necesario para organizar una compañía para el ejército Democrático.

El Mayor Darse era un soldado valiente pero sin escrúpulos, muy hábil en el uso del rifle y famoso como un ortillero.

Yo podía ser tan bueno como él en el uso del rifle pero carecía del don de mentir, pues en él, esta facul– tad era un don que iba acompañado de todo el buen gusto que lo hiciera más atractivo. Logró reclutar todos aquellos cuyas nacionalidades mis hombres de– signaban como extranjeros, es decir todos, menos los ingleses y americanos que eran los que yo tenía. Aun– que los hombres de Darse eran casi el doble de los mÍlos, éstos me rogaban que permitiera comenzar la campaña acabando con lo que ellos llamaban "the bloody fbreigners". Yo creo que fue Mr. M. Taine quien dijo que un inglés siempre considera su hogar el lugar donde vive y el resto de la gente como extranje– ro. Fue necesario que yo usara todo mi poder de per– suación para hacer entender a esta plebe, la diferencia que hay entre guerra legal y asesinato a sangre fría. Estando más o menos comprometido en la narra– ción de esta guerra de facciones haré lo posible, en el capítulo siguiente¡ por dar una idea de lo que la mo– tivaba y cuyos motivos el Cabecilla del pueblo estimó de suficiente importancia para justificar la revolución inaugurada por él. En cuanto a mí no tengo ninguna justificación que ofrecer, puesto que los días de los Andantes Caballeros, han pasado ya y aun el ardor juvenil no es tan extravagante como en otros tiempos. Las causas que llevaron a un conflicto armado,

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