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« Previous Page Table of Contents Next Page »paro arreglar las diferencias existentes entre los dos partidos polJticos de Nic9ragua en el año 1854 fueron
las mismas que aquellas que inspiraban todos los
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pronunciamientos" que con tanta frecuencia distur– baban la tranquilidad de los gobiernos Hispanoameri– canos.
CHAMORRO y CASTELLON
Los descendientes de hidalgos que en tiempos mejores conquistaron las fértiles provincias del Nuevo Mundo y las gobernaron en el nombre de la Santa Ma– dre Iglesia, pára el beneficio de ellos mismos y de la corona española, quedaron destituídos c~ando las co– lonias se independizaron, a causa de que, en la forma representativa de gobierno, el poder se adquiere por medio del voto popular y no por el favor de un soberano arbitrario. De esto resultaba, a menudo, la elevación a cargos de hombres que, para congraciarse con las masas populares, necesariamente infringían en las autoestablecidas prerrogativas de dichos hidalgos y de Jo iglesia. Estos hidalgos acostumbrados a considerar los cargos públicos como una propiedad de su alcurnia y la iglesia siempre aliada con los que se mantenían menoscavando las ·rentas públicas veían con malos ojos y desaprobaban el nuevo orden de cosas. Viejas establecidas costumbres, eran a menudo abolidas, le– yes se promulgaban coh el fin de mejorar la condición del pueblo: esto es libertarlos de los cargados impues– tos en beneficio de los señores de la jerarquía. Estas medidas siempre vistas de mal modo por las clases ya referidas, fueron en esta ocasión opuestas con anticipa– ción por el Presidente Chamarra, quien ha tenido el res– paldo del clero y el que estaba en posesión de los archivos y demás pertenencias del gobierno, más la je– fatura del ejército, hiz;o apresar al presidente electo Dn. Francisco Castellón y sus más destacados seguidores arrojándolos fuera del país por la frontera de Hondu– ras. El hecho fue justificado por un decreto de ex–
pulsión conseguido sin dificultad por el partido en el poder, quien bajo el pretexto de nececidades militares
podía manipular la Constitución a su antojo.
Castellón encontró apoyo y simpatía en el presi– dente democrático de Honduras y pudo fácilmente obtener de él hombres y dinero para una invasión. Pe– ro prefiriendo atenerse a su propia gente yola justicia de su causa; valientemente retornó con sus amigos a su ciudad nativa de León donde recibió una espléndida ovación y fue inmediatamente instalado por las autori– dades de los departamentos occidentales como Presi– dente de la República.
REVOLUCION DE 1854
Conociendo, por la actitud del partido de la igle– sia, que sóld un camino le quedaba; no perdió tiempo en organi~ar un poderoso ejército de voluntarios a cuyo mando puso al valiente. General don Máximo Jerez, el mismo que, años más tarde y hasta su muerte, repre– sentó a Nicaragua en Washington.
Jerez chocó con el enemigo en Managua, la ciu– dad capital, y en una serie de combates ro derrotó empujándolo a Granada. A esta ciudad, Chamarra, habiendo ya reconcentrado los archivos del gobierno y
los arsenales de guerra, fórt'ifíc6 la plazcl y reconcentr6 todos los botes y lanchas que zureaban el Lago; con
esta última medida le era fácil controlar las ricas tie~
rras ganaderas del distrito de Chontales en los playas opuestas, asegurando así su aprovisionamiento, que de otro modo le hubiera sido imposible con el enemigo en– frente. Su situación, fuera de la ventaja ya apunta– da, era magnífica: la barrera del lago prevenía la de– serción de sus tropas, la mayor,í'a de las cuales eran reclutadas a la fuerza mientras que los Democráticos, al seguirlo a él en su fuga se alejaban cada vez más de su cUaI"tel general, León, de donde recibíqri toao su aprovisionarniento y refuerzos. El estaba,'allí mu'cho mejor situado y preparado para la contienda, que si~ se hubiera quedado al campo abierto. . Los Democráticos poseídos de ardor e inspirados por la justicia de la causa que era una abierta resisten– cia, a la opresión, estrechaba a su, enemigos, quienes en consecuencia de sus pretensiones de tener derechos divinos para gobernar, se habían apodado "Legitimis– tas" y hubieran decidido la contienda en Granada asaltando y rompiendo las fortificaciones de la plaza; pero Jerez, tan sabio como valiente, estimó que el in-tento sería inútil. . Sus tropas estaban agotadas, él en persona, -tém– poralmente incapacitado por una herida grave y era manifiesto que el enemigo estaba bien preparado y bien reforzado para esa emergencia.
HACIA RIVAS
Los Democráticos, por lo tanto, en su lado, levan– taron barricadas y claraboyaron las mismísimas pare– des y casas que servían de barrera a sus enemigos. Y en esta íntima yuxtaposición se preparaban para otros conflictos.
En este estado estaba la situación de los ejércitos contendientes cuando yo llegué a Jalteva a unir mi fortuna a la Democracia, el partido del pueblo~
Fue un descanso para mí, como lo fue, estoy se– guro, para el Mayor Darse cuando pudo, por fin, reti– rar su gente de Jo influencia de los estancos de San Juan y del riesgo de un choque con los hombres 'd~ mi partido. Al siguiente día de su partida nosotros' co– menzamos nuestra marcha a Granada, con inte'nciones de ir primero al pueblo de Rivas distante sólo "quince o veinte millas de San Juan, siendo la capital del depar– tamento meridional del Estado y ocupado a la sazón por ros democráticos.
Se nos había instruÍ'do visitar al Gobernador del pueblo, don Justo Lugo, quien nos había de proveer de armas Y m4niciones conque protegernos al cruzar la zona peligrosa entre Rivas y Granada.
La marcha del primer día no estuvo del todo, a la altura de las reglas militares para la ejecuciÓn de una marcha a través de terreno enemigo.
Primero los hombres, por unanimidad absoluta, adoptaron la moción de que una visita al expendio de guaro era una necesidad primordial a uh buen principio,
y aunque sus libaciones de despedida no dieran ímpetu a su marcha de frente causó LIno marcada divergencia de lo que podría Iramarse Hnea recta que no estuvo ni parcialmente correcta hasta que dejamos atrás el últi– mo estanco del pueblo.
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