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« Previous Page Table of Contents Next Page »Don Agustín ~staba sumamente escandalizado de ver el comportamif#.iito de hombres embarcados en una causa tan sagrada 'como la nuestra. Yo pude, sin em– bargo, excusarlos ante él prometiéndole mejor compor– tamiento tan pronto como tuviéramos competente autoridaq para imponérselo.
Don AgusíÍ'n y yo habíamos de común acuerdo, convenido que él fuese el jefe nominal de la patrulla actuando yo como su teniente; esto no era más que una cortesía y reconocimiento a su liberalidad pues él había desembolsado todo el dinero necesario para nues– tros gastos. Pero era evidente que cualquier acto de autoridad, que en el futuro hubiera de ejercitarse para gobernar esta turba indiciplinada habría de caer sobre mis hombros. No era porque yo tuviera más expe– riencia en el ejercicio, del mando, sino porque yo po– día adaptarme mejor a cualquier emergencia que seguramente surgiría. Muchos años de experimentar aventuras en las Montañas Rocosas y en los yacimien– tos de oro de California me habían adiestrado en las exigencias de una vida en que alerta vigilancia y ac– ción rápida eran la única garantía de seguridad. Yo por lo tanto, sin esfuerzos ni petulancias de autoridad, dirigía cuando se hacía necesario dejando a don Agus– tín el honor de encabezar la cabalgata cuando sólo se trataba de ofrecer un espectáculo.
La autoridad era muy necesaria en esta marcha. Será obvio al lector que haya alguna vez presenciado la marcha a caballo de marineros después de una juerga.
RECIBIMIENTO
Cuando llegamos a los al rededores de Rivas en la mañana del día siguiente, mi gente presentaba una apariencia más ordenada, marchamos hacia el Cabildo haciendo esfuerzo por ir en orden escoltado por una tropa de lan<;:eros suntuosamente qtaviados que habí'a salido a recibirnos para honrar nuestra entrada. Gran muchedumbre se había aglomerado en la plaza frente a la residencia del gobernador porque la noticia de la adquisición de un cuerpo de valientes l/Rifleros Ame– ricanosl/ para la causa del pueblo, no había sido per– mitido que pasara desapercibido.
Para miÍ' fue satisfactorio dejar que don Agustín fuera el héroe de Jo ocasión, porque a decir verdad, yo sentía cierta vergüenza por la apariencia de mis reclu– tas, aunque estaba seguro de mi eficiencia cuando la ocasión 16 requiriera.
La ocasión, sin embargo, no requeriría muchas solemnidades ni muchos exhortos, pues esta revolución no era más que un supremo esfuerzo de un pueblo oprimido para romper las cadenas de las autoridades que por tanto tiempo habían restringido sus justos de– rechos y el interés y exultación que manifestaban por la adición a su causa de los extraños de ultramar, nos daba más ímpetu.
El Gobernador, acompañado de una comitiva, nos dio la bienvenida en español diciendo que su asistente Con más inteligencia que él nos rendiría las gracias y dio la palabra a un individuo que tenía a su lado cuya conspicua apariencia ya había sido notada y ridiculi– zada por "os americanos quienes lo habí'On bautizado
con el apodo de IINapole6n ll por su traje que exhibía gran analogía con el del Petit Caporal. .
Este individuo, (que dicho sea de paso, retuvo ese apodo durante todo el tiempo que estuvo al servicio de los americanos mientras estos estuvieron en Nicaragua) con mucha seriedad dió un paso al frel'te, sus espue– las y una enorme espada que ceñía hociéndole más ruí'do que una pandereta, hizo una profunda reverencia y en un perfecto inglés nos dio la bienvenida. La sustancia del discurso sin embargo fue puramente en estilo español llena de frases grandilocuentes entre las cuales recuerdo que aseguró que nosotros éramos l/me–
recedores de ser aceptados como víctimas de la causa de la libertad de Nicaragua" y que "nuestra marcial y heroica apariencia indicaba que estábamos impa– cientes por sacrificarnos por esa sagrada causal/ etc., etc. Don Agustín aceptó la bienvenida y elogios, yo sentía como· que toda esta aparatosa pantomima no era más que una burla sin gracia especialmente en \0
que se refería a nuestra marcial apariencia.
La conclusión de los discursos fue como una se– ñal para que se desataran unos horrendos repiques de campanas en todo el pueblo y la ejecución simultánea de dos o tres bondas que es necesario acostumbrarse a ellas para poderlas resistir. Yo supuse qúe todas estas demostraciones estaban dentro del marco de la buena usanza pero se me hacía difícil entenderlo aun– que ya empezaba a creer que de verdad estaba ha– ciendo algo meritorio. El verdadero significado de estas extravagantes demostraciones tenían según supe después, un fin práctico: la intención era reforzar el ánimo de los débiles con la idea de nuestras fuerzas e intimidar a los contrarios.
Por encima de todo esto nuestra recepción fue amable, y después de habérsenos proveído de las armas que la ciudad nos podía dar y de la autorización del gobierno para usarlas, si fuera necesario, en defensa propia mientras atravesáramos la montaña entre Gra– nada y Rivas, partimos al amanecer del segundo día entre los vivas del populacho.
HACIA GRANADA
Fue poco lo que anduvimos por las calles bordea– das de ma jestuosos cardones quizá de más de cien años de edad tras los cuales se veían las pacíficas y
pintorescas casitas.
Se me hacía difícil comprender mientras cruzaba por estos lugares tan tranquilos que mi misión fuera de lucha y de sangre.
Cuando salimos al campo abierto, sólo se veían ricas haciendas¡ grandes rebaños de ganado. Era to– davía el principio de la guerra y las propiedades cerca de Rivas no habían sido destruídas; más tarde tuve el dolor de contemplar estas mismas propiedades en com– pleta desolación y ruina. , Pernoctamos por la noche en un pueblo cerca de las casetas del Lago de Nitaragua y como estos cam– pos eran ocupadas por dmbas facciones para em– potrerar animales el aspecto era distinto; las casas incendiadas, las paredes negras, los campos desvata– dos eran evidencias de la destructividad de la guerra
y del odio partidarista. Los habitantes del pueblo se mostraban reservados, tenían mucho cuidado en no
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