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« Previous Page Table of Contents Next Page »expresor ni entusiasmo ni hostilidad hacia nosotros, IQ
experiencia les habí'O enseñado que en la ~itLiación
desamparada en que vivían era mejor guardar pruden–
cia para no dar a ningún partido pretextos para repre– salias.
En nuestro siguiente día de marcha encont ramos mayores evidencias de la desolación infringida por la guerra civil.
No habí'a señales de vida en los vastos campos desolados y sólo ruinas de las que fueron casas de ha– ciendas. Cerca del medio día el seco y huminoso es– tampido del cañón, cruzando la desolada llanura llegó hasta nuestros oídos lo que nos indicó que nos estába– mos acercando a Granada.
Temprano por la tarde las torres de las iglesias y
los edificios más altos estuvieron a nuestra visto y al subir una pequeña loma el Lago de Nicaragua y su orilla apuesta apareció ante nosotors y poco a poco se iban destacando el rojo oscuro de los tejados y las pa–
redes blancas que reflejaban los rayos del declinante sol.
Después que salimos de Rivas y cuando se hizo necesario adoptar medidas de precaución contra una posible emboscada, yo me había hecho cargo de la gente y había destacado avcmzadas para evitar una sorpresa. Uno de éstos retrocedió hacia mí que iba a la cabeza de la columna a informarme que se ;acercaba una pequeña tropa de lanceros con divisa roja en sus lanzas. Aunque ese color era el de la Democracia que cada uno de nosotros llevábamos en nuestros som– breros y en forma de rosetas en nuestras chaquetas (la divisa del enemigo era blanca) me pareció prudente tomar las precauciones necesarias para recibir a ésos que se acercaban como amigos, o como enemigos, y
así ordené a todos que desmontaran y dejando a nues– tros caballos con una pequeña guardia tomamos una posición ventajosa y esperamos apostados con los rifles cargados, que se acercara la desconocida columna. Tan pronto como se acercaron lo suficiente me dirigí al centro del camino y les ordené que se detuvieran: Se detuvieron y el Teniente que comandaba avanzó hacia mí y saludándome cortésmente me informó en español, que el General Jerez habítl sido informado desde Rivas de nuestra llegada y que lo había destacado a él para que nos condujera a sus reductos. El guío que don Justo nos habí'a dado en Rivas, identificó al Teniente, como uno de nuestro partido,. y así inmediatamente continuamos nuestro marcha bajo la cLlstodia de su tropa. Mientras nos acercábamos más a la ciudad, el aspecto pacífico que al principio presentaba cambió del todo cuando pudimos distinguir las bocas de los cañones atrincherados con sacos de arena en lo alto de las dos torres de .Ia iglesia de la Plaza, además la ciudad se veía bien dotada de cañones de gran calibre. El Teniente me informó que con motivo de que el enemigo había sido reforzado el día anterior por un cuerpo extranjero de rifleros y de artilleros, quienes ya habían mostrado su competencia, especialmente el artillero, cuyos cañones nos sefíaló en la torres de una ig lesia podíamos esperar cierta atención del enemigo cuando subiéramos a una pequeña eminencia del cami– no en cuyo lugar era conveniente acelerar la marcha. Yo, por supuesto, estuve de acuerdo, pero no creí
que fuera necesario traducir la información a nt,.le~tros
reclutas y a don Agustí1n que ahora que el Teniente n9s
escoltaba se había puesto a la cabeza del pelotón.
ZONA DE PELIGRO
Tan pronto como escalamos el lugar mqs olto del camino el teniente se separó de mí y corriéndo a la cabeza de sus lanteros se puso a salvo rápidamente. Yo repet¡P en inglés la orden que él había dado a sus hombres, esto es, galopar, y pronto., quedándome a la cola de la columna.
La mayoría de los hombres cruzaron la loma y se ampararon tras unos árboles pero cuando los últimos estaban todavía en la :?:ona peligrosa observé que salía humo blc1l1co de la torre de la plaza y como dos SEigun.. dos después una bala redonda chocaba contra el tejado de una casita cerccma a nos01 ros, pasó por encima de nuestras cabezas y rasgó la tierra un poco más cide– lante sin causar daños personales; otra bala acertó a caer en el mismo camino que acabábamos de pasar' pero ya nos habfa'l11os puesto a salvo habiendo sufrido sólo una lluvia de tierro y tejas diseminadas.
Este incidente fue lo que mis hombres tomaron por una excelente broma, iniciación en nuestra nueva profesión.
Yo no p~de comprender por qué el Teniente sao bedor de que las baterías de las torres de la iglesia estaban emplazadas apuntando a ese lúgar, no hizo un pequeño desvío para evitar el peligro.
Quizá los nativos de la escolta esperaban ver al· guna timidez de nuestra parte la que pudo haber sido excusable entre hombres que nunca habían oído el silbido de una bala Si de esto se trataba sus espe– ranzas fueron frustradas.
Mientras pasaban por los retenes me fue grato observar la prontitud en el cambio de centinela y la estricta observancia militar en esa clase de precaucio– nes tan necesarias para la seguridad de un cuerP9 mi-litar bien organizado. ".,
ALEGRE RECEPCION
Nuestra recepción en el Comando fue imponente, y con mucha alegría al ser conducidos a las barracas asignadas para nosotros, nos acompañaba una banda marcial y los furiosos repiques de las campanas de la iglesia. Todo esto tenía un doble fin; que era el dar– nos la bienvenida e infundir el terror en el corazón de los del otro lado de la línea. Nuestros hombres sin embargo, consideraron que ellos eran los héroes de Jo
ocasión y para celebrarlo se apresuraron a emborra– charse.
Don Agustrn y yo nos ocupamos de equipar a nuestros hombres e instruir/os en el eficiente uso de sus armas. Como sólo eran veinte de ellos (el embrión de un ejército que nosotros esperábamos más' grande), se les fue instruyendo en los más simples ejercicios. Todas se hacían lenguas de la destreza del Mayor Darse como artillero y también oí rumores igualmente exagerados de mi eficiencia en el uso del rifle. Yo pensé que nuestra obligación principal, (de don Agustín y mía) entonces era conseguir condiciones favorables en lo concerniente a los hombres y a naso..
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