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de asueto compartí'an la vida del cantor ton sus padres
y mandos.
L\.l vida del acantonamiento, fuera de las nume– rosas bc:jas cotidianas; las que sumadas eran más se– rias de h.) que podían ser el desastre de una recia batalla era monótona para aquellos que buscaban co– mo distinguirse, o la excitación de un buen encLlentro~
Sin embarg"" las frecuentes salidas por fuerzas des– tacadas, ya fuera con el fin de conseguir alimento o para contrarrestar la presión en nuestras líneas o pre– sionar algún punto débil del enemigo ofrecían oportu– nidades pélra adquirir gloria o recibir una bala en la cabeza. De esta clase de actividades estaba yo en– cargado, y como el trabajo de mis hombres requería muy poca atención de mi parte yo a menudo volunta– riamente ofrecía mis servicios para cualquier clase de exped iciones.
Méndez, quien siempre reservaba para sí', las oca– siones en que gloria y ganancia se combinaran, me había invitado a que lo acompañara en un proyecto que tenía entre manos el cual requería fuerzas consi– derables y nos desligaría completamente del respaldo del resto de nuestro ejército; una acción, decía, en que los rifles 'podían ser de mucho servicio.
Yo gustoso prometí' acompañarlo y que llevaría a todos los rifleros que quisieran seguirme. Resultó que todos se mostraron anuentes a ir. El General Jerez dio su aprobac;:ión aunque dudaba que hubiera armonía entre Méndez y yo, en cuanto al caudillaje de la ex– pedición 'cuyo plan era la destrucción de los edificios y la captura de un rico almacén de cacao que: se tenía noticias que estaba en la hacienda de don Frutos Cha– marra el presidente de la facción opuesta.
centinela tanto de la ciudad como de la hacienda cuya luz ero plenamente visible.
Las fuerzas de Méndez con la astucia y el silencio de un indio se acercó a la puerta de la hacienda y en los primeros destellos de la madrugada cayeron sobre el centinela de turno y así consiguieron entrar antes que el resto de las fuerzas, que eran en número igual que al de nosotros, le hicieron oposición.
El ataque a la hacienda rudamente alteró la quie– tud del alba, la bulla de la resfriega y el choque de las armas fueron rápidamente seguidos de clarines en Id
plaza indicando que venían refuerzos. Esta era la se– ñal de que nuestro turno a tornar parte en el combate se acercaba. Previendo la necesiddd de sangre fría, precisión en la puntería y absoluto sigilo en cuanto al pequeño número de los nuestros, instruí a mis hombres en estos puntos y esperamos ensilencio o que el ene– migo apareciera.
De pronto las tranqueras se abrieron y de dos en dos los soldados con divisa blanca y rifle en mano em– pezaron a entrar.
Decir que "todo es permitido en la guerra' equi– vale a decir que todo es igualmente permitido en un acto que no debiera ser permitido.
La guerra, que los novelistas y aun los historiado– res hacen aparecer como atractiva, sin duda por la pompa y la panoplia, o~curece la razón por un momen– to a su inmitigado salvajismo. Pero para el actbren la lucha que pudiera ser capaz de analizar los motivos aparentes, no le es difí'cil estar de acuerdo con la filo– sofía que cree en el origen bestial del hombre. Nosotros dirigimos un continuo fuego a quemarro– pa contra las filas del enemigo recargando y volviendo a tirar. La sorpresa del matoneo y la certeza de la puntería confundió al enemigo. No tenían modo de La hacienda estaba situada más allá del fin de adivinar nuestro número pero los tiros y la mortandad las líneas del enemigo y en la Costa del Lago y aunque que producían les hacía ver que estaban bajo el fuego guardaba gran cantidad de cacao, por el hecho de es- de los mortí'feros rifleros y se retiraron más allá de la tar lejos de l7Iuestras armas y por quedar muy cerca de tranquera dejando atrás sus muertos y heridos. la plaza de donde le podía llegar refuerzo en caso ne- La sorpresa momentánea que nuestro inesperado cesario no había sido bien custodiada. fuego les había producidb, fue seguido de un nutrido De acuerdo con lo convenido, quince rifleros y yo tiroteo que nos mandaba una lluvia de balas que nos nos reunimos con Méndez, a media noche, en el lugar hubiera exterminado si cada hombre no hubiera acep– llamado "La Pólvora". Méndez llevaba sesenta lan- todo el refugio que les brindaban los troncos y las pie– ceros que también llevaban arcabuces terciadas por la dras.
espalda, ambos bandos íbamos bien montados puesto Este furioso fuego atrajo una patrulla de los de que teníamos que hacer un recorrido muy largo con Méndez a nuestra asistencia pero como el enemigo no el fin de acercarnos a la hacienda sin ser observados intentaba asaltar nuestras posiciones el refuerzo no por los centinelas del enemigo. fue necesario. Un momento después el fuego amino-Cuando estuvimos lo suficientemente cerca del ró, por lo que creí que algún método nuevo de atacar punto de ataque, dejamos nuestros caballos con una se quería poner en práctica.
pequeña guarnición y bajando a un arroyo que va a la Mientras tanto el fuego en la hacienda había orilla de la ciudad, con mucha cautela noS acercamos a cesado, y los soldados nos informaron que Méndez la puerta de entrada de la hacienda, frente a una tran- había ganado una victoria completa sobre el enémigo. quera que conducía a Granada de donde podría venir Yo estaba seguro que nuestra posición era insostenible, resfuerzos d la hacienda en caso necesario. Era evi- cortados como estábamos por la distancia :del grueso dente que, los rifleros eran de necesidad para impedir de nuestro ejército y metidos dentro de las Ií'neas ene– la comunicación, por esta ruta entre la haCienda y la migas, determiné sacar mis hombres del peligro y re– ciudad. El monte escondía perfectamente a los rifle- plegarme a Méndez como una necesidad preparatoria ros que llegábamos. para comenzar nuestra conjunta retirada, pues ha era Para que nuestra puntería fuera efectiva, sin parte de nuestro plan intentar mantener la hacienda embargo, y mientras esperábamos tendidos en las hojas más del tiempo necesaria para llevar a cabo su secas podí'amos oír los pasos y los requerimientos del destrucción¡ que era el solo objeto de la expedición.
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