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« Previous Page Table of Contents Next Page »Haciendo un pequeño simulacro de ataque <;1 poca dis– tancia, conseguí distraer la atención del enemigo lo suficiente para poder salir del arroyo y juntarme con tv\éndez en la hacienda.
VANDALISMO DE MENDEZ
La escena que presencié 01 entrar al patio de la hacienda era dramáticamente salvaje y comprendí que la situación requería mi intervención.
Todas las casas que rodeaban el patio estaban en llamas y el rico botín de cacao y otras mercanCÍ'as, que junto con la destrucción de las casas había sido el ob–
jeto de la expedición estaban siendo amarradas en el lomo de mulas para llevarlas a nuestro acantonamiento para ser usadas por nuestro comisariato. . , Hosta entonces el instinto del viejo soldado hablO empujado a Méndez' a llevar a cabo con toda ce~eridad
este negocio que teníamos entre manos poro el muy legítimo. En tales ocasiones los momentos son, muy valiosos' las ventajas del enemigo, en cuanto a numero y posiciÓn erdn tan grandes que era necesario gran sa– gacidad y cálculo no sólo para escapar antes de que nos co~taran la retiradq, sino para el éxito en general de todo la operación.
Satisfecho de que los asuntos iban en buen pie, Méndez dando rienda suelta a sus más bajos instintos, se gozaba en infringir todo el daño posible a aquellos que habían caído en sus manos.
Soldados muertos, tanto de divisa roja como de blanca, yadan esparcidos en el patio, evidentemente el lugar no se había entregado sin una lucha cruenta. Lo que más me llamó la atención fue un g~upo de ho~,
bres bajo un árbol de mango e~ la esqUIna del ~atlo.
Conspicuo entre ellos estaba Mendez con un panuelo rojo amarrado en la cabeza, sin camisa, empuñando su larga espada toledana cuya hoja chorreaba san~re.
Se ocupaba en dirigir a unos soldados que inten– taban tirar un mecate a una rama del mango, la otra punta del cual la tenía un prisionero atado al cuelJo. Más allá se hacían los mismos preparativos para ahor– car a otro de los desventurados los cuales estaban arro– dillados balbuciendo ruegos y piedad al Altísimo piedad que los humanos le negaban.
El deber de Méndez que lo urgía a salir cuanto antes de aquella peligrosa posición estaba evidente– mente en conflicto con sus deseos de venganza y odio ,
para sus enemigos.
Apuraba a sus hombres y les ordenaba más y más prisa, no sin razón pues las balas del enemigo nos llovían de todas partes de tal modo que yo calculaba que esta vez las fuerzas eran considerables.
INCIDENTE CON MENDEZ
Como ser capturado, en esta guerra, tenía el si9– nificúdo más terrible nos fue forzoso romper el cardan que con presteza ~os venía acorralando. Todo mi instinto de: humanidad y mi hombría se reveló contra este modo' de proceder con indefensos prisioneors, y como mis hombres cerca de mí' y los de Méndez esta– ban todos desperdigados determiné efectuar por un golpe de mano lo que no se podía, por falta de tiempo ni de oportunidad por medio menos arbitrarios. Dí mi
orden y los americanos llegándose a los prisi<;>neros soltaron los mecates de su cuello y se quedaron custo,– diándolos" mientras yo me dirigí a Méndez y saludán– dolo le dije que no podí'a consentir el barbarismo que él ejecutaba. , ; Su contestación echando fuego por los ojos fue" un fiero puntazo con su espada hacia mi pecho. An– tes de que yo actuara, sin embargo, había previsto las, consecuencidS y estaba preparado, coloqué mi rifle instantáneamente sobre mi hombro y el Coronel Mén– dez quedó inmóvil.
Confieso que estaba completamente decidido a partirle el corazón. Su expresión salvaje se fue sua– vizando y finalmente bajó su espada, diciendo que más tarde se las pagaría, pero que entonces urgía que saliéramos de allí.
Esta necesidad de salir era apremiante; nuestros hombres estaban ya ocupados en repeler al enemigo de la entrada de la hacienda y fue necesario que to– dos nosotros atacáramos con impetuosidad para ha– cerlos retroceder. Y entonces montando nuestros caballos que ya habían sido traídos a la hacienda, Méndez con el botín, y los prisioneros que yo había entregado a un sargento nativo de confianza, marcha– ron apresuradamente por una ruto desviada.
Viendo las dificultades de la retirada y sabiendo que fas lanceros nativos serían muy eficientes para pro– tejer el botín como para abrirse paso por el monte, dije a Méndez con mucha presteza, que si ellos cuidaban de nuestros caballos yo guardarra la retirada que esta– ba abierta, al ataque del enemigo. La cara arrugada del viejo soldado se avivó con una sonrisa al aprobar mi decisión.
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El probablemente pensó: que aunque los
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tranjeros", como de vez en cuando nos llamaban, te–
nían ridículas maneras de tratar a los cautivos, eran buenos cuando se trataba de pelear~ El enemigo nos presionaba con furia y si los rifleros no hubiéramos es– tado guardando la retaguardia, el desastre hubiera sido seguro.
Después de acosarnos por cerca de una millo y viendo que los refuerzos venían en socorro nuestro el enemigo se retiró pronto.
Cuatro de nuestros rifleros fueron muertos, o, murieron después a consecuencia de heridas recibidas en esta comisión, y Méndez después del servicio que recibió de los rifleros en su retirada a salvo de la ha– cienda, hizo chacota del incidente que tuvo lugar entre los dos. En verdad él después satirizó humorística– mente en L1na de sus improvisaciones actuando la parte del nuevo Don Quijote que causó gran hilaridad en la audienciá y co~o su salvajismo no era aprobado en el campo, yo reCibr muchos mumplimientos por la lec– ción que le había dado.
VISITA DEL MINISTRO AMERICANO
La llegada, por este tiempo, al acóntonamientQ, del Ministro Americano y su comitivá, fue un evento interesante; para observar una estricta neut.ralidad, una visita de ceremonia fue hecha a Chamarra en la plaza y después al Comandante Oficial que represen– toga al gobierno Democrático en Jalteva. Amnistía,
/0 primera durante la guerra, se concertó para esta
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