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« Previous Page Table of Contents Next Page »En el término de una hora qüinientos hombres íbClmos en camino a la posición mencionada y como¡ a excepción de un montecito bajo el camino estaba ab– solutamente desamparado¡ destacamentos llegados por dos lados diferentes¡ rivalizaban en el esfuerzo de lIe.. gar al combate primero. Nuestro movimiento fue observado 'desde la plaza y fueron enviados refuerzos a las baterías y aquí teníamos el prospecto d~ una bue– na batalla.
Al acercarnos al punto de atacar encontramos un nutrido fuego de cañón y mosqueterf'a y como la natu– raleza del terreno era muy quebrado¡ el orden fue omitido. Cada hombre emulaba a su vecino en el esfuer7:o de acercarse al enemigo, de tal modo que en poco tiempo nos vimos tan cerca que el fuego de los cañones no nos alcanzaba y la lucha se convirtió en un choque al arma blanca.
Esta dilató muy corto tiempo en cualquier cosa que encontráramos para ampararnos de la lluvia de balas ya fuera rancho pajizo o tras los adobes de al– guna casa nos servía de omparo y para reorganizarnos
y cargar de nuevo en masa. Tan pronto como desalo– jábamos al enemigo de un punto¡ aparecía en otro. Balas silvaban én todas direcciones y los soldados ene– migos estaban tan revueltos que no ofrecían marcas
distinguibl~s más que sus divisas.
Darse y todos sus hombres estaban allí.' La pIel más bldnca y los vestidos europeos los hacían distin·· guirse¡ como los míos re eran distinguibles a él. Dar– se, personalmente, sí se vestía como los oficiales nativos, yo lo apunté dos o tres veces, pero la rapidez con que se moví'a no daba oportunidad de hacerle tiro.
MUERTE DE DORSe
Grandes estragos se infli~ran e,n consideración del reducido número que tomaron porté: y después de casi uno hora de fierá lucha nos encontramos en posesión del cdmpo¡ el espaCio considerablemente grande donde fue la lucha estaba literalmente c;ubierto de muertos, divisas rojas y blancas parecían estar en igual propor–
ción.
La proximidad del enemigo a la plaza, los había alentado a· ceder el campo puesto que ya dentro de la ciudad estóban protegidos de nuestros tiros. Pero co– rno ésperábamos con seguridad que nos atacaran con moyores fuerzas, nos ocupamos en incendiar todas los casas, trozos de madera u otra COSCl que al dejarlo sir– viera de protección al enemigo. Estábamos muy lejos de nuestros acantonamientos de donde podíamos reci– bir protección y por eso no era prudente mantenernos en ese lugar.
Cuondo el trabajo de demolición fue concluído nos reti'ramos. La mitad de mi pequeño escuadrón de ri– fleros habí'O muerto en el encuentro y casi lo tercera parte de las tropas nativas con que salimos también yacía en el campo.
Entre: los desastres sufridos por el enemigo, el más grande fue la muerte del General Dorse¡ había peleado con su valor acostumbrado alentando conti– nuamente a sus tropas a no ceder el campo; tres balas de rifles en distintos tiempos durante él combate ha– bían perforado su cuerpo¡ aunque ninguno parecía fatal.
Cuando se efectuó la retirada fue conducido a la ciudad, ya la vida s~ le iba acabando y Con su orgullo característico, pidió su rifle, se le Irevó y se le sostuvo en el hombro mientras él con la vista tenue intentó acertar en un blanco, falló y murió. Eso fue lo que a nosotros nos contaron más tarde.
PLAN DE ATAQUE
Evitaré tanto a mr mismo como al lector el relato de numerosos encuentros de importancia como éste, que ocurrieron en los meses de verano m¡entras mis rifleros se reducían en número a causa de accidentes en combates o del continuo ingerir mala calidad de Whisky. Mi buena fortuna me mantuvo excento a que las balas me tocaran, una inmunidad que por sub– secuentes experiencias ví que era puramente acciden– tal. Fuí iniciado también en una fase curiosa de estadistas que me hubiera desilusionado de la "Santi– dad de la más gloriosa causa", etc., si el procedimiento no hubiera estado ya concluído. La pérdida de tantos de mis rifleros me había inducido a emplear nativos con cuyos jefes había yo hecho íntima amistad y como el enemigo había sufrido reveses tanto como nosotros por varias causas ya enumeradas, me parecía a mí que el tiempo habra llegado de efectuar un atrevido y bien planeado asalto para capturar la plaza. Nosotros sabÍ'amos el estado de relajación en que se encontraba la disciplina enemiga, no sólo por medio de espías¡ sino por el hecho de que "Tierra muerta" (como "abaman al espació de tierras expuestas a las bdlas enemigas) podía andarse ahora con impunidad cosa que antes quien se "arriesgara a poner pie allí era saludado con una lluvia de balas. '
Obcecado con esta idea conseguí una audiencia privada con los Generales Guerrero y Jerez y les urgí a que un ejército de hombres escogidos podía efectuar el asalto, que eficientemente ejecutúdo, tia dejarío de tener éxito.
DESEO DE CONTINUAR LA GUERRA
Guerrero, el hábil consejero del Gabinete, después de imponerme extricto secreto me informó que no era conveniente para el gobierno de León acabar con la guerra, pues el efecto sería que muchos que ahora es– taban felizmente empleados en el ejército¡ reclamarían (puestos y emolumentos)¡ al presidente quien no po– dría del todo satisfacerlos.
Nuevas disenciones surgirí'an más difí'ciles de so– lucionar que un pequeño enemigo sitiado en una plaza. Esta revelación fue para mí quizá más desalentadora que el estado de cosas que causó a un romano decla– rar que "La virtud no es más que LII1 nombre". Mú– sica y francachelas fue Ja orden del campo¡ fandangos, serenatas y alegría prevalecían por donde quiera, mientras los hospitales estaban atestados de soldados heridos y moribundos.
EL COLERA
El cólera osiático apareció con una violencia que era sin duda a causa de la deficiencia en regulaciones sanitarias.
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