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« Previous Page Table of Contents Next Page »Los muertos en los diversos encuentros de los al– rededores de lo ciudad eran dejados para que fueran pastos de Jos 2:opilotes, Jos qué vólaban constantemehte en grandes bandales que cubrían el 'aire, y eran toda– vía pocos para devorar y engullirse todos los cadáveres que la guerra y la peste les brindaban. . El trabajo de enterrar muertos era considerado como muy áspero para los soldados y el hábito de dar muerte a los pri– sioneros, (práctica de ambos bandos) nos dejaba sin el recurso de un contingente de trabajadores. La cos– tumbre que prevalecía era poner los cuerpos de los que morían en la noche por cualquier causa, en la puerta de la calfe, temprano en la mafiana. Poco tiempo después pasaban carretas por las calles principales y los cuerpos muertos eran recogidos y llevados a un arroyo cerca de la Pólvora, como a una milla fuera de la ciudad y allí los tiraban volviéndose al poco una sola masa de putrefdtdón cuyos gases contaminaban el aire que respirábamos. Mi salud que había sido excelente, en condiCiohes que habían postrado a débi– les y fuertes, me falló.
Un ataque de fiebre me postró; varias semanas pasaron antes de que yo me pudiera dar cuenta del es– tado de cosas en el campo y entonces supe que a cau– sa de la peste del cólera las hostilidades se habían suspendido, sin embargo, gradual·mente se fueron rea– nudando a medida que el cólera desapareda.
Para cualquiera capaz de predecir cosas, el
t~surtado de nuestra indolente inactivIdad parecía ine– vitable. Los recursos monetorios de ambos partidos estciban acabados, y mientras el enemigo tenía la ven– taja de adquirir víveres cerco de su acantonamiento que para defenderlo eflos consideraban er reclutamien– to forzado, legítimo.
. Mientras que para nosotros la fu~rza en hombres y pertrechos eran provenientes desde el lejano depar– tamento de León y estábamos dependiendo de volun– farios para llenar nuestras bajas. Muchos de los .hómbres que se habían enroJado por corto tiempo es– taban ya cansados y habían perdido:;?u entusidsmo, querían regresar a sus lugares y sembrar sus campos.
Así veíamos que nuestras fuerzas se qrralában cada dí(:J mós y se hizo evidente que la evacuación de Jalte– va seda muy pronto una necesidad aparet"lte para todos.
RADICATI, EL ARTILLERO
En este estado la situación y para ocultar nuestra debilidad muchas veces hacíamos falsos exhibiciones de fuerza ante el enemigo y así, una vez, el Coronel Radicati nuestro Jefe de artillería italiano quien era muy conspicuo por su' eficiencia en ingeniería tan ne– cesaria en este ramo 'del servicio, se empeñó en erigir una plataform'a que llevó a la altura de cuarenta pies montada sobre una construcción de vigas y crucetas. Su propósito era montar allí un cañón de gran calibre para bombardear la plaza. El y yo no gozábamos de buena amistad, la enemistad era de su parte, pues yo no era aficionado a personas escasas de habilidad y
carácter moral y no podía menos que verlo con simple–
ZQ y como su estructura creó considerables comenta– rios y esperanzas en el campo, el Genera" Pineda, don Justo Lugo y yo le hicimos tarde una visita informal de
inspección. La plataforma había de ser completado ésa misma noche. El cañoneó al enemigo debería em– pezaral romper el alba del día siguiente.
Todos los tres estuvimos de acuerdo en que dicho artefacto sería más fatal para sus ocupantes que para los enemigos y dijimos a Radicati ql;-le la fuerza retro– activa del cañón la destruirva, fuera de que con una estructura tan frágil no podría oponer adecuada re– sistencia a las balas del enemigo. En vano hicimos lo posible por disuadirlo a que no hiciera el experimento, pero fracasamos y Radicati se dio por ofendido a cau– sa de nuestra censura, pues en verdad no eran asuntos en que nadie ni yo debiéramos entrometernos. Su re– sentimiento fue más grande de lo que yo pude imagi– narme. Como una hora después un ayudante del General me trasmitía la orden de enviar a todos los rifleros que estuvieran hábiles a presentarse al Coronel Radicati en los primeras horas del día a servir en la plataforma. Méndez y don Justo ha!Jlaron conmigo cuando recibí la orden y como no podía contrariarla ni tampoco enviar mis rifleros a un servicio que yo había calificddo como suicida sin acompañarlos, me preparé para el servicio ordenado no sin aguantar la mofa de mis amigos: unos me aconsejaban que llevara un para– guas para que me sirviera de parocaídas¡ otros que me pusiera un colchón en el trasero, otros me palmeqban el hombro consolándome y diciendo que me enterrarían con decencia y que pondrían flores en mi tumba..
LA PLATAFORMA DE RADICAll
En la madrugada encontré a Radicati esperondo por ros primeros rayos del sol.
Los cañones estaban listos cuando yo callada– mente con tres de, mis rifleros, me presenté en la pla– tofonna.
Ningún trabajo expuesto al públiéo como esta plataforma de Rddicati podría Uevarse a cabo én nues"' tro campamento sin que el enemigo supiera, por medio de espías hasta el último detalle de suconstrucciól1 y
aún el objeto del mismo, por lo tanto era lógico inferir que el enemigo estaba tan listo esperandó el dÍ'a para tomar parte en esta forsa trágica como lo estábamos nosotros. Fue muy poco lo que esperamos y al aso– marse los primeros destellos del día se rompió el fuego contra los cuarteles y barracas de la plaza.
Al retroceder el cañón la estructura se meció de una manera alarmante, las vigas que servían de cruce– tas no estaban clavadas y sólo fue necesario unos pocos tiros para que empezáramos a tambalear.
Pero no estábamos destinados a caer de esa ma– nera pues, acto seguido de nuestro primer cañona~o,
dos o tres balas silbaron por enCima de nuestras cabe– zas y después, mientras nuestro Coronel hacía esfuer– zos para remediar el desplazamiento causado por el retroceso de nuestro cañón, una bala de veinticu:atro libras alcanzó nuestra plataforma un poco más. abajo de nuestros pies, hociendo volar trozos de madera por todas direCCiones. .
Lo que siguió, casi ha me di cuentel. Parecía como que me estaban dando con un mazo en la cabe– za haciéndo esfuerzós por salir de las ruinas del ca– mastro que estaba reducido a escombros. Yo no me sentía golpeado y me incorporé a mis amigos cuando
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