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« Previous Page Table of Contents Next Page »El terreno era ahora una planicie ancha enmato– nada lo suficiente poro esconder a un enemigo y como sólo me habÍICm quedddb como cincuenta hombres de Jos dos compañías conque había salido de Granada, me páre(:ió prudente esperar que obscureciera antes que m'archar a la luz del día y mostrar lo reducidas que eran nuestras fuerzas.
HACIA MASAYA
Lo que quedaba de nosotros no era más que el guiñapo de un ejército.
La tremenda agitación física a que habíia sido so– metido combinada con una sed intensa a cuya causa se me había inflamado la lengua al extremo de no poder hablar, me obligaron a buscar un descanso pasajero. Alguna de las pobres mujeres a quienes había– mos rescatado de la masacre, vienqo mi gran necesidad de agua me ofreció ir a un grupo de casas que se veían a poca distancia a conseguírmelo no obstante de que el riesgo de caer en una emboscada del enemigo era muy grande. Al principio no lo quise permitir pero finalmente lo consentí con tal que yo las acompañara. Encontramos bastante agua y nada de enemigos. Tan pronto como anocheció comenzamos nuestra marcha hacia Masaya. El fuego había cesado hacía bastante rato y como no habímos oído ningún repique de cmpanas dedujimos que los Democráticos no habían tenido éxito en capturar la ciudad. Algunas de las mujeres eran conocédoras de esos contornos y con su Clyuda logré llegar hasta el camino hacia Mcmagua dorlqe suponía que Jerez se hubiera colocado pues allí tenía franca comunicación con León, tiros desperdiga– das' y el ladrido de lós perros nos indicaba el curso qué llevaba nuestro ejército. Era cerca de la media
no¡::hé- cuando encontramos nuestro retén, el grueso del ejército había acampado sobre el camino hacia -Managua.
Fuimos admitidos dentro de nuestms líneas y co– rno deseaba evitar que a los soldados extremadamente cqnsados se les obligara a servir de cehtirielas, diferí reportar mi llegada acónsejando a los h6mbres dormir sobre las arli1as.
Tan profundo fue mi sueño, no obstante de que dormía en la pLlra tierra que sólo me despertaron las notas del c1arrn y como encontré una gran actividad
en pr"epClración a la marcha reporté mi llegada al oficial
del día.
. Mientras la gente estaba preparando un desayu-no como lo permití'a la situación, visité al General Jerez quien se expresó altamente complacido con la persis– tencia y tenacidad conque la retaguardia había con– troladd al enemigo y no le sorprendió del todo el número de bajas que tuvimos.
Supe que no se atentaría de nuevo la captura de Jl.Aasaya, que el ataque a esta plaza el día anterior era para distraer la atención al enemigo del verdadero ob– jeto nuestro que era regresar a León, que abandonan– do ahora los departamentos oriental y meridional de Granada-Rivas los Democráticos se aseguraban para ellos el control sobre el resto del Estado con la espe– ranza de que prevaleciendo la opinión P9Pular al fin produciría una reconciliación de las facciones opuestas.
HACIA MANAGUA Y LEON
La marcha se reanudó con el acompañamiento de música y banderas de vistosos colores con la inten– ción de indicar al enemigo que nos retirábamos por nuestro propio gusto y que si deseaban seguir la con– tienda estábamos listos a complacerlos. Ellos, sin embargo, estaban contentos y quizá felices de vernos partir sin ser molestados y pronto llegamos a las costas del Lago de Managua donde se decidió embarcar la artillería pesada y otros pertrechos eh una flotilla de bongos y lanchas que ya nos estaban esperando. En el curso de la batalla del día anterior una bala
de mosquete que había rebotado en mi pantorrilla por la vaina de mi espada había producido un arañazo que al instante no le dí importancia, pero ahora me dolía y estaba muy inflamada.
Viendo que los heridos iban a ser enviados en los bongos, pedí permiso para acompañarlos. Esto se me concedió inmediatamente y escogí' un lugar para mis chamarras y para mí, entre dos cañones de bronce que era la carga de un bongo grande, antes de irme con los heridos en una lancha más cómoda, mientras la escena pintoresca de soldados marchando en fila por
el camino a lo largo de la playa del Lago en medio de algazara y música marcial, nuestros bongos y lanchas soltaron SLIS velas a la suave brisa y bogamos hacia el Pacífico en el regazo del Lago.
Pronto nos dimos cuenta que el Pacífico estaba salomen l'e cerca de las costas pues aunque la brisa era moderada, la marejada más afuera era muy fuerte para nuestras 'frágiles y recargadas embarcaciones y los bo– tes prefirieron bordear las costas antes de exponerse a los estragos dél fuerte viento en medio del Lago. El cambio del ambiente polvosq, la fatiga de la marcha, la reacción dél descanso, la quietud y también el re– lajamiento de la idea de estar expuestó al. peligro, en la lucha, hizo que este reposo fuera infinitamente grato para mí. Gozaba el perezoso vaivén de la canoa y el suave tahto del botero mientras nos delizábamos ya
cercó de los embejucados peñascos de la costa o de
los amplios arenales.
Era tan silencioso nuestro bogar a lo lorgo de es–
tos costas de esmeralda que me fue posible tirar
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pavos del monte" y gallinas silvestres, mi~ntras éstas buscaban aliménto entre las hojas secas, o
descansa– ban en las ramas de árboles que guindaban sus ramas hacia el agua. Al anochecer varamos nuestros bon– gos y la cena se preparó en hogueras encendidas en la arena y como llevábamos suficiente provisión de cho– colate, plátanos y otros alimentos más, junto con los animales silvestres que yo había tirado por lo que nues– tro menú fue suculento. La quietud del reposo bajo el fulguroso cielo, donde no había el angustioso temor y ninguna alarma de guerra era particularmente grato a mi persona tan cansada tanto física como moralmen– te. Aquí pude apreciar esa lujosa inercia que parece ser la condición normal del analfabeto indio centro– americano
Temprano en la mañana la brisa estaba fresca y proseguimos nuestro viaje a lo largo de la costa, ama– rrando de vez en cuando nuestro bongo si el viento era muy fuerte, así en la tarde del segundo día de vio·· je varamos nuestros bongos para pasar la noche al pie
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