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del volcán Momotombito. Como era temprano de la tarde se me antojó escalCJr la ladera del volcán, sobre peñascos de escoria y lava que aunque ásperas hacía más fácil la caminata que por la suave y suelta ceniza más arriba.

El trabajo de subir me causó mucho dolor en mi rodilla inflamada y regresé a los bongos. A la maña– na siguiente llegamos al desembarcadero donde un gran número de carretas de bueyes nos esperaba para recibir nuestro pesado cargamento.

EL MOMOTOMBO EN ACTIVIDAD

Comenzamos nuestro lento progreso por entre la arboleda y al contorno de la base del coloso Momo– tambo cuyo extinto prototipo había ascendido parcia!– mente el día anterior. El activo cráter de este volcán ilumina el cielo por la noche y es visible a gran dis– tancia.

Indicios de las fuerzas acumuladas en este colo– so, se habían manifestado últimamente por pequeños temblores de tierra, eyecciones de cenizas y de vapores. En esta ocasión tuve la buena suerte de ser testi-' go de una demostración extraordinaria de su poder, más violenta que cualquier otra en años anteriores: La larga fila de carretas se ondulaba en el camino de la floresta cuya superficie suave no producía son.ido algu– no al contacto de las anchas ruedas, que no eran más que secciones de tronco de grandes árboles oradadas en el centro para admitir un eje de madera. La fric– ción de estos ejes cuando no se lubrican, como era costumbre con la corteza de árboles gomosos, causaba chirridos agudos que eran el reverso de lo melodioso. Los monos y pájaros montañeses parecían hacer es– fuerzos por sobrepasar con sus gritos salvajes la dis– cordancia de estos chirridos a tal extremo era evidente que nuestro advenimiento a estos dominios de la sal– vaje naturaleza perturbaba' grandemente su habitual quietud. Yo estaba recostado' sobre mis chamarras que habían sido arregladas en las cureñas de unos ca– ñones en una de las carretas cuando me percaté de un instantáneo paro tanto de sonidos como' de locomo– ción/ oIgo pareda' haber' echado' un embrujo sobre la escena..

.El largo' tren de carretas y de hombres se había detenido abruptamente, el silencio sucedió a la bulla de nuestra marcha' y la de los animales silvestres. Los hombres que guiaban a los bueyes, contami– nando el ambiente con sus acostumbradas imprecacio– nes que fas /lcarreteros/l creen constituir un eficiente estí'mulo a los estúpidos cuadrúpedos, estaban arrodi– llados en el suelo con el sombrero en sus manos balbu– ceando rogaciones a su santo preferido. Yo no podía comprender el significado de la escena hasta que oí de(:ir de boca en boca: /lun temblor" "un temblor" y

la escasa vibración de la carreta me hizo ver que se trataba de un temblor de tierra; la vibración se acen– tuó hasta ser una violenta sacudida como el oleaje del mar. Mientras el temblor era más violento, ví caer innumerables ramas y árboles secos en el monte cerca– no mientras fa arboleda verde se mecía con furia. El temor vino, pasó y se fue.

Los bueyes, sin que nadie se los ordenara reco– menZaron su perezoso viaje y fos boyeros de nuevo

comenzaron sus insultos a los pobres animales paro hacerlos caminar más a prisa. .. y el chirrido de las ruedas se mezcló de nuevo con los gritos de los monos

y las loras.

Como los temblores de tierra ocurrían en estas .tierras, .muy a menudo no era cosa que creara grave impresión después de que el peligro hubiera pasado. Pero por tres días consecutivos el Momotombo vomitó cenizas que literalmente cubrió el valle de León, en una área de más de cien millas, de tal modo que aquel daba la apariencia de un campo cubierto de nieve.

LLEGADA A LEON

Cuando yo llegué a León las tropas ya estaban allí. Estas, aunque no habían tenido éxito en neutra– lizar la oligarquía de la iglesia, por lo menos habían logrado circunscribir su poderío dentro de los límites de los departamentos orientales y de otras localidades accesible sólo por la navegación del lago, faCilidades de que carecían los democráticos. Su recepción por lo tanto, fue una ovación... A mí, extranjero, siendo un sobreviviente de una pequeña banda de extraños que habíamos prestado buen servicio a la causa se me hizo un recibimiento por los amables leoneses, en ex– tremo cordial. Una regia residencia y salones de un sacerdote, cuyas propiedades habían sido confiscadas a causa de estar él adherido al Partido de Granada, fueron asignados para mi uso y el de los otros america– nos que habían servido en el ejército.

En el patio, lleno de árboles de esta residencia, brotaban las aguas cristalinas de una fuente, y hama– cas me fueron colocadas entre los árboles. Gocé un– período de reposo delicioso después de los fatigosos y crueles incidentes de la guerra.

Muchas semanas pasé en este placentero retiro. León estaba muy alegre a la usanza de la alegría His.;. panoamericana.

La guitarra y la marimba se oían por todas partes. Los apasionados "improvisadores/l cantaban y punteaban sus guitarras al pie de los balcones y el baile en la variedad de cachucos, fandangos y boleros se bailaban en los salones yola luz de la pálida luna.' Cabalgar era el único sistema de locomoción que se usaba para salir fuera de la: ciudad, al menos para los jóvenes que no gustan de las despaciosas y entol– dadas carretas en que las señoras de edad acostum– braban fumar sus cigarritos y charlar mientras erar) conducidas por los caminos entre las lejanas haciendas y la ciudad. Por lo tanto cabalgar era usado por mu– jeres y niños, que cuando no eran llevadas en ancas por un caballero, usaban estribos cortos y montaban la bestia como los Arabes y con la práctica, llegan a ser verdaderos jinetes.

Como León y sus cercaní'Os era el hogar de mu– chos de los amigos que había conocido en el ejército, yo estaba siempre invitado a las reuniones sociales y compartía en todas las diversiones. Entonces León, de por sí, era muy bello. Caracterizado por un viejo fraile como /lEI parclíso de Mahoma/l famoso también por la belleza de su arquitectura morisca y especial– mente el encanto natural de sus alrededores.

Desde el techo de la Catedral de San Pedro¡ que

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