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y sin duda más descansoda que la de los pocos PrIVI–

legiados a quienes la mayor parte de los mortales de– sean emular.

Nos bañábamos al amanecer como es costumbre entre los Centroamericanos que utilizan para recrearse las horas más placenteras del día y reposan las cálidas horas de la tarde. Chocolate con bizcochos, una clase de pan dulce, fue el desayuno, otro repasto se llevaba a efecto a las diez y ya para este tiempo yo habíia ti– rado un venado, uno o dos pavos de monte o cualquier otro animal bueno para ser cocinado.

DISCUSIONES FILOSOFICAS

Después del desayuno Pineda., don Justo, el buen Padre Jer.ez (que fue invitado al paseo) Y yo, a menudo entablábamos discuciones filosóficas, para lo cual don Justo consideraba el tiempo y el lugar muy apropiado. En verdad que deleitó encontrar, no obstante de estar yo tan separado de esta gente, tanto por nacionalidad como por antecedentes que no pocos de los mejor edu– cados estaban a tono con el progreso del pensar moder– no, en cuanto a lo referente a los tópicos que enseña que "el verdadero estudio del hombre es el hombre mismo".

Nuestras discusiones, a menudo, escandalizaban a nuestro querido buen Padre, bueno en el mejor sen– tido de la palabra, pues él siempre estaba presente donde había sufrimiento y pobreza, en el campo de batalla sin importarle el peligro a que se exponía, e igualmente durante la peste visitaba los hospitales, humilde como lo fue el Maestro a quien él reverente– mente servía firmemente decidido en favor de la Ma– dre Iglesia cuyo poder decadente, nos aseguraba, no lo sentía tanto como oir los heréticos discursos de don Justo y los míos los que él estimaba ser motivo para un "auto-de-fe". Los argumentos sin embargo, esta– ban fuera de toda cuenta para él puesto que su lógica comenzaba y concluía con el dogma autoritativo que excluye la posibilidad del error de la iglesia, cuya llave fue entregada a San Pedro con la promesa de que lo que él y sus sucesoers ataran o desataran en la tierra sería aprobado en el cielo.

Cuando yo le dije que sus conclusiones, conside– radas como una consecuencia de su premisa, eran irrefutables, pareció confundido y creyó que yo me reía de él.

OTRAS DIVISIONES

Naturalmente que el tiempo no sólo lo gastába– mos en discusiones tontas, habían otras diversiones: música de guitarra, naipes, cantos, etc. De vez en cuando, Méndez y Pineda me acompañaban en mis excu'rsiones de caza, que para no fatigarnos las ha– damos a caballo. Una vez topamos con una puma o "tigre" como lo llaman allí, estaba directamente en frente en el mismo camino que llevábamos. "Mire, Capitán", gritó Pineda, que era el que iba adelante, "'mire el tigre".

El beJlo ejemplar felino estaba parado con su ca– beza erecta y meneando la cola lentamente de uno a otro lado mirándonos al parecer sorprendido y con miedo.

En un instante desmonté, di mis riendas aMén.. dez y apunté, pero la cabeza del animal interfería mi puntería húcia un punto vital, esperé un momento hasta que se movió un poco dejando el cuello visible y sin perder tiempo le disparé la bala fatal al corazón. Méndez estaba sumamente excitado y declaró que él y uno de los mozos se quedarían a despellejar al animal mientras Pineda y yo proseguimos la caza. Uno de los más raros gustos de Méndez, gusto que no pudimos compartir con él en Granada, era el de comer gato hornada. A menudo él metía su cuchara en la cocina pues le gustaba y sabía cocinar y este día, mientras charlábamos y fumábamos el inevitable cigarrito, dijo que había notado que la Sra. de Pineda, don Justo y el Capitán California habían saboreado con mucho gusto el excelente "picadillo".

Nosotros asentimos y él riéndose dijo que espera– ba que ahora admitiríamos que nuestra repugnancia por la dieta de carne de gato era injustificada pues el picadillo que nosotros admitíamos ser excelente no era más que carne de tigre y en efecto trajo la cazuela y

sacó de ella una pata entera del felino para probar que no mentÍ'a. Naturalmente que todos nos enfer– mamos a causa de su revelación, pero como tv\éndez era un áspero bromeadar consentido no le podíamos castigar.

Durante nuestra estadí'a tiré otro de estos bellos animales, además de otras bestias salvajes y reptiles que sólo se ven en los países del Norte, en jardines zoológicos.

GIRA POR HONDURAS

Después de dos semanas de esta vida de solaz, durante las cuales visitamos todas las haciendas veci– nas, y nos distrajimos hasta la saciedad, retornamos a

León. Y viendo que no había ningún interés en reno– var operaciones contra el enemigo, pedí permiso para visitar las minas de oro en el Distrito de Olancho en Honduras, ciento cincuenta millas distantes hacia don– de dos de mis rifleros, que .ya habían convalescido en ia quieta vida de León, desearon acompañarme. Principiamos nuestro viaje a caballo con una cha– marra, algunas provisiones y unas ollas para cocinar qUe estimamos que sería todo lo que necesitaríamos" además de la amable hospitalidad que estábamos se– guros que nos brindarían los habitantes del camino a quienes en esos distritos escasamente poblados, Jo lle– gada de viajeros procedentes de las grandes ciudades del mundo, era un gran honor más grande aun que lo que valía el darle de comer y alojarlo en su casa. Por espacio de dos o tres días después que deja– mos las grandes planicies de León cabalgamos por bosques sobre el camino real nacional construído en ros días de la dominación española. Este gran camino mostraba evidencias, en su estructura general, de lo emprendedora que era esa gente, tanto como su esta– do ruinoso y abandono testificaba la degeneración de sus descend ientes.

Después de pasar por la antigua ciudad de Cho– luteea en Honduras, habíIQmos acampado para pasar la noche, en una eminencia al lado del camino, esco~

gido con el fin de evitar los insectos que pululan en

las tierras bajas. Nuestra cena de carne de venado,

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