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« Previous Page Table of Contents Next Page »discutiblemente condenado y fusilado por L1nd corte marcial si no hubiera sido que el1 esos momentos era útil como soldado, cuando cada hombre contaba. El
sentido de justicia estaba subordinado al de necesidad.
DlEWEY SE?ULlADO
Muy pronto me dí cuenta de que mi pOSICIOI1 no era envidiable, solo en el mar acompañado de estos dos hombres; cuando les ordené que envolvieran y cosie– ran el cLlerpo de Dewey en un trozo de vela y que le pusieran peso en los pies para darle sepultura en el mar, me contestaron que no erd necesario meterse el
tanto trabajo, pues era más fácil echarlo fuera de bor– da tal como estaba. Yo estaba muy débil y hubiera sido ridículo discutir con cualquiera de estos rufianes, pero como ellos ignoraban la costa que recorríamos y no tenían la menor idea del arte de navegar yeso les obligaba a obedecerme, yo lo Clproveché para insistir que hicieran lo que.;; les ordenaba.
Esto era lo más que yo pude hacer por el hombre, que cualquiera que fueran SLlS críli'1enes, me había he– cho un -favor con desinterés, un acto de bondad que quizás me salvó la vida. Cuando el saco conteniendo su cuerpo se hundió en las aguas azules yo sólo recordé al hombre valiente, olvidando por el momento la Né–
mesis que lo persiguió hasto su muerte; era s610 una retribución a los actos de su vida. ¿Quién de nosotros pudiera tirar la primera piedra? Y después de todo, no estarnos nosotros sujetos a, los leyes de la necesi– dad, como los dos cachorros ele tigre que Sam llevaba en la cholpaque tan pronto cayó Dewey agonizante a consecuencia de las baías fatales, le devoraron el pe– cho y se hartal"On de sus carnes en obediencia a su
fe: roz instinto natural?' ' ,
A MERCED DE LAS OLAS
Cual"ldo ya' todo estaba puesto en orden en nuestra pequeña embarcación y viendo que la more jada estaba muy alta tanto por confort como· por seguridad, viré
U1' poco hacia la costa para aprovecharnos de las aguas mansas cerCa de láS co~tas montañosas de donde so– plaba el viento. Cuando me' estaba felicitando del alivio que habíamos obtenido de las agitadas aguas,' la vela Comenzó a golpear contra el mástil sobreviniendo a continuación una gran calma.
y por no llevar ni remos ni palancas a bordo, nOSf
vimos enteramente a merced de las corrientes y de lo
marea.
En esta triste condición nos llegó la noche y como no teníamos ni siquiera una brújula, sólo flotábamos sin ningún rumbo y sólo podíamos adivinar a qué lado estaba la costa por la negrura intensa del cielo a ese
lado.
Hacia 'la madrugada el ruido en ascenso del re– ventar de Iqs olas nos indicaba que estábamos flotando hacia la costa y como no estábomos en posibilidad de contrarrestar las corrientes que nos arrastraban y no teniendo ni palancas ni remos nos resolvimos filosófi– camente a ~sperar el Inevitable fin¡ tan pronto como el bote fuera orrastrado por las olas cuyas blancas espu– mas ya eran visiblés en la oscuridctd. Sólo un robusto nadador sería capaz de salvarse.
Los dos hombres se desnudaron para intentar salvarse, pero yo, que no tení1a ni fuerzas ni siquiera inclinación a hacer el' esfuerzo necesario, me recliné al timón sintiendo cierto alivio en pensar que la lucha árdua por la vida estaba ya al llegar a su fin.
Durante unos pocos minutos de espera en los que pareciera que íbamos lentamente hacia la destrucción, sentí de pronto una fuerte ráfaga de viento en la cara
r grité a los hombres que aseguraran la vela la cual ví con satisfacción que se inflaba, empujando al bote que comenzó a alejarse suave pero con persistencia de las peligrosas olas cuyos rumores tempestuosos ya llena– ban el ambiente. Probablemente estábamos pasando un cañón en la montaña a través del cual el viento encontraba salida al mar y manteniendo nuestro bote con este viento en popa pudimos salir mar afuera don– de ya nos alcanzaba el viento que soplaba por encima de las montañas.
El día y la noche siguientes aún íbamos navegan– do, pero con vientos moderados yaguas más mansas. Mi herida se me había inflamado y me causaba gran sufrimiento, pero más molesto que cualquier dolor fí– sico era la conducta de los hombres
l
que me exigían que era mucho mejor empezar una vida de piratas en una buena embarcación, como la nuestra, que volver– nos a correr fortuna con ese Coronel Walker en una tierra y por una causa plagada de enemigos que inevi– tablemente nos llevaría a dificultades y muerte. En nuestro barquichuelo, alegaban ellos, pode– mos mantenernos una docena de hombres atrevidos que sin dificultad los recogeríamos en los puertos y des– pués podríamos asaltar pequeños poblados y exigirles rescate o contribución. ,
Lo dedan y lo sentían muy de vera~ Y s,ino hubiera sido por su falta de confianza en su habilidad de ope– rar el bote solos, indudablemente me hubi~ran echado por la borda. ..
Divisar al tercer día de navegación los' mástiles del VestCl, a través de una punta rocosa dé' la costa, que íbamos pasando, fue un gran des(:anso para mí.
Poco tiempo después que la San José nos soltó er, él mC1r los, tripulantes de este barco divisar.on el Vesta que cruzaba cerca de "El Gigante',' y 'le! San José quiso acercarsé a ella, pero el Vesta, toh,óndQla por un barco enemigo puesto que llevaba ,bandera dé Costa Rica, emprendió !a fuga, pero fue alCanzada· por la San José'
y los hombres trasborda,dos al. Vesta..
LLEGADA A EL REALEJO
El Vesta estaba ya en la bahía de El Realejo y
pronto llegamos y anclamos a su lado y habiendo re– nunciado a mi cargo de Capitón de batel entregué el mando al Capitán Morton, prosiguiendo inmediata– mente en un bote de remOs al pueblo de El Realejo don– de tuve la buena suerte de encontrar al Dr. Dawson, de Chinandega, muy buen amigo mío.
A causa de la herida y de la inclemencia de los últimos cuatro días me hcibía sobrevenido una fiebre y el buen Doctor hizo que me condujercín en una carre– ta a su casCl de Chinandega donde por varias semanas, él y su excelente esposa, me dispensaron sus cuidados que asistido por mi excelente constitución, efectudron la cura.
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