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Vientos locos, sin dirección fija, nos soplaron por seis días. El cólera asiático apareció en la lancha más pequeña, entre las tropas nativas. Los que íbamos

en el Vesta, afortunadamente, parecí'amos estar exen– tos de esa horrorosa peste, aunque dos americanos ha– bían sucumbido por su causa en El Realejo.

Desembarcamos en San Juan sin ninguna oposi-ción. '

El General Santos Guardiola era el Comc!ndante de las fuerzas en Rivas. Había sufrido una derrota en el Sauce por las tropas comandadas por el General Muñoz, quien, desgraciadamente, perdió su vida al obtener esta victoria.

Guardiola tenía la reputación de ser tan cruel co– mo Méndez y le apodaban "El Cárnicero", pues, acos– tumbraba asesinar a los prisioneros.

Pero su nombre en vez de causar pánico en1 re la pequeña fuerza de Democráticos que estaban tan dis– tantes de sus amigos en estas lejemas regiones, la indubitable aiternativa de muerte, solo los enervaba para la victoria. Walker ya no mostraba la impacien– cia de antes. Aunque siempre listo para enfrentarse al enemigo, no le parecía de más ahora tomar alguna ventaja o por lo menos una posición igual a la del ene– migo. Mientras estábamos en San Juan, el vapor pro–

cedent~ de San Francisco arribó y también llegaron por la Ruta del Tránsito pasajeros del lado del Atlántico. El enemigo no había aperecido todavía pero tenía– mos informes verídicos de que se alistaba para enfren– tarse a nosotros. Para mostrarles que nosotros no intentábamos despreciarlos, hicimos que el Vesta zar– para del puerto y nosotros nos marchamos despaciosa– mente sobre el camino del Tránsito hacia la Virgen en cuyos contornos, teníamos noticias' que nos esperaban. En la casa del medio camino supimos que el ene– migo andaba muy cerca y en nLlmero de 600 a 800, al mando del notorio Guardiola. Pdsamos la noche aga– zapados tras Linos árboles caídos en una falda. No aparecieron en toda la noche y al amanecer prosegui– mos nuestro camino hacia la ViI'gen~

Yo ordené desayuno eh ros hqteles para los Ame– ricanos. El General Valle se hizo cargo de la guardia y plantó centinelas en las Clfueras con los soldados na– tivos.

l-a filosofPa moderna nos enseña que el progreso del hombre¡ tanto en Ic.l civilización como en el uso de las armas, se debe a ese despertar del intelecto produ– cido por' las necesidades impuestas por la nClturaleza. La guerra es quizás lo más propicio en crear tales nece– sidades.

. Qué afortunados fuérarnos si una moral útil pu–

ciiera deducirse de ese procedimiento tan infc1I"ne como el de la matanza humana. El mero detalle de una batalla me, parece sublevar lo más finos instintos de nuestra naturaleza. Los Americanos arpillaron sus rifles en frente del Hotel, donde tomaban su desayuno, dejando un centinela cuidándolos. Ya habíamos re– cibido noticias de que el enemigo se acercaba. Yo es– taba arrecostado sobre la baranda del porche de la bodega de la Compañía del Tránsito, conversando con su Agente Mr. Cortlandt Cushing a quien había persuadido a que arrimara varios cofres y otros bultos de modo que dieran protección a las mujeres y niños y

otros ciudadanos que instintivamente buscarían corno poner$e él salvo en la casa de un podero_so neutral, como era el Agente de la Compañía, tan pronto como la bútalla comenzara. Desde el punto donde yo esta– ba podía ver quizás hasta un cuarto de mifla del cami– no del Tránsito. De pronto percib.f en lo más lejos, el humo de un disparo seguido del estampido de un tiro de rifle, era el primer tiro que nuestros centinelas nati– vos hacían al enemigo que avanzaba. Tirando a -un iado un saco que llevaba sobre mis hombros y tomando

mi rifle, que nunca me separaba de él, tomé mi puesto al lado del Coronel Walker, a la cabeza de la pequeña columna de Americanos, quienes a la primera llamada del tambor, llamándolos a las armas, se habían ali– neado con una regularidad sorprendente.

ENCUENTRO EN EL CAMINO

Nuestras tropas nativas habían, también formado con igual celeridad y orden de tal modo que cuando las oleantes banderas y las divisas blancas del enemigo se vieron venir por el camino, en actitud de cargar, -Fueron plenamente visibles dentro de las calles de la villa. I'losotros estábamos listos y ansiosos de reci– birlos.

Ninguna estrategia de movimientos era necesaria ni posible, ellos vení'an a lo largo del camino a un paso mediano y sus mosquetes listos. Como a 150 varas a su izquierda y en Iílnea paralela otro grupo salía del monte un poco más lejos.

Dejando a los nativos que trabaran combate con estos últimos, nosotros avanzamos de frente hacia los que venían por el camino.

Ellos venían muy galantemente, blandiendo sus armas en posición de cdrgar y entonces, cuando estu– vieron al alcance de nuestras pistolas, hicimos un pe– queño movimiento oblicuo, deteniéndonos para di$pa– rar con toda calma y precisión a los que venían a la vanguardia.

Cayeron todos como hierba cortada por una gua– daña, sus cuerpos y Id severidód de nuestro fuego, los detuvo abruptamente.

WALKt:R ES HERIDO

Entonces fue cuando rompieron fuego contra nonosotros. Vvalk.er cayó en la primera descarga. Corno yo estaba a su lado, le asistí en ponerse de pies C1segurando a sus hombres alarmados que no es– taba seriamente herido.

Una bala le había refilado y le quemó la garganta, m¡entras otra habí:a perforado un paquete de cartas que llevaba en la bolsa de su choqueta.

Afortunadamente, la puntería del enemigo era mal dirigida, pero suficientemente cerca para darnos muchas escapadas peligrosas.

Cada riflero a medida que rápidamente cargaba su rifle y lo llevaba al hombre; hacía un tiro certero y así el enemigo no pudo por más tiempo resistir el cas– tigo que estaba recibiendo.

Mientras ellos se hacíon 01 Jodo del camino en busca de terreno quebrado, perseguidos muy de cerca por los Americanos, tuvimos ocasión de ver el progreso de la lucha entre el Coronel Valle y tv\éndez con sus

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