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« Previous Page Table of Contents Next Page »cri6 ambiciones formidables, e ignorando todo, menos
hacer maldpdes, interpretó del modo más absurdo y
~xtravagante los derechos y los deberes sociales: aque– l/a part~ civilizqda, activa e insensata, que había to– mado por su cuenta la política, no atinó más en lo de adelante, y careciendo de poder de capacidad para ha– cer el bien, no tuvo ni una ni otra para atajar el mal: aparecieron demagogos, obscuros que medraron mu– cho en el desorden; se olvidó la moral, sustituyó al tra– bajo y la industria, el robo, la rapiña, el fraude y la trampa; reinó la anarquía y su trono fue el caos. ¿Quién pudo desde entonces dar algún valor ni sentido a los palabras libertad, seguridad? Aplacase un po c o la tempestad revolucionaria, algo se aclaró el horizonte
polí~tico, lo bastante sólo para dejar ver la ruina a uno que otro observacJpr, pero el mal estaba en progreso; si– guió el siste~a de la pedagogíia política bajo diferen– tes formas las más extrañas y originoles por la baje– za de sus medios y de sus fines: hombres nuevos ocu– paron el lugar de muchos de los primeros novadores; y habiendo reunido a una mayor extensión de vérti– go, las más siniestras miras, que los primeros liberales no tuvieron, presentaron en exhibición ante el mundo las anteriores escenas con Lin grado mayor de fealdad y de horror: vióse pocas veces al pueblo, representado tal cual era, por un miserable (J,rtesano, en las Asam– bleas haciendo el papel de un mico vestido:
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viósele muchas veces representado por algún miembro suyo, en un obscuro calabozo, y en un patíbulo a donde no lo condujo la ley, haciendo el papel de un peruano bárbaro asesinado por el antojo de su conquistador; viósele en fin; víctimas estúpidas de intereses perso– 110les de los ambiciosos más' diestros que abrigaban
~h su seno; viósele llevar en triunfo, y colocar con ve– neración en el solio del poder, en el santuario de las .leyes, el caballo fatol de Ulises que había de aniquilar el poder y pisóteClt las leyes.; La repetición de las es–
ce~os pasadas se ha verificado et1tonees, siempre con el aumento de excesos peores; y los hombres de la política úctiva de ahora' uh6s diez años, quien sabe si h6 pudieron decir acertadamente COi1 aquel antiguo filósofo: Peores que los suyos, nuestros padres; sus infelices hijos, nada val~mos; los nuestros, nos aventa– jarán en maldades.
Divel'sidad de opiniones
¿Habría sido posible que la nación de' Centroamé– rica, perdida en un caos de la inmoralidad y anarquía, contase con la fé de los pactos nacionales? No: Los hombres que regÍ'an la política de los Estados que for– maban la República, rompieron el vínculo :IIamado na– cional, y la' violencia a mano armada, que era el me– dio ordinario, para resolver toda cuestión política, fué adoptada poro echar abajo la Constitución de la Re– pública. No, puede describirse en los límites de este
artÍ'Culo~ la, inaudita diversidad de opiniones, de he–
~ho~, de pensamientos, de consejos, de !ilusiones, de esperanzas y de temores, que llamó la atención de todos los centroamericanos en aquel tiempo escan– dalpso; 'pero sí hay lugar para decir que la revolución se consumó. Los más interesados caudillos de las teo– rías democráticas, fueron reducidos a 'una posición de-
mosiado dificultosa para que hubieran confiado de la posibilidad de su influencia en los asuntos e inte– reses revolucionarios de cada Estado; se expatriaron voluntariamente, o mejor dicho, huyeron del país, y apareció Centroamérica con algunas novedodes en la escena democrática.
Costa Rica y Guatetnala
Dos de los Estados que hacían parte de la Re– pública, tenían en sí! mismos muchos más elementos fa– vorables a una reforma regular, que los otros. Costa Rica fue el Estado que resintió muy poco las varias ca– lamidades de la revolución a causa de estar situado en lo más sur de los Estados de la confederación, y a una distancia lejana de Nicaragua, que les es más inme– diato; no había sido teatro de la guerra civil; sus ha– bitantes eran los más sumisos y timoratos hacia la au– toridad cualquiera que fuese, aunque también eran los más imbéciles: era el Estado que tenía menos po– blación, y menos bachilleres y estudiantes; los costa– rricenses han sido siempre industriosos, y su inclina– ción a la economía, al ahorro, se ha visto llegar hasta la restricción de los límites de esta virtud, la cual pa–
rece que ha dominado en ellos: su terreno, sus aguas, su temperamento bastante fresco propios para la agri– cultura, y crianza de ganados, para dar y mantener la salud, la robustez y producir en los hombres el cálcu– lo; sólo sus producciones de agricultura hacían entrar en él una suma de más de cien mil pesos anuales; y el Gobierno teníl(J rentas más que suficientes para los gastos públicos. Un hombre de impulsos propios, y de talento; se apoderó allí de la cosa pública: cercenó las alas á la democracia: se propuso hacer prosperar el Estado, aunque tuviese que pasar sobre algunos principios, sobre algunos individuos: trabajó en este sentido, logró una gran parte de· su proyecto, y desa– pareció de su lugar para siempre, al impulso' de un incidente pasajero y fatal. Este hombre fué don Brau– lio Carrillo, muerto el año de 845, a manos de un ase– sino, discípulo de algunos liberates de los que lo ha– bían destenado de Costó Rica el año de 841. Guate– mala era el otro de los Estados que prometÍ'an alguna esperanza. Guatemala situado en un c1i-na casi eu– ropeo, había sido la antigua capital de Centro Amé– rica; y la ciudad de tal nombre fué constantemente el lugar de residencia de los hombres más cultos natura– les y extranjeros: Guatemala ha sido el Estado más pujante en población y en industria, y se habían acu– mulado en él muy considerables riquezas en contacto con Méjico, por la geografí'a y por la frecuencia de relaciones contaba en su seno mayor número de hom– bres instruídos en los sucesos de lo revolución de aquel país, sucesos que enseñaban a buscar comparaciones en política: varios guatemaltecos habían viajado en el extranjero, de grado, o por fuerza, y de consiguiente habían aumentado sus conocimientos: como en Gua– temala habían residido los Suprem'os Poderes nacio– nales, sus pasos, sus manejos, su influencia, su po– der, sus medios, todo fue examinado por los guate– maltecos observador-es; y este examen les dió más ex– periencia; Guatemala que fue teatro de grandes desas– tres, pudo pensar con menos desacierto en, sus causas
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