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« Previous Page Table of Contents Next Page »listas como cualquiera de sus adversarios. El ideal opuesto que ellos han defendido ha sido bajo todos tos aspectos, tan verdadero como el de los republica– hOs; y por esa razón han conquistodo adherentes y han ganado ascendencia. Han sido los apóstoles del Gobierno vigoroso los exponentes de la teoría de que si la autoridad se ejerce con eficacia, la libertad que– dará ipso facto garantizada.
llegar a serlo lenta y gradualmente, no lograron darse cuenta de la necesidad de tener páciencia. Han tra– tado de forzar la confianza eri vez de procurar mere– cerla, y se han encontrado en' pugna con el espí1ritu de su raía. El español no se ha prestado nuncd a la com– pulsión intelectual, en el sentido de estar propicio a mudar de criterio ante la invitación de cualquier pre– dicador, por elocuente que sea.
Estos, por regla generol, hán tenido a su lado a la mayoría de I(:J población, peró no han ,conseguido más que eso. Han tenido siempre enfrente una gran opinión hostil. Les ha sido pbsible reprimir, pero no extinguir la oposición; y así como el mando de los re– publicanos hO' terminado casi siempre en él desorden, el de los otros ha acabado, aun con más frecuencia; en la revolución. Sólo hay una apotiencia d~ verdad en la idea de que el origen de ~sos revoluciones está en la aparición de algún rival del dictador que aspira al mismo poder autocrático. Si algunos dictadores han caído por unO' mera intriga, las causas de la caída del mayor número han sido () veces más profundas y más permanentes que las sim'ples 'rivalidades persona– les.
El caciquismo
En la América española, el "caciquismo" ha exis– tido siempre: se ha admirado sin reservas al hombre que, en cualquier esfera de la vida, ha hecho patente su individualidad. Los dictadores, si han sido defi– cientes en algo, nunca lo han sido en personalidad; si no han sido eminentes por sus virtudes, lo han sido por sus crfmenes: cada uno de ellos ha sido, en cierto mo– do, "el mucho cocique". Los tiranos como el ma.. yor de los López en el Paraguay, o Rosas en la Ar– gentina, no eran hombres vulgares: es seguro que, en cualquiera posición, hubieran alcanzado notoriedad, ya que no fama.
Sobre todo, han tenido la ventaja sobre sus con– trarios de que, en la apariencia al menos, han sido capaces de cumplir lo que h9n pro~etido: han dotado a los países en que han mandado de un Gobierno vi– goroso. Les han dado hechos y n6 palabras, realida– des más bien que teorías, han reprimido el desorden y han fOmentado el bienestpr material. Es, por lo menos; discutible el que no i hayan logrado también asegurár la libertad, puestó que han mantenido ese respeto a la ley y ese orden, sin los cuales la libertad no es más que una palobra vana. Sus deferisores han podido alegor las lecciones de la experiencia prádica, y sostener, con alguna razón, que ciertos beneficios, inasequibles de otro maneta,' se han disfrutado bajo el mando de los diCtódóre$.
Los dictadores
Los dictadores han ganado partidarios con más facilidad porque se han prestado más bien a dirigi'r1os que a arrastrarlos por la fuerza. Por esa intolerancia con las ideas contrarias que con tanta frecuencia ca-
racteriza a los radicales y que es acaso el natural re- Régimen ilegal
sultado de su fe en la excelencia de lo nuevo-, los
abogados delrep~blicanismo sólo consiguieron la ene- El régimen' establecido por esos diCtadores ha mistad de aquellos ,cuya conversión pretendfan. Pro- sido, en su esencia, ilegal. Es cierto que, en la ma,– pugnando tesis que sólo podían encontrar adeptos yor parte de los casos se han procurado la sanción cuando llegaban a ser familiares, y que sólo podían oficial de alguna especie ,de asamblea popular; pero
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Como españoles, eran conservadores. No aspi– raban a la creación de un nuevo': orden de cosas, sino a perpetuar y a desenvolver el viejo: buscaban la jus– tificación de sus actos en el pasado, del cual sacaban su inspiración. A veces parece que los dictadores his– pónoamericanos, casi conscientemente, se han mode– lado a sí mismos sobre las grandes figuras de las eda– des pasadas. El Dr. Francia, semeja una verdadera reencarnación de aquel monarca que era, para sus enemigos, "el demonio del Mediodía", y para sus ad~
miradores "el rey santo". La semblanza de Felipe 11, trazada por un historiador ~spañol, ,pudie'ra pasar por la del dictador del Paraguay: "Sombrío, y pensativo, suspicaz y mañoso ...
i firme en,~us convicciones, per– severante en Sl,JS propósitos y no éscrupuloso en los me– :dios de ejecución, indiferente a los placer:es que disi– pan la atención y libré de las pasiones que distraen el ónimo; frío a la compasión, desdeñoso ci la lisonja e innaccesible a la sorpresa, dueño siempre y señor de sf mismo para po,der dominar a los demás, cauteloso como un jesuíta, reservado comO-!-In confesor y taci– turno como un cartujo, este hombre no podía ser do– minad6 por nadie y tenía que dominar a todos; tenía que ser un rey absoluto" El Dr. Francia trató de hacer revivir el ..égimen que había existido en las oritiguas misiones de los jésuítas: excluyó, O todos los extranjeros y todas las influencias extranjeras y mat:Jtuvo su poder hasta su ml,Jerte. Aún después de-muerto se dice que los páraguoyos sólo hablaron en voz bajO' de riel difun– to" no atreviéndose o pronuncidf su nombre. Sus su– cesores en el poder supremo siguieron una político aún más radical: el más joven de los Lóp~:z. quiso Ser el . Luis XIV Ó el Napoleón de Sudamérica y lanzó a su pO,ís en una guerro tan desastrosa, que se quedó ex– tenuado por algunas generaciones. Es digno de nO– tarse que entre esos dictadores han tenido mayor éxi– to, los que han sido más genuiridmente conservadores. los pretendidos reformadores radicales son los que han despertado más furiosa oposiCión, y han terminado su carrera como le ocurrió a Balmaceda, siendo víc– timas de una revolución.
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