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las revoluciones de Centroamérica
La
¡
revolución había sido lo enfermedad de la mayor parte de América Central desde que los cinco
pequeños repúblicas se habían declarado estados in.
ras, donde el tiempo se volvió bueno y la cO,sta bor– deada de palmeras marcó para nosotros el límite de un paraí'so tropical. Por el camino habíamos divi– sado Jo costa de Yucatón, mas ésto se habítJ mostrado extraña y poco favorable, y no era el Méjico que yo había conocido. Honduras, a la inversa, ero amable
y acogedora. El cónsul Sloan me recibió en el muelle y me llevó a su oficina-residencio combinado, un edi– ficio de madero simple pero agradable, de dos pisos, con porches amplios y ventilados.
la Ceiba era una ciudad limpia y fresca de ca_o sos de rpadera, la mayoría de los cuales eran de dos
~isos y rodeaban la sede de la compañía frutero, que Incluía uno estación de ferrocarril, oficinas, tiendas, residencias, y el muelle. Ero fácil darse cuenta que el negocio y Jo principal razón de ser de La Ceiba eran las banqnas. Más tarde supe que la rozón de ser d~1
consuladg norteamericano eran las bananas y la polí– tica, es decir, fa política de Honduras. Entendí en– tonces por qué el Deportamento insistía en que el con– sulado de Puerto Castilla se abriera no más tarde de la primera semana de junio.
I
HONDURAS
i
EN
En 1923, como ahora, un funcionqrio consular, tenía derecho a solicitar licencia una vez por año poro visitar su hogar. .
Aunque ero feliz en Tampico y casi ha sentía ne– cesidad eje partir, me entusiasmó el hecho de regresar o mi hogar una vez que hube solicitado la licencio. Aun cuando transcurrieron varios semanas sin re– cibir contestación alguna del Departamenfo, no me preocupaba. No teníd apuro en partir. Una tarde,
cuan~o nos hallábamos a punto de cerrar lo 0ficina, se recibió un mensaje en código dirigido a mí. "Aquf
está'~, les dije confiado a mis colegas. "Les escribiré para decirles qué gusto tiene la sopa de almejas en Rhode Island". Era muy halagüeño que el Departa– mento se tomara la molestia y el gasto de telegrafiar mi (¡cencia. Descifré el telegrama. Decía más o menos lo siguiente: "Se lo designa vicecónsul en Puerto Cas– tilla, Honduras, donde deberá abrir una oficina consu– lar no más tarde de la primera semana de junio".
UN LAPSO EN LA VIDA POLlTICA DE CENTROAMERICA
, . CON EL APOYO DIPLOMATIOO y MILITAR DE LUS ESTADOS UNIDOS
NARRACIDN DE UN TE8TIGO. ARQUETIPO
DE LAS ACTIVIDADES DE AQUELLOS DIAS DE REVOLUCIONES E INTERVENCIONES
!
Puerto Castilla, Honduras
El nombre no me e'ra familiar. Alguien trajo un atlas. Encontramos Honduras, pero no Puerto Cas– tilla. Me habían asignado un destino que ni siquiera figuraba en el mapa.
Mis compañeros del consulado tuvieron poco tiem– po para hacerme bromas acerco de mi designación para un oscuro puesto en Honduras. La ruto más carta a Honduras era vía Nueva Orfeáns.
Mi corazón y mi mente se hallaban a miles de mitras de distancia, en Puerto Castilla, Honduras, un pueblo acerca del cual no conocía nada, excepto que no figuraba en el mapa, pero hacia el cual yo había adquirido una considerable lealtad. Era mi puesto, ¿no es cierto?
En Nueva Orleáns supe que Puerto Castilla era un puerto de lo Compañífa Frutera Unida: -' Había si– do construído recientemente y a eso se debía que no figuraba en el mapa. No habí'a ninguno comunicación de vapores entre Nueva Orleáns y mi nuevo puerto pe– ro una compañía frutera rival mantenía un servicio a Lo Ceiba que se encontraba o pocos milla~ de la costa. Desde La Ceiba podía conseguir pasaje en alguna em– barcqción o velo hasta Puerto Castilla.
'Lo Ceiba se encontraba a tres días de viaje del Golfq de Méjico y del Caribe, y transcurrieron días
ventosos y desapacibles hQsta que divisamos Hondu·
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