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dependientes, y Honduras había sido la peor tronsgre..

soro, o más bien lo ví\ctima más, frecuente. Había si.. do el campo de batalla de la política centroamericana. Nuestro gobierno, siempre sensible al desorden en el Caribe, se habra esforzado, de una u otra manero, por alentar a lbs gobiernos ordenados, por limitar las pér– didas de v.idas y la destrucción de las propiedades ca– da vez que estallaba la revolución.

':~'" .:: El no reconocimiento

Su último esfuerzo había tomado la forma de u n a Conferencia Centroamericana realizada en Washington -'-que acababa de finalizar sus delibera– ciones-, en la que las cinco repúblicas acordaron por tratado negar el reconocimiento a todo nuevo gobierno en cualquiera de sus países que tomara el poder me'– diante un golpe de estado o revolución contra el go– bierno reconocido, por los otros gobiernos centroame– ricanos, si el presidente, o aún él vicepresidente hubie– ra sido un cabecilla del golpe de estado o de la revo– lución, o un pariente cercano de tal cabecilla (por san– gre o por matrimonio), o si hubiera ocupado algún car– go de los señalados en una larga lista de puestos antes o durante el golpe de estado, revolución, o elecciones. La idea (como el lector ya lo habrá deducido) era im– pedir la revolución, haciendo imposible qu.e los cabeci– llas revolucionarios que salieran victorio~os, obtuvieran el reconocimiento de los gobiernos ved,nos. Se había pensado que un revolucionario potencial, decidido en otras circunstancias a derrocar a su gobierno y hacer– se presidente, desistiría de su violenta empresa si pen– saba que su gobierno no sería reconoCido por sus ve-cinos. -

Tratado Centroamericano de 1923

Ahora bien, ese no-reconocimiento, como debe– ría entenderse, no hace que un gobierno sea inConsti– tucional o ilegal. No significa que no se hará el acos– tumbrado intercambio comercial. No significa que los asuntos oficiales no se tratarán con él de una manera' extraoficial. Ni siquiera significa que los requisitos usuales para el reconocimiento establecido por dere– cho internaciOnal no hayan sido llenados por el go– bierno no-reconocido. Un gobierno puede pasar por todas estas pruebas sin ser reconocido, porque el re– conocimiento es un acto voluntario, no es algo que un país está autorizado para recibir COmo un -derecho. Mi propia experiencia -que ha sido muy amplia-' al tratar con gobiernos no reconocidos, me ha llevado a creer que las relaciones internacionales tendrfan una base más sólida si las naciones acordaran que un go– bierno que pasara por las acostumbradas pruébcis de re– conocimiento (es decir, falta de oposición organizada dentro del país, posesión de la maquinaria guberna'– mental, voluntad y habilidad para enfrentarse con sus obligaciones internacionales) tiene derecho al reconoci– miento, y que el negar el reconocimiento en estas cir– cunstancias es un acto hostil. A veces existe la ten– tación de negar el reconocimiento a un nuevo gobierno porque no nos gustan sus caracternsticas, su política, fa forma en que llegó dI poder" a fas hombres que ro manejan. Esta tentación, si se cede a ella, puede tener efectos muy dañinos sobre los pafses afectados

y especialmente en relación con los íntimos lazos que

implica nuestro siste'ma panamericano, CJsf como sobre

otros países. .: El gobierno de los Estados Unidos no era parte del r

ratado Centroomericono de 1923, pero aprobaba su fórmula, si es que no la había inventado, y después de un mes de' mi llegada a Honduras, el Departamento de Estado habría de anunciar públicamente, cuando: sólo uno de los gobiernos centroamericanos había ratifica– do él tratado, que los Estados Unidos se guiarían por sus términos, para extender su reconocimiento a los gobiernos revolucionarios de Centroamérica.

Amenaza de revolución en Honduras

La razón de este anuncio precipitado era la ame– naza de que se renovara la guerra civil en Honduras, la misma razón que había movido al Departamento a ignorar mi pedido de licencia y enviarme "volando" a Puerto Castilla. 'El año 1923 era el año de las elec– ciones presidenciales en Honduras. Los conservadores tení'Cln un can,qidato poderoso en el general Tiburcio Carías Andino, pero los liberales, el partido que estaba en el poder, se hollaban divididos, y ras probabilida– des de que fuese necesaria la violencia para estable– cer cualquier gobierno nuevo eran mayores que nunca. La revolución estalló, pése a nue?~ra política de no– reconocimiento. Tampoco fué efectiva nuestra polí– tica de no-reconocimiento para evitar, algunos años más tarde, el estallido de lo guerra civil en Nicaragua. Esta última demostró ser, por cierto, una guerra ci– vil muy seria, y condujo a nuestra segundo interven– ción armada ~n Niearagua. Yo habría de ser un par– ticipante activo en esa intervención, después de ha– berme sometido d cierto entrenami~nto preliminar en Haití. '

Pero me estoy alejando de nii historia. Mientras estuve en' La Ceiba nadie me habló ·del Tratado Cen– troameri<::ono de 1923, y si alguien lo hubiera hech9, no habrra: p¡ensadó mucho en él. Todo lo que sabía era que la revolución podÍ'a estallar en cualquier momen– to, que Id revolución traerío buques de guerra y ma– rinos norteómericanos, y que podía ésperar un giro emocionante de los acontecimientos en mi nuevo pueSto.

Ló Ceiba se comunicaba por ferrocarril con algu– nos puntos del oeste, pero el único modo de llegar era a bordo de "La Gitaha", una goleta de Cuarenta pies, que al igual que otras de su, clase; s~ hallaba destina– da a trc:msportdr cargas. También se transportaban

pasajer6~, pero no habío comodidades para ellos. Se acomodaban como podÍ'an, si es que podían. No eran ni más ni menos que un cargamento ad,icional. Por lo que pude averiguar, no había baños para, los pasajeros, salvo el amplio Mar Caribe, el cual, por supuesto, su– ministraba abundante agua corriente cuando "La Gi– tana" estaba en movimiento. La goleta cargaba y descargaba durante el día y seguía viaje durante la noche.

Puerto Castilla

Combatimos el sueño lo mejor que podíQmos, pe– ro f;naJment~, sucumbimos. Cuando desp~rté, nos estábamos' gproximando al muelle de Puerto Castilla. Un grupo considerable de norteamericanos se hallaban en el muelle, observándonos con aire curioso y diver-

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